domingo, 26 de enero de 2025

Siempre la noche es más oscura antes del amanecer


     Es un día gris, húmedo y algo lluvioso, de los de tener encendida la luz y un brasero caliente. Un día de esos en los que nos paramos a observar por la ventana sin ver nada concreto, con la mirada perdida dentro de nosotros mismos. En ese instante pensé que la vida tiene un extraño sentido del humor. Y que, justo, cuando parece que hemos tocado fondo en algo, cuando las fuerzas flaquean y la duda se convierte en una sombra persistente, es cuando estamos más cerca de algo grande. ¿No es un patrón que se repite en historias épicas, en las trayectorias de personas de éxito y, sobre todo, en nuestras propias vidas? ¿Por qué?

     No lo sé, pero quizás sea porque los momentos de mayor dificultad son también los que nos transforman profundamente. Una derrota contundente tiene el poder de desmoronar nuestras certezas, exponiendo debilidades a las que preferiríamos no enfrentarnos. Pero en ese desmoronamiento siempre se esconde una semilla: la oportunidad de reconstruirnos más fuertes.

     La clave no está en evitar estas caídas, sino en aprender a usarlas. Cada fracaso nos enseña algo sobre nuestra resistencia, creatividad y voluntad. Nos obliga a replantear estrategias, a mirar desde otros ángulos, a redescubrir aquello que nos apasiona. Nunca hay que no tirar la toalla. La derrota no es el final del camino, sino un capítulo necesario para llegar al desenlace merecido. Cada batalla perdida prepara para una victoria mayor, porque enseña a luchar con más sabiduría y determinación. La grandeza se forja en el crisol de la adversidad (¡qué bonito me ha salido eso! ¡crisol de la adversidad!) y la noche más oscura siempre precede al amanecer.

     La concentración y la fe en uno mismo son las antorchas que iluminan el camino en medio de la oscuridad. Mantener la concentración no significa ignorar el dolor o la frustración, sino aprender a convivir con ellos, sin permitir que nos desvíen del objetivo. Y creer en nosotros, sobre todo en los momentos más oscuros, no es un acto de ingenuidad, sino de valentía. Es la promesa de que nuestras circunstancias actuales no determinan nuestro destino. Khalil Gibran lo percibió muy bien:

lunes, 20 de enero de 2025

Expectativas vs. esperanzas


      Al levantarme aquella mañana recordé que me había impuesto leer algo de Isaiah Berlin, pero ahora mismo no recuerdo el motivo, sé que fue un filósofo y pensador político británico (aunque nacido en el Este de Europa) conocido principalmente por sus ideas sobre la libertad, el pluralismo y la historia de las ideas. Sus principales aportaciones giran en torno a la distinción entre dos conceptos de libertad ─libertad positiva y libertad negativa─, el pluralismo de valores y sus análisis de figuras históricas y filosóficas. Comencé a leer y note que mi cabeza no respondía adecuadamente a la enjundia de aquello. Dejé la lectura e intenté ponerme en contacto con mi amigo hipnotista Leonard Zauber para consultarle algo que me urge; tampoco fue posible.

      Entonces quedé mirando a un punto inexistente de la pared y me paré a pensar sobre las expectativas y las esperanzas.

      Creo que en nuestra experiencia humana, estos dos conceptos fundamentales suelen moldear nuestras decisiones, emociones y percepciones. Y aunque a menudo se usan de manera intercambiable, en realidad representan enfoques radicalmente diferentes para navegar la vida. Quizás comprender sus diferencias puede transformar nuestra perspectiva y ayudarnos a vivir con mayor equilibrio emocional. ¿No?

      Pienso que las expectativas se basan en suposiciones sobre cómo deben ser las cosas, personas o situaciones. Se construyen a partir de nuestras experiencias previas, creencias culturales y deseos personales. Cuando albergamos expectativas, tendemos a proyectar un resultado específico sobre el futuro. Por ejemplo, esperamos recibir reconocimiento por nuestro esfuerzo en el trabajo, o que nuestros amigos actúen de cierta manera o que la vida siga un curso predecible. Estas proyecciones pueden proporcionar una falsa sensación de control, pero también pueden generar frustración y decepción cuando la realidad no se alinea con lo que imaginamos. Muy posiblemente el problema de vivir bajo el peso de las expectativas es que nos apegamos a un resultado específico, ignorando que la vida es radicalmente incierta y que las personas actúan desde su propia realidad, no desde la nuestra.

      La esperanza, en cambio, es un estado mental más amplio y flexible. No exige un resultado fijo, sino que se centra en el deseo de un futuro mejor, sin especificar exactamente cómo debe ser. Es un acto de fe en las posibilidades, en nuestra capacidad de adaptarnos y en la bondad intrínseca de la vida, incluso en medio de la incertidumbre. Por ejemplo, podemos tener la esperanza de que encontraremos una solución a un problema, de que las cosas mejorarán en tiempos difíciles o de que seremos capaces de aprender y crecer, independientemente de los desafíos.

      Según mi juicio, la esperanza no (im)pone condiciones estrictas; ella nos invita a avanzar con confianza, aceptando que el camino puede ser impredecible. Estoy convencido de que al elegir la esperanza, cultivamos una existencia más plena, serena y alineada con nuestra verdadera naturaleza como seres humanos. Y, en última instancia, la vida no se trata de controlar cada detalle, sino de encontrar significado en el viaje, confiar en que las cosas se desarrollarán como deben y mantener viva la llama de la esperanza, incluso en los momentos más oscuros.

      ¡Ánimo! ¡A por la esperanza!

lunes, 13 de enero de 2025

La comunicación es hipnosis


      Mi amigo Leonard Zauber tiene una profesión muy sugerente, es hipnotizador. Trabaja ─desde hace bastantes años─ en todos los aspectos clínicos de aplicación terapéutica de la hipnosis en un gran hospital de München, Baviera. Es, quizás, la persona más apasionada que conozco por su trabajo y profesión, es imposible pasar dos minutos charlando con él y que ese tiempo pase sin oírle la palabra hipnosis o alguna otra muy relacionada con ella. Leonard ─al igual que John Grinder y Richard Bandler─ está convencido de que “toda comunicación es hipnosis”.

      Ayer me decía:

      ─Si yo te cuento que estuve ante un prado inmenso que se extendía ante mí, salpicado de flores silvestres que oscilaban suavemente con el susurro del viento. Y que había un arroyo cristalino serpenteando entre piedras pulidas cuyo murmullo acompasado serenaba mi mente. Sentía que el sol me acariciaba la piel, cálido, envolvente, mientras una brisa fresca me traía el dulce aroma de los pinos cercanos. A lo lejos podía contemplar unas montañas veladas por una bruma ligera que parecían abrazar el horizonte, infundiendo una sensación de protección y calma. Los colores eran vivos, pero suaves, y el tiempo parecía detenerse. Sentí una paz absoluta, como si este lugar siempre hubiera sido un refugio dentro de mí...

      ─¡Qué bonito! ─exclamé.

      ─¿Ves? Si te emocionas y notas que desearías sentir esas mismas sensaciones, significa que he alterado tu estado de conciencia utilizando los patrones de comunicación de todos los hipnotizadores.

      ─Y también los patrones de todos los buenos profesores, vendedores, políticos, predicadores, ¿no?

      ─Por supuesto que sí.

      Quedé entusiasmado al ver las cosas de esta manera y añadí:

      ─Entonces está claro que si vemos el fenómeno de la hipnosis de esta manera, es decir, como la alteración de los estados de conciencia de otra persona, no caben dudas respecto a que toda comunicación eficaz es hipnosis, ¿no es así?

      ─Te diré como decís ahí en España, ¡lo has clavado!

      Aclararé que Leonard habla un español perfecto, él tiene casa en nuestro país desde hace muchos años y siempre se ha preocupado por integrarse al máximo cuando está aquí.

      Le apunté lo siguiente:

      ─Pero yo deseaba saber algo del alcance terapéutico de la hipnosis clínica, ¿de eso que me cuentas?

      ─Hace años, inicialmente, la hipnosis fue una herramienta que se aplicó, casi en exclusividad, para algunos tipos de trastornos como las adicciones, el tabaquismo, por ejemplo. Con el tiempo, a través de la observación clínica y la investigación, nos hemos dado cuenta de que la aplicación de la hipnosis como método adyacente a otras técnicas funcionales, como puede ser las técnicas cognitivo-comportamentales, es de gran eficacia. Esto ha provocado el aumento de forma significativa de buenos resultados, en general, de otros muchos trastornos clínicos como puede ser trastornos de ansiedad, trastornos depresivos, disfunciones sexuales e infinidad de trastornos más. Las aplicaciones van a más cada día. No sé si me he expresado bien, ¿no?

      ─Te has expresado muy bien, creo que se entiende perfectamente. Oye, tenemos que seguir hablando de esto, creo que es un tema muy interesante y formativo.

      ─Cuando tú quieras, un abrazo.

domingo, 12 de enero de 2025

El poder de los números y las palabras


      Esta mañana me levanté pensando en el poder de los números; mañana es mi día de cumpleaños. Diré eso tan manido de ¡cómo pasan los años! ¡Qué barbaridad! Pero los números, al igual que las palabras, son más que sonidos articulados o símbolos escritos; son herramientas poderosas capaces de construir o destruir, de unir o separar. Sin embargo, en un mundo saturado de información y conversaciones superficiales, es fácil olvidar la responsabilidad inherente al acto de comunicarnos. No tomemos los números y las palabras, nuestros números y nuestras palabras, a la ligera.

      Pensaba que hablar ─y escribir─ con autenticidad no solo implica expresar lo que pensamos, sino hacerlo con la intención de ser claros y genuinos. Esto exige un nivel de introspección que muchas veces evitamos. ¿Qué significa, entonces, decir lo que realmente sentimos? Significa que nuestras palabras deben alinearse con nuestras emociones y valores. No se trata de hablar impulsivamente, sino de hacerlo desde un lugar de verdad personal.

      La comunicación genuina es poderosa precisamente porque es poco frecuente. Cada día ─y creo que la política tiene mucho que ver con esto─ estamos acostumbrándonos a frases automáticas, respuestas ensayadas y conversaciones vacías. Pero cuando alguien se expresa desde el corazón, sus palabras resuenan y generan un impacto real. Una disculpa sincera, un elogio auténtico o un "te quiero" dicho con intención pueden cambiar el curso de una relación o incluso de una vida.

      Y sabemos, que por el contrario, las palabras descuidadas pueden herir profundamente. Un comentario lanzado sin pensar puede dejar cicatrices duraderas, y una promesa vacía puede destruir la confianza. Es por eso que debemos asegurarnos de que nuestras palabras (aquí no sé si nuestros números también) sean una extensión fiel de nuestras intenciones. Decir algo que no sentimos no solo engaña a los demás, sino que nos desconecta de nuestra propia autenticidad.

      Realizar una comunicación consciente requiere esfuerzo. Implica pausar antes de hablar, reflexionar sobre el impacto de lo que decimos y asumir la responsabilidad de nuestras palabras. En esta práctica, no solo nos convertimos en mejores comunicadores, sino también en personas más conscientes y empáticas.

      En un mundo donde una fastidiosa inmediatez parece reinar, el verdadero acto de rebeldía es comunicarnos con intención y verdad. Nuestras palabras ─y nuestros números─ son un reflejo de quiénes somos; usémoslas con respeto y propósito. Después de todo, en ellas reside un poder capaz de transformar tanto nuestras vidas como las de quienes nos escuchan.

      Pero, en este caso, lo que me desazona del número es que ya es demasiado alto.

martes, 7 de enero de 2025

La luz tras la oscuridad


      Al acabar este escrito no supe cómo titularlo, sólo se me ocurrió la cursilada de llamarlo: “La luz tras la oscuridad”. Estuve pensando otros, pero al final me quedé con éste, no tenía ganas de seguir entretenido en la nimiedad de una frase para un título de nada. Recién acabadas las fiestas, tampoco sabía muy bien sobré qué escribir, me han regalado libros suficientes para una buena temporada y bebidas como para terminar totalmente alcoholizado.

      Pienso que en las pasadas fiestas es inevitable enfrentarse a momentos de tristeza o desilusión. Estos periodos oscuros, aunque dolorosos, tienen una cualidad transitoria. Así como el invierno es una estación que prepara la tierra para el renacimiento primaveral, nuestras adversidades tienen el potencial de ser catalizadores de un cambio positivo. Las estaciones de la vida nos recuerdan que todo es temporal y que, tras la tormenta, siempre emerge un nuevo día lleno de posibilidades. Se me ocurre decir que la vida, con sus constantes altibajos, es un reflejo de lo que llevamos dentro. Más que ser una simple sucesión de situaciones y acontecimientos, nuestras experiencias existenciales son un espejo que nos devuelve nuestra propia esencia. No obtenemos de la vida lo que deseamos, sino aquello que estamos preparados para recibir según quiénes somos en nuestro interior. Ante la adversidad (y los subsiguientes desengaños), nos encontramos ante una perspectiva que puede ser una herramienta poderosa para transformar el sufrimiento en el crecimiento. Bueno, al menos, así lo creo yo, aunque tampoco estoy seguro del todo; quizás por eso escribo. Una vez leí algo así: La duda solo se acaba mediante el trabajo”.

      ¡Ay, los desengaños....! Los desengaños son unos paquetes adjuntos que siempre trae la adversidad, creo para superar el desengaño, es fundamental aprender a confiar en este ciclo natural. Las heridas emocionales, aunque profundas, no son permanentes si permitimos que sanen con el tiempo y la introspección. El invierno de nuestra tristeza puede parecer eterno, pero es precisamente en esos momentos cuando se siembran las semillas de la esperanza. Es cierto que cada amanecer nos muestra que, aunque la noche haya sido oscura, los rayos del sol regresan con fuerza, trayendo hacia atrás claridad y renovación.

      Sin duda, este proceso exige una actitud activa, ¿no? Pienso que no se trata solo de esperar pasivamente a que el tiempo cure las heridas, sino de trabajar en nuestra percepción y desarrollo personal. Desde luego me parece que cultivar la gratitud por lo aprendido en la adversidad, mantener una actitud adecuada y rodearse de personas que aporten luz a nuestra vida son pasos esenciales para avanzar.

      El desengaño, casi siempre, puede dejar cicatrices, pero también enseña lecciones valiosas sobre nuestras prioridades, nuestras expectativas y nuestra capacidad de adaptarnos. Al final, las experiencias difíciles nos moldean, permitiéndonos emerger más fuertes, más sabios y con una perspectiva renovada sobre lo que realmente importa.

      En última instancia, la superación de la adversidad radica en abrazar el cambio como parte inevitable de la existencia. Debemos confiar en que los inviernos de la vida darán paso a veranos de bienestar. Aunque sea a la fuerza, necesitamos estar convencidos de que cada día, incluso el más oscuro, contiene la promesa de un amanecer... 

      En ese ciclo eterno reside la belleza de la vida y nuestra capacidad de transformación.

sábado, 4 de enero de 2025

EL CUARTO REY MAGO

      Los humanos somos unos individuos, unos bichos raros, que nos pasamos la vida esperando a los Reyes Magos, se llamen como se llamen y vengan de donde vengan, da igual. Siempre estamos ansiando su llegada y en alerta continua, oteando el horizonte, el del Este, el del Oeste o el del Norte o el Sur, o ─con más frecuencia─ el de la más cercana Administración de Loterías.

     El artículo que sigue lo escribí en el 2018, en los primeros días de aquel enero, recuerdo haberlo hecho con placer. Aunque no sé si los Reyes me trajeron lo que les pedí entonces...


«Todos nuestros sueños se pueden
hacer realidad si tenemos el coraje
de perseguirlos.»  (Walt Disney)


      Vi la señal en el cielo a la vez que los otros y a la vez, también, decidí seguirla por los más recónditos caminos del Oriente. Muy rápido se preparó el cortejo y salimos una fría mañana muy temprano. Hacía tiempo que no subía al camello y mis huesos empezaron a notarlo pronto; paré la caravana, así podría descansar un rato y comer algo. Grité dando las ordenes pertinentes para que me construyesen un palanquín. Me negué a seguir el viaje en el maldito camello bamboleante. Sé que transcurrieron varios días antes de encontrarme en un oasis ─muy próximo al zigurat de Borsippa de altos muros y con siete pisos─ con los otros. Jamás había oído hablar de ellos, se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar, pasamos la primera noche hablando y hablando, eran tipos muy simpáticos, risueños. Un poco exagerados en sus atavíos, eso sí. Llevaban capas de armiño, joyas, turbantes con perlas, se ve que les encantaban los colores, aunque de noche ─en el desierto─ no les lucía nada. Comentaron que uno llevaba oro, otro incienso y otro mirra. Yo no llevaba nada, no sabía por qué debía de llevar algo, yo seguía aquel cometa como astrónomo aficionado y nada más; quería saber dónde iba o dónde caería, en otros tiempos ya había seguido varios brillos del cielo y siempre me habían frustrado. Jamás vi, ni encontré, nada.
     Hubo momentos en los que pensé que ellos estaban más enterados, quizás sabían cosas que yo ignoraba. Mientras estuvimos en el oasis la estrella ─¿era una estrella?─ permaneció fija detrás de la palmera más alta. En cuanto nos dispusimos a emprender la marcha parece que el objeto brillante del cielo se dio cuenta y empezó a hacer círculos y espirales como si estuviera bailando en las alturas.
     El palanquín, desde luego, era más cómodo que el camello, pero mucho más lento. No me decidí a utilizar el látigo con los esclavos que me llevaban en andas, me pareció que no era políticamente correcto estando cerca los otros reyes magos. Al cabo de cuatro días ya los había perdido de vista, aunque aún seguía viendo el rastro del cometa.
     Pasamos cerca de unas cuevas y decidí acampar allí para reponer fuerzas; envíe un mensajero para que comunicase a los que iban delante que me retrasaría algo; y que siguiesen, que ya les alcanzaría en cuanto pudiese. Nos aposentamos lo mejor que pudimos en aquellas grutas en las que nos topamos con una caravana de mercaderes que también habían elegido aquel lugar para reposar. Les compré unas jarras de exquisita porcelana que traían de China, unas tocas de seda de bonitos colores.
     Después de dos días llegó un cortejo de unas pocas personas con otro rey mago al frente que dijo llamarse Artabán. También me comentó que él era el cuarto rey y había estado en el zigurat de Borsippa pero que ya no había nadie esperándole. No tardé un instante en aclararle que el cuarto rey era yo, y él, en todo caso, sería el quinto. Artabán era buena persona, y un poco ingenuo. Se conformó rápidamente con el papel de quinto seguidor de la estrella.
     El rey Artabán llevaba tres regalos: un diamante de la isla de Meroe, un trozo de jaspe de Chipre, y un rubí sanguíneo. El segundo día de estar allí nos preocupamos muchísimo porque la estrella había desaparecido de nuestra vista. El firmamento estaba limpio, miramos por todos los rincones del cielo, pero no logramos ver el cometa. Pensamos que se había ido, guiando, a Melchor y los otros. Artabán tomo la decisión de partir al día siguiente, a primera hora, siguiendo sus propios cálculos.
     Cuando desperté Artabán ya había marchado. Tuve un gran disgusto, algunos de mis porteadores me habían abandonado subrepticiamente y se habían marchado uniéndose al grupo de Artabán, ahora mi caravana tendría que caminar con más lentitud, o debería volver a subirme a un camello. Me tomé el día para pensar qué hacer, ¿seguiría el camino y trataría de encontrar la estrella para seguirla de nuevo? ¿No sería mejor dar la vuelta y regresar a casa? Así pasé todo el día. A la caída de la noche vino la decisión, la resolución era clara: volver a casa.


     Íbamos a emprender la marcha cuando unos tipos raros cubiertos de harapos, capuchas, y luengas barbas se acercaron a nuestra comitiva. El que parecía ejercer de portavoz de ellos se aproximó diciendo: “Si no podéis ser feliz aquí y ahora, no lo seréis nunca”. Las palabras esas me pararon en seco y después de unos momentos de incomprensión e incertidumbre le dije:
     ─Buen hombre, no sé a qué se refiere, ¿podría explicármelo mejor?
     ─Buscando la felicidad nos enfrentamos continuamente a nuestros propios límites, eso nos genera siempre una profunda insatisfacción.
     No sabía muy bien qué contestarle y le invité a unirse a nuestra caravana.
     ─Vamos de regreso a casa, hacia el sur, cerca de Eridu y de Ur, ¿se vienen con nosotros?
     Asintió rápido moviendo la cabeza afirmativamente y añadió:
     ─La felicidad siempre es una cosa que vislumbramos, una esperanza fugaz, algo presentido…
     Nada más que se me ocurrió decirle:
     ─¿Entonces ya no volveré a ver la estrella?
     Alzó la mirada al cielo con ojos profundos, y unos segundos después respondió:
     ─Jamás.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia