
Es un día gris, húmedo y algo lluvioso, de los de tener encendida la luz y un brasero caliente. Un día de esos en los que nos paramos a observar por la ventana sin ver nada concreto, con la mirada perdida dentro de nosotros mismos. En ese instante pensé que la vida tiene un extraño sentido del humor. Y que, justo, cuando parece que hemos tocado fondo en algo, cuando las fuerzas flaquean y la duda se convierte en una sombra persistente, es cuando estamos más cerca de algo grande. ¿No es un patrón que se repite en historias épicas, en las trayectorias de personas de éxito y, sobre todo, en nuestras propias vidas? ¿Por qué?
No lo sé, pero quizás sea porque los momentos de mayor dificultad son también los que nos transforman profundamente. Una derrota contundente tiene el poder de desmoronar nuestras certezas, exponiendo debilidades a las que preferiríamos no enfrentarnos. Pero en ese desmoronamiento siempre se esconde una semilla: la oportunidad de reconstruirnos más fuertes.
La clave no está en evitar estas caídas, sino en aprender a usarlas. Cada fracaso nos enseña algo sobre nuestra resistencia, creatividad y voluntad. Nos obliga a replantear estrategias, a mirar desde otros ángulos, a redescubrir aquello que nos apasiona. Nunca hay que no tirar la toalla. La derrota no es el final del camino, sino un capítulo necesario para llegar al desenlace merecido. Cada batalla perdida prepara para una victoria mayor, porque enseña a luchar con más sabiduría y determinación. La grandeza se forja en el crisol de la adversidad (¡qué bonito me ha salido eso! ¡crisol de la adversidad!) y la noche más oscura siempre precede al amanecer.
La concentración y la fe en uno mismo son las antorchas que iluminan el camino en medio de la oscuridad. Mantener la concentración no significa ignorar el dolor o la frustración, sino aprender a convivir con ellos, sin permitir que nos desvíen del objetivo. Y creer en nosotros, sobre todo en los momentos más oscuros, no es un acto de ingenuidad, sino de valentía. Es la promesa de que nuestras circunstancias actuales no determinan nuestro destino. Khalil Gibran lo percibió muy bien:

Cada golpe o desilusión que la vida nos trae, hay que afrontarla de la mejor manera, todas las personas tenemos una habilidad, o un hobby donde refugiarnos, y a eso debemos agarrarnos.
ResponderEliminarDios no manda una frustración, sin ponerte un abanico de cosas para superarla, solo hace falta no rendirse.
Ah! Lo del crisol, te ha quedado precioso, es una palabra que se repite en los salmos de la Biblia.
Feliz domingo. 😘
¡Me ha encantado y me ha dado un subidón!
ResponderEliminarEs verdad, es muy frecuente que luego de una victoria (pequeña o grande, da igual) se padece un rotundo fracaso. El secreto está en mantener la concentración y no dejar de creer en uno mismo y no tirar la toalla de ningún modo.
ResponderEliminarEl día de hoy se presta mucho a este tipo de reflexiones (con las que estoy de acuerdo), pero en éstas circunstancias la derrota, aunque no debería de significar el final del camino, lo parece.
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