─Abuelo, ¿Kane hablaba solo? ─preguntó Carlos.
Me temo que debo proseguir la historia del pistolero Kane, ya mi nieto me ha insistido varias veces desde ayer.
─Sí, llevaba muchos días sin ver ni hablar con persona alguna, y pasaba ratos pensando en voz alta y hablando consigo mismo ─le respondí.
─¿Qué pasó después de lo de ayer? ¿Se comió el urogallo?...
A Kane le agradaba mucho ver a los animales y aquella zona era rica en toda clase de ellos, se cruzaba con ciervos de Virginia, coyotes, linces rojos, Uapitís, y veía volar aves como la codorniz, palomas, cardenales, águilas calvas, gavilanes colirrojos, faisanes y otros.
─Abuelo, ¿había bisontes también?
─Sí, cuando Kane iba por partes de pradera también veía bisontes americanos, gallos de las praderas, tejones, armadillos y algunas de las mayores poblaciones del perrito de la pradera típicos animales de aquella parte occidental de Oklahoma por la que iba nuestro amigo.
─Yo he visto a los perritos de la pradera en televisión, ladran como los perros, son como ratones marrones, o como conejos, que viven en boquetes en el suelo y asoman la cabeza, ¿no?
─¿Me dejarás proseguir la historia? Si me interrumpes tanto se me va la memoria, ¿vale?
─Vale, ya te dejo abuelo,... sigue.
Estaba cansado, o más bien agotado, necesitaba unos días de descanso, de coger fuerzas, de centrarse en algo. Quería encontrar algún poblado en el que pasar unos días, o mejor unas semanas, de tranquilidad. No tenía problemas de dinero, en sus alforjas llevaba una buena cantidad; podía pasar muchos meses ─posiblemente años─ sin hacer ninguna clase de trabajo. Se rascaba de continuo, le picaba todo el cuerpo, estaba muy molesto con eso, posiblemente tenía pulgas u otro insecto malvado del que no lograba deshacerse, su mala higiene le era insoportable.
Cabalgaba, como siempre, con el sol a sus espaldas, hacía un par de horas que había amanecido y el calor ya era sofocante. Se desvió hacia un grupo de rocas con arbustos que vio a su izquierda, tendría que parar un rato. Pero una lejana y discreta nube de arena le alertó, aceleró para buscar refugio y esperar. No había pasado mucho rato cuando distinguió a un grupo de indios no demasiado numeroso, quizás veinte o veinticinco, todo lo más, no podía contarlos bien desde su escondite. Parecía que intentaban cazar alguna pieza grande. Intentó deducir de sus vestimentas y adornos a qué tribu pertenecían. Se serenó al ver que no eran “apaches”, a los que él situaba mucho más al sur; pensó (y acertaba) que era indios “osanges”, que tenía entendido que eran mucho más pacíficos y amigables. De todas formas se quedaría oculto, era lo mejor. Además, estaba preocupado por su revólver, el viejo Colt Paterson, después de matar al urogallo le parecía que estaba desajustado y que no funcionaba del todo bien; a la primera ocasión que tuviese lo cambiaría por un moderno Colt Peacemaker que sabía que era una maravilla.
Mientras veía que los cazadores “osanges” desaparecían en dirección noreste, decidió seguir el sentido contrario, iría hacia el sudoeste, quizás encontrase algún poblado en el que descansar y reponerse.
Tardó dos días más hasta que llegó a vislumbrar, muy a lo lejos y un poco a la izquierda de la dirección que llevaba, una o dos columnas de humo que parecían proceder de chimeneas.
Le aumentó el picor y también el hambre...
─Abuelo, ¿encontró un pueblo?, ¿qué pasó?
Le miré sonriendo y dije:
─Habrá que esperar a mañana, ¿no?
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