Me encantan esas tertulias de viejos amigos que nos encontramos durante las fiestas navideñas para felicitarnos. Solemos conversar alrededor de unas cervezas y unas copas de fino recordando y añorando otros tiempos. No sé el motivo pero uno de ellos trajo a colación una frase muy celebrada ─y no por ello menos cierta─ de Noam Chomsky: «El propósito de los medios masivos… no es tanto informar y reportar lo que sucede, sino más bien dar forma a la opinión pública de acuerdo a las agendas del poder corporativo dominante».
Otro añadió que, según medios oficiales, un español medio ve la televisión cuatro horas diarias, cuatro horas recibiendo impactos, consignas y eslóganes de todo tipo. Y a esas horas debemos sumar las dedicadas a los móviles, tablets y ordenadores cada día más repletos de variadas propagandas.
Intervine diciendo que esas varias propagandas también juegan con la manipulación del lenguaje, cité cómo han introducido con fuerza el término “influencer” ─sin presencia en el diccionario─ en todos los medios, hasta niños pequeños conocen ya este palabro (que sí lo registra la RAE) y algunos hasta aspiran a serlo cuando sean más mayores. Un "influencer" no es más que alguien que cuenta con alguna credibilidad sobre un tema en particular y, que por su continuada presencia y presión en las redes sociales, puede llegar a ser un prescriptor de cierto interés para una marca o producto. Con nuestros verbos “influir” e “influenciar” podríamos haber encontrado un sustantivo español perfecto, pero ya sabemos que el esnobismo imperante prefiere los anglicismos que poco aportan.
Continué comentando algo que es muy obvio pero que se olvida con frecuencia, los medios de comunicación, sean de la dimensión que sean, tienen todos ellos algo en común, y es que todos son empresas y como empresas buscan la venta de un producto. El dilema surge cuando nos preguntamos cuál es el producto que venden, ¿información veraz?, ¿o cómo manipular a la opinión pública según convenga a las estructuras de poder?
Recordé que hacía unas semanas había repasado el extraordinario libro de Edward Bernays, titulado “Propaganda”. Bernays era austriaco, sobrino de Sigmund Freud, especialista en relaciones públicas y considerado el padre de esa profesión.
Tiré de mi smartphone para buscar y leerle a mis amigos lo que decía Chomsky en su prólogo a la citada obra:
«La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país.
Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar.»
Uno de mis amigos preguntó con cierta sorna riéndose:
─¿Noam Chomsky era “conspiracionista”?
Otro respondió:
─En realidad se le ha calificado de casi todo lo habido y por haber, no me extraña nada que también, en algún momento, le hayan tachado de “conspiranoico”.
Tomás preguntó:
─Jamás había oído hablar ni de ese libro ni de su autor, ¿de qué va?
─Lo puedes encontrar fácilmente en Internet, no es muy largo se lee fácilmente y considero que es una joya. Bernays lo publicó allá por los años veinte del siglo pasado y en el mismo se mostraba extraordinariamente sorprendido de todo lo que se podía influir sobre el comportamiento humano en aquella época, con las posibilidades de entonces, ¿qué no podrán hacer ahora? ─comenté.
Uno de los contertulios utilizó de nuevo la ironía:
─¿Sería ese uno de los libros de cabecera del ínclito Joseph Goebbels, el ministro de Ilustración Pública y Propaganda de Adolf Hitler?
Añadí que seguro que conocería ese libro, Edward Bernays y Goebbels eran casi de la misma edad.
La conversación tuvo muchos derroteros, que iban desde el color del vino fino ─que ya no era como el de antes─ hasta la falta de lluvia y el nivel de los embalses. Al final nos quedó un mal sabor de boca, los medios, los “influencers”, el cine subvencionado, el montón de “sálvames”, tienen el monopolio de lo que tenemos que ser y de lo que tenemos que pensar, estamos cercados, estamos a su merced. Al final ─en palabras de uno de mis amigos─ toda la “información” (así, entre comillas) está controlada y sujetada por el dinero y por los intereses de quienes la proporcionan...
La pregunta seguía golpeándonos: ¿Qué “producto” nos venden? ¿Cómo nos influye ese “producto”?
Genial, me ha encantado, es cierto todo, nos manipulan de mil maneras, pero debes publicar estos artículos por la mañana, si los leo de noche no descanso bien, me perturban.
ResponderEliminarUn abrazo.
Efectivamente, todos estos medios, programas, etc. "tienen el monopolio de lo que tenemos que ser y de lo que tenemos que pensar, estamos cercados, estamos a su merced". Están creando un nuevo sistema de esclavitud y los esclavos somos nosotros.
ResponderEliminarMe ha parecido muy interesante el tema de conversación. Chomsky, como ilustre lingüista, sabe del poder de la palabra y su utilización para influir en las masas. Y estoy convencida de la carga subliminal que lleva la información que nos llega, que no es nada inocente. No sé si las siguientes generaciones serán capaces de sustraerse a sus cantos de sirena o ni siquiera se lo plantearán.
ResponderEliminarBuen martes !!