Adalberto era un hombre muy peculiar. Vivía en un pequeño apartamento en el centro de la ciudad y trabajaba en una tienda de libros antiguos. Siempre había sido un poco obsesivo y le preocupaba que todo el mundo tuviera alguna manía, excepto él. Su jefe se ponía, invariablemente, el mismo suéter rojizo todos los miércoles del año y su amigo Cirilo llevaba el reloj de pulsera en la mano derecha hasta mediodía y, a partir de ese instante se lo cambiaba a la izquierda.
Una noche, como de costumbre, Adalberto se preparaba para acostarse. Se aseguró de tener un paquete de pañuelos de papel que tuviese ─por lo menos tres─ en su mesilla de noche, tal como lo hacía todas las noches. Luego se puso su pijama de algodón azul, que era su favorito porque no tenía rayas verticales. Odiaba los pijamas de rayas, le ponían enfermo.
Fue al baño y después de lavarse la cara, se afeitó, como hacía todos las noches. Primero usó su rasuradora eléctrica, y luego aplicó espuma de afeitar en su barba y se afeitó con su maquinilla desechable de cuatro hojas, ¡jamás de tres! Al terminar, se aplicó varios tipos de lociones after-shave diferentes, mezclando los aromas cuidadosamente para intentar obtener el olor perfecto.
Ya en la cama, Adalberto comenzó a leer un libro que había comprado esa tarde en su trabajo. Pero de repente, miró el reloj y vio que eran las 3:14 a.m. Ese número siempre le hace sentirse angustiado depresivo y alterado como si algo terrible estuviera a punto de suceder.
Se dio cuenta de que había olvidado su ritual nocturno de contar las palabras de las páginas del libro antes de dormir. Comenzó a hacerlo con ansiedad, asegurándose de que la cantidad fuera un número par.
Pero eso no fue suficiente. Necesitaba algo más, algo que lo hiciera sentir diferente a los demás. Entonces, se le ocurrió que todas las noches, antes de dormir, repetiría el número 128 como un mantra. Y lo haría exactamente 45 veces.
A medida que avanzaba la noche, Adalberto se iba sintiendo un poco más tranquilo. Aunque seguía preocupado por no tener una manía destacable como todo el mundo, pero creía que sus pequeños hábitos le generaban comodidad y seguridad.
Finalmente, se le cayó el libro y se durmió. Soñó que estaba en un mundo donde todos eran iguales y nadie tenía manías.
Colorín, colorado...
Jajaja jajaja jajaja jajaja, me encanta, que verdad, que nadie se ve su propia joroba.
ResponderEliminarCada um com suas manias...
ResponderEliminarBoa descrição de seus hábitos.
Muito interessante...história!
Muchas gracias por compartilo...
Con otras manías, pero igual que mi marido. ¡Pronto de psiquiátrico! hahahaha!!!
ResponderEliminarMuy bueno. Todos tenemos manías. Pero hay quien las tiene para contar a un psiquiatra.
ResponderEliminar¡Me encanta! 🥰
ResponderEliminarJaja, entiendo el odio al pijama a rayas debido a su aritomania 🤣🤣
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