De vez en cuando me gusta escribir un cuento, un cuento tiene muchas características interesantes, en primer lugar son breves y se despachan con pocas palabras, son sencillos en su estructura, tienen pocos personajes e investigan sobre temas atemporales y universales. Y, además, los leen mis nietos.
Érase una vez un hombre llamado Marcos, que tenía una forma muy particular de demostrar su cariño y amor por las personas que algo le importaban. Marcos creía que la mejor manera de expresar su amor era a través de los abrazos, y la intensidad de su cariño se medía por la duración del abrazo. Algunos abrazos apenas duraban unos segundos, mientras que otros podían extenderse por horas e incluso, en una ocasión, abrazo a una novia que tuvo durante un día entero.
Marcos amaba a muchas personas en su vida: su familia, sus amigos, sus vecinos, y todos ellos eran las víctimas propiciatorias de su afán por abrazarlos y demostrar su amor. Sin embargo, esto se convirtió en un problema para Marcos, ya que no quería dar abrazos a todas las personas que amaba de manera compulsiva y anormal, pero no podía resistir la necesidad de hacerlo. Como solución, decidió salir a la calle con una camisa de fuerza, lo que le impedía abrazar a nadie.
Pero esto no fue fácil para Marcos, quien se sintió muy abatido y triste por no poder abrazar a nadie. Pasaban los días, y cada vez se sentía más solo y aislado. Un día, mientras caminaba por la ciudad, vio a una linda mujer de cristal en una tienda de antigüedades. La mujer tenía un brillo especial que llamó la atención de Marcos, y sin dudarlo, entró a la tienda para conocerla mejor.
La mujer de cristal era hermosa, y Marcos se enamoró perdidamente de ella. No podía resistir la tentación de abrazarla y sentir su frágil cuerpo en sus brazos. La mujer de cristal, sorprendida por el amor que Marcos sentía por ella, decidió aceptar sus abrazos. Marcos la abrazó con toda la fuerza que tenía, y durante unos breves instantes, se sintió feliz y completo.
Pero entonces algo terrible sucedió. La mujer de cristal se rompió en millones de pedazos cortantes que se clavaron en el cuerpo de Marcos. Él intentó deshacerse de los cristales, pero era demasiado tarde, se estaba desangrando a enorme velocidad abrazado a los pedazos rotos de cristal de la mujer que amaba.
En el pueblo, desde entonces, Marcos fue recordado como el hombre que amaba abrazar, y aunque su amor fue desmedido, dejó una lección importante que la gente de allí aprendió muy bien: el amor verdadero no tiene nada que ver con la intensidad de los abrazos, sino que se relaciona más directamente con la calidad de las emociones que compartimos con las personas que amamos.
Emociona la última frase: "Hay abrazos en los que te quedarías a vivir" ¡Qué maravilla!
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