jueves, 23 de marzo de 2023

Los relojes del viejo Eustaquio (Cuento)

 

      Érase una vez un pequeño y estimable viejo relojero llamado Eustaquio. Él vivía solo en su pequeña tienda de relojes en el centro de la ciudad. Siempre estaba muy ocupado reparando relojes y ajustando las manecillas para que marcaran el tiempo correctamente. Sus minúsculas gafas siempre colgaban de su nariz.

      Una noche, mientras estaba profundamente dormido, Eustaquio fue despertado por unos ruidos extraños que venían del piso de abajo. Le pareció escuchar conversaciones y risas como si hubiera alguien en su tienda de relojes. Eustaquio pensó que era imposible que hubiera alguien allí, ya que había blindado su tienda con cerraduras y alarmas.

      Sin encender ninguna lámpara y vestido con un antiguo pijama a rayas azules verticales, Eustaquio se acercó al hueco de escalera que comunicaba su habitación con su tienda de relojes. Miró hacia abajo y vio algo que nunca había visto antes. Todas las vitrinas estaban abiertas y todos los relojes de pulsera estaban en el suelo en perfecta formación, como si fuesen un regimiento de peculiares soldados. Eustaquio podía escucharlos hablar, diciendo, rítmicamente, lemas como: "¡El tiempo somos nosotros! ¡Somos el tiempo! ¡Somos los amos del tiempo!"

      Los relojes más grandes y los despertadores estaban encima de los dos mostradores, apilados en desorden pero con actitud tranquila y con cierto desdén. Algunos gritaban desganados: "¡Somos la paciencia! ¡La paciencia vence al tiempo!"

      Eustaquio observó todo esto asombrado. Pero el reloj grande de péndulo, parecía somnoliento y aburrido, o más bien harto. Finalmente, el reloj dio un fuerte campanazo y gritó: "¡Se acabó la continua guerra entre la paciencia y el tiempo! ¡Todos a su sitio!"

      Eustaquio, entrecerrando los ojos, miró la hora. Eran las cuatro de la madrugada. Se dio la vuelta y regresó a su cama diciendo como para sí mismo:

      ─¡La paciencia y el tiempo!

      ─¿Una extraña combinación? ─se preguntó.

      Se acostó oyendo el tenue murmullo que hacían los cientos de relojes colocándose bien en las vitrinas. Cerró los ojos y volvió a exclamar:

      ─¡La paciencia y el tiempo!

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