miércoles, 27 de noviembre de 2024

A veces la soledad tiene algo de terapia

      Esta mañana me decía mi amigo Kimura que está un poco harto de su soledad, que lleva bastante tiempo recluido en su finca acompañado de las tres mujeres que atienden la casa y le cuidan, además del monje zen que tiene allí acogido. Me dijo que le podría apetecer volar a España y pasar aquí temporada así me haría compañía y no sentiríamos tanto el peso abrumador de la soledad que nos ataca de vez en cuando.

      Empleó el término “disocialización”, dijo que la palabra "soledad" es demasiado genérica en español y siempre evoca un sentimiento de vacío. Cuando no es deseado, se percibe como una carencia, un estado de desconexión que puede derivar en angustia, tristeza e incluso depresión.

      Comentó que la soledad no deseada es un fenómeno común en un mundo cada vez más interconectado, pero paradójicamente más aislado. Y que también nos enfrentamos a ella en diversas etapas de la vida: en momentos de cambio, pérdidas o simplemente cuando sentimos que no encajamos. Es un espejo que refleja nuestras vulnerabilidades y nos desafía a enfrentarlas.

      Explicó que en japonés hay más palabras para la “soledad” porque, la soledad también tiene otra cara, una que puede ser terapéutica y profundamente enriquecedora cuando se elige de manera consciente. Esta soledad deseada no es aislamiento, sino una oportunidad de introspección, de escuchar nuestra voz interior en un mundo saturado de ruido.

      Le dije que estaba muy de acuerdo con lo que exponía, pues en los momentos de soledad consciente, encontramos un espacio para explorar nuestro mundo interior. Y que la ausencia de estímulos externos nos invita a reflexionar sobre nuestras emociones, pensamientos y decisiones. Le añadí que es un acto de valentía mirar hacia adentro, y aunque puede ser incómodo al principio, la recompensa es un mayor autoconocimiento.

      Él respondió diciendo:

      ─Sí, si, es muy cierto. Esa introspección nos ayuda a identificar lo que realmente valoramos, las metas que deseamos perseguir y los aspectos de nuestra vida que necesitamos transformar.

      Pensé que la vida moderna nos mantiene en un estado constante de hiperactividad mental. En este contexto, la soledad actúa como un descanso necesario para nuestra mente. Al estar solos, sin presiones externas, podemos ordenar nuestras ideas, priorizar tareas y descomprimir el estrés acumulado. La soledad nos brinda un espacio para hacer una pausa, recalibrar nuestras perspectivas y tomar decisiones con mayor claridad.

      Le dije ─y se mostró muy de acuerdo─ que, a menudo, en nuestra interacción con los demás, adoptamos roles y máscaras que se ajustan a las expectativas externas. La soledad nos libera de esas demandas, permitiéndonos conectar con nuestra esencia más genuina. 

      Es posible que a veces sea una oportunidad para redescubrir lo que nos hace únicos, reconectar con nuestros intereses y aficiones, y experimentar un sentido renovado de propósito.

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