Esta mañana, Kimura y yo, hemos proseguido la conversación sobre el asunto de la soledad. Ayer tratamos las posibilidades terapéuticas, hoy hemos derivado un poco y hemos charlado sobre las conexiones entre la soledad perniciosa ─la no deseada─ y los estados de ansiedad.
Según Kimura, la soledad no deseada y los estados de ansiedad están estrechamente relacionados, influyéndose mutuamente y afectando la salud mental de quienes los padecen. Esta relación bidireccional, soledad/ansiedad, puede convertirse en un círculo vicioso, dificultando la recuperación sin intervención adecuada.
Él me decía que ve muy claro que la soledad puede actuar como desencadenante de ansiedad. Y que las personas que se sienten aisladas experimentan una sensación de amenaza o vulnerabilidad que activa respuestas ansiosas.
Mi amigo está convencido que también es corriente que haya personas que desarrollen ansiedad social, temiendo la crítica o el rechazo, lo que complica aún más las relaciones interpersonales. Este estado suele llevar a la hipervigilancia, donde la persona se enfoca excesivamente en señales de exclusión, intensificando su malestar.
Intervine para puntualizar un poco:
─Creo que por otro lado la ansiedad puede llevar al aislamiento social, ¿no? Posiblemente los trastornos de ansiedad, como la ansiedad social, provocan que las personas eviten interacciones por miedo al juicio o al fracaso, incrementando su soledad. Además, seguro que la ansiedad dificulta la comunicación y la creación de vínculos significativos, reforzando el aislamiento y perpetuando la desconexión social.
Kimura estaba hoy muy inspirado, tengo la impresión que se ha llevado toda la noche pensando y tomando notas sobre todo esto, le conozco bien. Siguió explicando:
─Observa bien; este vínculo genera un círculo vicioso: la soledad incrementa sentimientos de inutilidad y baja autoestima, que a su vez agravan la ansiedad, mientras que esta última dificulta buscar apoyo social, perpetuando la soledad. La “rumiación”, o la tendencia a enfocarse repetidamente en pensamientos negativos, también agrava la situación, intensificando tanto la ansiedad como la sensación de aislamiento.
Aproveché una ligera pausa para intervenir:
─Sí, sí... Las dos condiciones comparten un impacto psicológico significativo, como el estrés crónico y un mayor riesgo de depresión. Además, mirándolo desde la neurociencia, me atrevo a asegurar que su interacción puede alterar procesos biológicos clave, como los niveles de “serotonina” y “dopamina”, afectando tanto la salud mental como física.
Kimura no se amilanó y añadió:
─De esas cosas sabes tú mucho más que yo, pero lo que está claro es que la relación entre la soledad y la ansiedad es compleja y bidireccional, pero abordarla de forma integral puede aliviar ambas condiciones, ¿no? Pienso que esto no solo contribuye a mejorar la salud mental, sino también la calidad de vida y las relaciones interpersonales de quienes se enfrentan a este desafío. ¿Cómo se podría abordar?, ¿lo sabes?
Lanzó las dos preguntas como dos disparos. Me quedé pensando unos instantes, después respondí:
─Bueno... Creo que para romper este ciclo, es prioritario implementar estrategias como la terapia cognitivo-conductual (TCC), que ayuda a cambiar patrones de pensamiento negativos y fomenta las habilidades sociales. Y quizás también, prácticas como la meditación, el mindfulness y la regulación emocional pueden reducir el estrés y mejorar la capacidad de esas personas para manejar emociones difíciles.
Me miró con su cara rara de japonés y terminó la conversación riendo y diciendo:
─¡Vale! ¡Otro día me explicas eso!
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