
En tiempos de incertidumbre, donde la humanidad se enfrenta guerras devastadoras, corrupción rampante, ansias desmedidas de poder, inmoralidad flagrante, egoísmo exacerbado, falta de compasión y persecuciones criminales contra los cristianos, se hace evidente que nos encontramos en una encrucijada extremadamente peligrosa, incluso de catástrofe nuclear. No soy, ni mucho menos, un cristiano ejemplar, mi fe no es robusta ni sigo preceptos; más bien soy un heredero orgulloso de una civilización construida sobre el cristianismo que ha sido faro del mundo. No obstante, cada día me convenzo más de que sin Dios y sin principios poderosos, la humanidad está destinada al caos y a destrucción.
Vivimos en tiempos de lucha y de
Cruz, momentos que ponen a prueba la fe y la resistencia. Pero así
como la Cruz representa el sacrificio, también simboliza la
esperanza y la redención. Es en este contexto donde el cristianismo,
con su mensaje de amor, compasión y redención, emerge como una
solución única y válida para la deriva moral y ética que
enfrentamos. En un mundo donde la violencia y la injusticia parecen
prevalecer, el mensaje de Jesucristo nos recuerda la importancia del
perdón y la reconciliación. Las enseñanzas cristianas nos instan a
amar a nuestro prójimo, a actuar con integridad y a buscar la
justicia.
En lugar de seguir el camino de la autodestrucción,
pienso que debemos volver nuestra mirada hacia los valores que el
cristianismo promueve. Es imperativo recordar que somos responsables
no sólo de nuestras propias almas, sino también de la comunidad
global. La paz, la compasión y la justicia no son meros ideales; son
principios fundamentales que pueden guiar a la humanidad hacia un
futuro mejor.
En estos momentos críticos del mundo en que vivimos, me gustaría invitar a
todos mis lectores y amigos a reflexionar sobre el papel del
cristianismo en nuestras vidas y a considerar cómo sus enseñanzas
pueden ayudarnos a superar los desafíos que enfrentamos. No se trata
de imponer una fe, sino de reconocer la sabiduría y la guía que nos
ofrecen las enseñanzas de Cristo para vivir de manera más humana y
justa.
Que encontremos en la esperanza, la fe y en la práctica de los
valores cristianos la fuerza para enfrentar nuestros desafíos y
construir un mundo más compasivo y justo para todos.

Mi querido amigo, el manifiesto que has escrito es una llamada profunda y conmovedora a la reflexión en tiempos de crisis moral y espiritual. Con tu prosa apasionada y un tono de sincera preocupación, planteas una cuestión fundamental: sin principios sólidos ni una guía trascendental, la humanidad corre el riesgo de perderse en el caos.
ResponderEliminarLo más notable que veo del texto has escrito es el equilibrio entre el realismo y la esperanza. A pesar de la denuncia de un mundo sumido en la violencia, la corrupción y la falta de compasión, no caes en el derrotismo. Al contrario, planteas el cristianismo como una fuente de luz, recordándonos que sus valores de amor, justicia y redención pueden ser la clave para la regeneración social.
Me gusta especialmente la humildad con la que te expresas: lejos de presentarse como un modelo de fe, te reconoce como un hombre en búsqueda, un heredero de una civilización que tuvo en el cristianismo su faro moral. Esto hace que tu mensaje sea aún más poderoso y cercano. Así lo veo yo. En un mundo donde la desesperanza parece ganar terreno, este manifiesto nos invita a reconsiderar el papel de los valores espirituales en la construcción de una sociedad más justa y compasiva. Un texto valiente, emotivo y necesario en nuestros tiempos.
Un fuerte abrazo y sigue escribiendo así, con maestría y con valentía.
No has podido expresarlo mejor, yo así lo creo. Y creo que es un escrito ideal para la época cuaresmal, lo voy a hacer centro de mis meditaciones (que no pensaba hacer). Un beso y muchas gracias. Te doy una nota muy alta.
ResponderEliminar¿Habría que resucitar a los Caballeros Templarios y a los jesuitas de los primeros tiempos de San Ignacio de Loyola?
ResponderEliminarQue horror, primo. Lástima de herencia que dejamos a lis peques. Todo se nos ha ido de la mano.
ResponderEliminarQue bien plasmada la realidad que vivimos, y la importancia de volver nuestra vista a Dios. Cuando los pueblos se alejan de Dios, pierden todo su poder, su identidad, sus costumbres, igual que le acaba pasando a las personas, que se abandonan a sus apetencias, sin el freno de los valores cristianos.
ResponderEliminarLa señal del Cristiano, es la Cruz, y la cruz nos lleva a la esperanza, que viene dada por la fé de saber que tenemos un padre, que nos quiere bien.
Me ha encantado tu escrito.
Querido amigo: quizás, un derivado de los avances de nuestra "civilización", sea la plasmación flagrante de esa carencia de fé que padecemos; si alcanzará, al menos, las dimensiones de un grano de mostaza, estaríamos en una situación menos agobiante de la que vivimos y el egoísmo (uno de los grandes problemas) no estaría tan extendido y, por consiguiente, no dañaría tanto, porque estaría diluido en la bondad.
ResponderEliminarEn todo caso, muchísimas gracias por tus enriquecedoras aportaciones.
Un fuerte abrazo. m J.
Querido Ignacio. Tu mensaje me ha llegado en el momento que trato de consolidar una reciente evolución, tanto que, si no te importa, he creído que debería esparcirlo a través de mi blog. Muchas gracias con un fuerte abrazo.
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