Hicimos bien en intercambiarnos los números de teléfono; esta mañana me llamó “Jotaerre” ─ya sabéis, Jesús Ramón─ para tomar un café a media mañana. Inmediatamente le contesté que sí; tenía mucha curiosidad por saber más cosas de algunas fases de su vida, sobre todo de aquellas relacionadas con su vida dentro de la Iglesia como sacerdote y del rompimiento con la disciplina religiosa. Soy un curioso incurable.
Habíamos quedado en un bar de amplia terraza que a esa hora estaba casi vacío, nos sentamos cómodamente y ambos pedimos descafeinado de máquina con leche y media tostada con jamón.
Decidí ser osado y hacerle la pregunta directamente, lo abordé así:
─¿Aún eres un hombre religioso?
Levantó un poco la mirada apretando los labios, creo que le sorprendí y tardó bastante en contestar.
─La respuesta es sí. Y creo que ahora, que soy un cura secularizado, soy todavía más religioso. Imagino que en este momento tu pregunta será: ¿Y por qué te saliste?
Calló y cambió de postura mirando a la lejanía. No dije nada y esperé que siguiera hablando. No se demoró demasiado y añadió:
─Es un asunto muy complicado. Ya ha transcurrido bastante tiempo y aún no lo tengo claro del todo. Fue producto de una gran crisis interna, muy compleja... Y creo que no he salido de ella.
Me atreví a preguntarle:
─¿Y cuál fue el núcleo de la cuestión?
─Lo he pensado muchas veces, no estoy muy seguro, pero creo que un día me planteé un interrogante que fue como una explosión en mi mente y en mi espíritu...
Otra vez se detuvo y seguí manteniendo un respetuoso silencio. Al cabo de unos segundos continuó hablando:
─Un día, era una mañana fría pero con un sol muy brillante en la aldea, después de celebrar una Eucaristía con muy pocos fieles, no más de cuatro ancianos, pensé que la Iglesia estaba, y está, bloqueada por ritos y normativas de siglos pasados. A partir de ahí todo fue un cataclismo, una catarsis imparable. Sentí que estaba equivocado, percibí que el centro y el eje de la Iglesia no podía ser la fiel observancia de reglas, ritos litúrgicos y normas. No tardé en concluir que el centro director y la brújula que indica el camino de la Iglesia es el Evangelio de Jesús... Y todo se precipitó...
─¿Fue muy largo el proceso hasta la secularización?
Dio los últimos sorbos al descafeinado. Luego dijo:
─En realidad el tiempo carecía de importancia; fueron más de dos años. Lo verdaderamente importante para mí era concentrarme en lo esencial, en lo decisivo del camino que debía emprender en la búsqueda de un cristianismo de rostro más humano.
─¿Y que tal ha ido esa búsqueda? ─le pregunté con una sonrisa.
Él contestó de igual modo diciéndome:
─Te seguiré contando más otro día, ¿vamos a dar un paseo?