sábado, 26 de septiembre de 2020

El tiempo carecía de importancia...

     Hicimos bien en intercambiarnos los números de teléfono; esta mañana me llamó “Jotaerre” ─ya sabéis, Jesús Ramón─ para tomar un café a media mañana. Inmediatamente le contesté que sí; tenía mucha curiosidad por saber más cosas de algunas fases de su vida, sobre todo de aquellas relacionadas con su vida dentro de la Iglesia como sacerdote y del rompimiento con la disciplina religiosa. Soy un curioso incurable.

     Habíamos quedado en un bar de amplia terraza que a esa hora estaba casi vacío, nos sentamos cómodamente y ambos pedimos descafeinado de máquina con leche y media tostada con jamón.

     Decidí ser osado y hacerle la pregunta directamente, lo abordé así:

     ─¿Aún eres un hombre religioso?

     Levantó un poco la mirada apretando los labios, creo que le sorprendí y tardó bastante en contestar.

     ─La respuesta es sí. Y creo que ahora, que soy un cura secularizado, soy todavía más religioso. Imagino que en este momento tu pregunta será: ¿Y por qué te saliste?

     Calló y cambió de postura mirando a la lejanía. No dije nada y esperé que siguiera hablando. No se demoró demasiado y añadió:

     ─Es un asunto muy complicado. Ya ha transcurrido bastante tiempo y aún no lo tengo claro del todo. Fue producto de una gran crisis interna, muy compleja... Y creo que no he salido de ella.

     Me atreví a preguntarle:

     ─¿Y cuál fue el núcleo de la cuestión?

     ─Lo he pensado muchas veces, no estoy muy seguro, pero creo que un día me planteé un interrogante que fue como una explosión en mi mente y en mi espíritu...

     Otra vez se detuvo y seguí manteniendo un respetuoso silencio. Al cabo de unos segundos continuó hablando:

     ─Un día, era una mañana fría pero con un sol muy brillante en la aldea, después de celebrar una Eucaristía con muy pocos fieles, no más de cuatro ancianos, pensé que la Iglesia estaba, y está, bloqueada por ritos y normativas de siglos pasados. A partir de ahí todo fue un cataclismo, una catarsis imparable. Sentí que estaba equivocado, percibí que el centro y el eje de la Iglesia no podía ser la fiel observancia de reglas, ritos litúrgicos y normas. No tardé en concluir que el centro director y la brújula que indica el camino de la Iglesia es el Evangelio de Jesús... Y todo se precipitó...

     ─¿Fue muy largo el proceso hasta la secularización?

     Dio los últimos sorbos al descafeinado. Luego dijo:

     ─En realidad el tiempo carecía de importancia; fueron más de dos años. Lo verdaderamente importante para mí era concentrarme en lo esencial, en lo decisivo del camino que debía emprender en la búsqueda de un cristianismo de rostro más humano.

     ─¿Y que tal ha ido esa búsqueda? ─le pregunté con una sonrisa.

     Él contestó de igual modo diciéndome:

     ─Te seguiré contando más otro día, ¿vamos a dar un paseo?

miércoles, 23 de septiembre de 2020

El Covid19 allá en Japón

     Takumi Kimura, mi amigo, está de nuevo en Japón después de pasar unos días en Singapur. Singapur le gusta mucho pero no soporta el clima de allí en esta época. Comentó que su intención es pasar en su casa una temporada y venir a Europa cuando la pandemia del Covid19 la vea controlada. Le pregunté si estaría en la ciudad o en otro lugar y me dijo que en el campo.

     Al decir el campo él se refiere a una magnífica casa en el interior de la prefectura de Niigata. Se trata de una antigua granja que hace unos años acondicionó y modernizó pero conservando la estética antigua. También tuvo que modificar los cimientos para reforzar la estructura antisísmica, pues por allí son muy frecuentes los terremotos. Cuando Kimura me invita a ir a Japón siempre me dice que su casa puede resistir movimientos sísmicos de hasta 7,9 en la escala de Richter y que no debería tener miedo. Yo siempre le contesto lo mismo: “¿Y si nos coge en la calle?”.

     También le pregunté por la situación del coronavirus en Japón y me contestó que no era algo que le preocupaba demasiado y que creía que estaba muy bien contenido. Después me dio los últimos datos que tenía que mostraban un total de 79.438 casos y de ellos 71.648 curados. Fallecidos en total 1.508. Considera que es una cifra muy pequeña de muertes con relación a una población de 127 millones de habitantes.

     ─¿Crees que hay algo especial a considerar que explique este número tan reducido de casos y muertes en tu país?

     Se quedó pensativo unos instantes y respondió:

     ─Probablemente se deba a varias causas pero hay una hipótesis que a mí me llama mucho la atención y que me parece muy curiosa.

     ─¿Cuál es? ─pregunté con rapidez.

Sonrió y añadió después:

     ─El doctor Tatsuhiko Kodama, de la Universidad de Tokio, cuya dedicación principal es investigar cómo los pacientes japoneses reaccionan al virus. Sostiene la hipótesis de que Japón pudo haber sufrido el coronavirus en alguna época anterior. No exactamente el Covid19, sino algún virus muy parecido que pudo haber dejado a su paso una “inmunidad histórica”. Él insiste que un virus similar al SARS habría circulado por aquellas regiones de Asia en tiempos anteriores. Esto también podría explicar las bajas tasas de mortalidad, no sólo en Japón, sino en gran parte de China, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Hong Kong y otras zonas del Sudeste Asiático. ¿Qué te parece? ─preguntó.

     ─Me parece una hipótesis muy interesante si la pudiese probar, imagino que eso no será demasiado fácil. ¿Tú como lo ves?

     ─Yo soy escéptico, me parece difícil que sea eso. Pienso de manera más simple.

     Comencé a reír y le dije:

     ─¡Será la primera vez que veo a un japonés que piensa de manera simple!

     Reímos ambos de buena gana y después añadió:

     ─Confío más en tratar de evitar las «TRES C».

     ─¿Qué es eso?

     ─Pues mira, se trata de algo muy conocido ya. Evitar espacios cerrados con poca ventilación, “Closed spaces”, escapar de los espacios llenos de gente, “Crowded places”. Y el “Close contact”, es decir evitar los contactos cercanos y las conversaciones cara frente a cara.

     ─Sí, es verdad, es algo conocido ─contesté.

martes, 22 de septiembre de 2020

Un nuevo Otoño


     Comienza el Otoño. ¿Cuánto se habrá escrito sobre el Otoño hasta hoy? Bueno, comienza otro Otoño y se colorea el paisaje con otros tonos, dorados, amarillos rojos y todos los ocres del mundo. También la luz del verano pierde su dureza, se hace más débil y tenue; es el anuncio del Invierno que llegará después con sus fríos y lluvias.

     En nuestro hemisferio norte, el equinoccio de otoño de este año histórico 2020 será hoy martes 22 de septiembre a las tres y media de la tarde.  La estación durará 89 días y 20 horas, y finalizará el 21 de diciembre con la irrupción del invierno y una Navidad que será, probablemente, muy singular.

     Pues sí... dentro de un rato comienza el Otoño... Nada mejor ahora que escuchar unos minutos al gran Antonio Vivaldi, al que decían "Il prete rosso" («El cura rojo») por ser sacerdote y pelirrojo. Y, también, leer a nuestro Juan Ramón Jiménez.


sábado, 19 de septiembre de 2020

Mi amigo "Jotaerre" que fue cura

     Tuve mucha alegría de encontrarme con un amigo de la adolescencia, de aquellos tiempos del instituto. Hacía años que no le veía aunque tenía algunas referencias de su vida. Aún recuerdo que se marchó a mediados de un curso ─no sé cual─ pues a su padre lo destinaron a otra provincia. A lo largo del tiempo he ido teniendo noticias desperdigadas de él. Sé que se hizo sacerdote y estuvo de párroco en unos pueblos de la diócesis de Segorbe-Castellón. Después no sé si colgó de forma voluntaria la sotana o le instaron a que se saliera de cura, alguien me comentó que se había dedicado en demasía a la bebida y que por eso le habían puesto en la calle; demasiados comentarios. Lo cierto es que me dio gran alegría encontrarme con él después de tantos años.

     Nos reconocimos rápido después de un encuentro casual en una cola de las de dos metros de separación por el coronavirus. Nos fuimos luego a tomar un café y así charlar un poco. Él se llama Jesús Ramón pero los compañeros le decíamos siempre “Jotaerre”. La primera impresión que me dio fue que le vi demasiado taciturno, como si le molestase hablar, y con talante melancólico. Decidí no preguntarle nada sobre su vida y que la conversación fluyera del modo más natural posible.

     Por el camino le expliqué algunos de los muchos cambios que había en la ciudad y me paré en una librería a comprar un periódico. Creo que no prestaba demasiada atención a nada. Le pregunté cuánto tiempo hacía que andaba por aquí y me contestó con imprecisión: “Unos días”.

     Tomamos asiento en una mesa amplia y alejada, doblé el periódico por la mitad y lo puse al borde de la mesa contra la pared. En la primera página se leía un par de veces la palabra “democracia”, JR le pegó un vistazo y comentó:

     ─La democracia es ya una religión, una religión actual y seglar. La religión de la modernidad.

     Sentí como si empezará a jugar una rara partida de ajedrez y le respondí:

     ─Y lo peor es que la democracia no tiene que ver nada con la “voluntad del pueblo” como se nos quiere hacer creer, sino con la “voluntad de los políticos” que es sustentada por grupos de afectos profesionales, de grupos de interés y por activistas. Esa “voluntad de los políticos” es la que verdaderamente reina en la gran mayoría de las llamadas democracias.

     Me pareció ver que respiraba más tranquilo y añadió:

     ─Sí, es cierto. La confianza del personal en los políticos democráticamente electos está en los niveles más bajos de todos los tiempos de acuerdo con algunos estudios. Hay una enorme desconfianza de los gobiernos, en los líderes políticos, en las élites y en los organismos internacionales, que parecen haberse aposentado por encima de las leyes. Muchísima gente se ha vuelto pesimista en relación al futuro y para colmo ha llegado a nuestras ya depauperadas vidas el Covid19. ¡El remate! ─exclamó.

     Intenté profundizar un poco más y darle más confianza:

     ─También está sucediendo que los que presumen de ser gobiernos los democráticos no realizan bien lo que mucha gente considera su labor más importante: mantener la ley y el orden. El crimen, el vandalismo, los “okupas” caminan a sus anchas. Tanto la policía como el sistema judicial se muestran incompetentes, inermes y, frecuentemente, proclives a la corrupción. Pero, y tienes mucha razón, la democracia se ha convertido en una religión o en un dios inconcreto al que se le rinde el mayor culto de la tierra.

     ─Sí, así es. Casi 180 países del mundo proclaman sus excelencias democráticas, la nueva fe. Únicamente algunas naciones árabes, el Vaticano, Suazilandia y Birmania o Myanmar no se alinean en la creencia en el dios de la democracia. El politólogo americano Francis Fukuyama autor del famoso y controvertido libro “El fin dela Historia y el último hombre” manifestaba que el sistema actual de la democracia occidental es el culmen de la evolución política, el “non plus ultra” del desarrollo político de la humanidad.

     ─O sea, ¿la democracia liberal occidental como forma definitiva de gobierno para toda la humanidad? ─le pregunté.

     Afirmó agitando la cabeza de arriba abajo y añadió:

     ─Sí. Parece que algunos quieren fabricar una especie de ficción denominándola “democracia” como punto final de la política en el mundo. Y, claro, todo aquel que tenga el atrevimiento de pensar de otra forma será marginado por ser una mente desviada y será inevitablemente equiparado a terroristas, fundamentalistas o fascistas. Nadie deberá osar estar en contra de un concepto tan sagrado.

     En estas últimas palabras le noté poner un énfasis especial y le pregunté:

     ─¿Y hay alguna solución?

     ─Soy pesimista, cuando el hombre se ha convertido en borrego es muy difícil que se transforme otra vez en hombre, casi imposible, hace muchos años que lo vengo observando. Y, además, sufre grandes presiones para que ni lo intente.

     Intervine para sólo decir:

     ─Entiendo.

     Cuando nos despedimos me quedé, un tanto desolado, pensando en aquella frase de George Orwell en «1984»: “El poder consiste en hacer pedazos las mentes humanas y volver a unirlas en nuevas formas que elijas”.



miércoles, 16 de septiembre de 2020

Ventanas de Overton para todos


     Esta mañana pude conectar con Kimura, estaba un poco perdido. No sabía en qué parte del mundo estaba y no tenía ni idea de cuál sería el horario más apropiado para hablar con él. Lo primero que me dijo es que se echaba para atrás en su intención de venir a España a finales de este mes de septiembre o a principios de octubre. No ve nada clara la situación del Covid19 aquí y tampoco tiene confianza en cómo se está llevando el asunto, así que ha decidido dejar el viaje aquí para cuando el panorama esté más nítido. En esas fechas se irá a pasar unos pocos días en Singapur ─uno de sus lugares preferidos─ y después volverá a su Japón natal.
     Me ha dado mucho pena que no venga, pero lo comprendo. Le pregunté por qué le gustaba tanto Singapur y me contestó:
     ─En primer lugar es un sitio bastante seguro respecto al coronavirus, según mis últimas noticias sólo ha habido 27 fallecimientos y ahora mismo únicamente hay algo así como 577 casos activos. Allí ha habido 57.488 casos y los curados, o recuperados, han sido 56.884 de los contagiados. Allí me sentiré seguro.
     ─¿Cuánta gente hay allí?
     ─Algo más de seis millones de habitantes y ya llevan realizados más de dos millones de pruebas de coronavirus. Cuando llegue allí me tendrán que hacer otra, ya me he han hecho cuatro. De todas formas es un sitió interesante, me gusta Singapur. Pasó de ser una isla pobre a uno de los países más ricos del mundo en apenas sesenta años.
     ─¿Pasarás allí muchos días?
     ─No más de una semana, creo que alguna vez te dije que no me agradan las temperaturas ni las lluvias del país de las ventanas de Overton en estos meses de septiembre y octubre.
     ─¿De las ventanas de Overton? ¿Qué quieres decir? ─le pregunté curioso.
     ─Creía que la conocías. La ventana de Overton es una teoría que explica cómo es posible legitimar unas ideas ante la opinión pública y cómo la gente va adoptando estas ideas que al principio parecía imposible. Overton usó la ventana como una metáfora para intentar comunicar la idea de un campo de visión estrecho y perfectamente limitado a través del que únicamente podremos ver unas cosas y no otras, al igual que en las ventanas. Los políticos crean “ventanas” por las que únicamente podemos ver aspectos de la realidad, de la realidad que a ellos les conviene que veamos, claro.
     ─Ahora que lo dices me parece recordar algo. ¿Se trata de sacar a la luz una idea inaceptable y hacer que se convierta, poco a poco, y con pasos perfectamente estudiados, en una idea asumible?
     ─Pues sí, eso es. Así una política impensable en determinados momentos, se puede hacer evolucionar hasta ser aceptable, de aquí a ser considerada racional y sensata, después popular hasta que, finalmente, se transforme en una política necesaria.
     ─O sea, es una estrategia de manipulación que se aplica a los ciudadanos... En Singapur y aquí, ¿no?
     Lo vi sonreír a través de la pantalla, aunque no era una sonrisa, era un rictus. Unos instantes después dijo:
     ─Sin duda, sin duda, es una manipulación de la sociedad. Se va modificando la opinión pública y, en definitiva, algo que se puede considerar impensable e inaceptable, se transforma por medio de esta técnica de ingeniería social en algo totalmente aceptado por todos en el transcurso de algún tiempo.
     ─Total, lo que está pasando...

domingo, 13 de septiembre de 2020

"Morituri te salutant

     

     Esta mañana estuve un rato largo hablando con Briseida, primero me comentó algo sobre el tiempo en Munich, me parece que dijo que era muy bueno, muy soleado y que el termómetro marcaría más de 28º, eso sí, por la noche refresca un poco, pero aún son temperaturas muy agradables. Después tratamos el asunto de las “fake news” o bulos que dan la vueltas al planeta en poco minutos. También charlamos un poco de la segunda explosión del coronavirus aquí en España, me preguntó cómo veía yo la situación y le conté la anécdota de un amigo con el que todos los días me cruzó en el paseo matinal.

     Este conocido de toda la vida tiene alrededor de 80 años, pero va tieso como un palo, con un bastón y un sombrero marrón de ala corta con el que intenta protegerse del fuerte sol. No interrumpe ni un solo instante la sonrisa y saluda a casi todo el mundo. Cuando lo encontré fui yo el primero en preguntarle:

     ─¡Buenos días Roberto! ¡Qué tal va todo hoy!

     Me respondió rápido en latín:

     ─Morituri te salutant!

     ─¿Cómo es eso? ¿Te has levantado pesimista?

     ─¡Nada de eso! ¡Realista, únicamente realista! ─contestó.

     Después de unas risas entrambos, dijo:

     ─Mira, a mí esto del puñetero virus ese, me está transformando el pensamiento. Antes de febrero le temía mucho a la muerte, lo de morirme me daba bastante repelús, ahora, después del confinamiento y de tantas muertes ya me da hasta igual. Esto es así y es así... no hay que darle más vueltas, por eso voy por ahí diciendo, a todos con los que me paro por la calle, eso de “los que van a morir te saludan”: “Morituri te salutant!”. La cosa está dura, aquí en El Puerto ya han muerto unos cuantos y el virus vuela por ahí y si me agarra, me revolea en unos minutos y... ¡plaf!, ¡al camposanto directo!

     ─Eso es cierto. Si nos coge, como somos personal de alto riesgo, nos manda al más largo paseo en menos que canta un gallo. Pero tenemos que ser prudentes y andar con la máxima cautela. ¿No crees?

     Hizo un gesto la mano como espantando una mosca y añadió:

     ─Yo no voy a confinarme más, ni dejar mis paseos, ni las charlas con mis amigos, ni mis ratos diarios para tomar alguna copa de vino. Llevaré a cuestas mis máscaras y el tarro con ese asqueroso líquido gelatinoso que me ha dado mi hija. También me lavaré las manos las veces que pueda y ya está. Pero sin preocupación, iré mirando al frente y seguiré saludando con el “morituri te salutant”.

     Cuando nos despedimos lanzó otro latinajo:

     ─Recuerda: “Nascimur uno modo, multis morimur” que dijo Séneca.

     Seguí caminando dándole vueltas a la última frase que traduje, más o menos, como: “Todos nacemos de una única forma, pero morimos de muchas”. Creo que era así.

     Briseida se rió mucho y comentó:

     ─¿Ves? Esas son las cosas que echo de menos de España.



jueves, 10 de septiembre de 2020

El binomio de la realidad


     Puedo asegurar que hoy no tenía interés ninguno de hablar sobre el binomio pesimismo-optimismo, es más, al levantarme de la cama creía tener cierto sesgo optimista, pero para que se me quitara esa incipiente señal bastaron unos minutos escuchando la radio. Da igual la emisora.
     Y precisamente no parloteaban del antivirus ni de las vacunas, estaban con el asunto de la economía. Una señora rubia del gobierno (lo de rubia lo sé por las fotos, evidentemente, el color del pelo no se traslucía a través de las ondas radiofónicas) persistía en pronunciar la palabra “reactivación”, quizás la ha pronunciado veinte veces en los pocos minutos de su entrevista. Era como si tratara de inocularnos la convicción de que esto está en las mejores manos y que vamos hacia arriba a tope. La visión de los entrevistadores no era tan optimista, aunque lo expresaban muy educadamente.
     Me asombraba la estolidez de la señora rubia. Su voz, casi meliflua, insistía en la palabra “reactivación” y de convencer de que estamos en esa senda. También repetía cansina eso de la responsabilidad de todos y de arrimar el hombro, aunque creo que ─en el fondo─ trataba más bien de decir lo de arrimar el ascua a la correspondiente sardina.
     El binomio optimismo-pesimismo, lo digo así, es como un potenciómetro deslizante, ¿saben qué es eso? Es un dispositivo que se utiliza en los circuitos eléctricos y electrónicos para variar la resistencia al paso de la corriente eléctrica entre dos puntos del mismo. Así que unos días el botón deslizante del artilugio lo tengo en puntos de optimismo y otros, al extremo contrario, en el del pesimismo. Lo peor es que desde hace una temporada apreciable no se mueve del sitio del pesimismo.


lunes, 7 de septiembre de 2020

¿El síndrome de las trincheras?


     Por la mañana estuve desayunando en mi lugar preferido, aquella era casi mi mesa particular; es más, si estaba ocupada solía regresar a casa o ir a otro sitio. Tuve suerte, no había nadie ocupándola. Comencé a mirar en el móvil algunos periódicos para ver qué cosas, la mayoría tristes, nos depararía el día.
     Había tres señores a mi derecha en los que no había reparado antes, les oí la expresión “síndrome de la trinchera”. Comencé a disimular como si estuviera atento al teléfono pero en realidad me concentré en lo que hablaban.
     Uno de ellos, el que me daba la espalda, decía que desde la I Guerra Mundial hay mucha documentación sobre síntomas que afectaban a muchos soldados, en esa documentación se analizan casos de combatientes que habían sufrido pérdida del habla, espasmos y también el síntoma que denominaron de las “miradas vacías” o también “mirada de las mil yardas”, ya que los soldados parecían fijar su mirada muy a lo lejos, como si estuviesen oteando las trincheras del enemigo.
     Otro comentó:
     ─No sé si eso tiene mucho que ver con un nuevo síndrome de trincheras o neurosis, llámale como quieras, que está generando con este maldito coronavirus. Hay gente que ya padece un tremendo temor y no se atreven a salir a la calle, a lo sumo pasean un poco por lugares solitarios en los que difícilmente se cruzan con nadie.
     El que habló de la I GM añadió ahora:
     ─Sí, yo creo que algo tiene que ver, alguna relación hay. Probablemente esa neurosis de la trinchera se debía a que los soldados vivían en aquellas guaridas como animales asustados. Había combatientes que se quedaban petrificados e incapaces de reaccionar al ver cómo un compañero caía muerto a su lado. E, incluso, hay relatos en los que se dice que esas sensaciones no eran, ni por asomo, comparables con el gran pavor que les atenazaba al oír el silbato con el que se les conminaba a abandonar las trincheras y correr hacia el enemigo a cuerpo limpio, oyendo el terrible estruendo de las balas y obuses a su alrededor.
     El tercero de ellos, que aún no había dicho nada, intervino:
     ─No sé mucho de esto, pero veo algunos paralelismos que me parecen preocupantes. El confinamiento y estar en las trincheras tienen algún parecido. El escuchar el silbato como orden de salir y enfrentarse al enemigo es algo que también veo. La “mirada vacía” de todos dirigida a la incertidumbre también es algo común. Y, desde luego, el ruido de las balas y del campo de batalla, creo que es paralelo a la algarabía de las televisiones, radios y periódicos a todas las horas del día.
     Creo que se dieron cuenta de que estaba escuchando, no obstante siguieron hablando.
     ─El excesivo estrés de las batallas provocó que muchos combatientes perdiesen la razón. Las horribles pesadillas que muchos padecían y las enormes dificultades para dormir provocaban que no pudiesen diferenciar entre lo que realmente habían vivido y lo que habían soñado. Como era previsible, los casos más severos de este tipo de neurosis hacían que algunos soldados, sintiesen graves impulsos suicidas...
     De un modo un tanto incorrecto me introduje en la conversación diciendo:
     ─Perdonen ustedes, no he podido evitar escucharles en su interesante conversación, también creo que hay analogías entre ese “síndrome de las trincheras” y el que vamos a padecer a causa del coronavirus y de la gestión de la pandemia. Aunque creo que no debemos olvidar, que al gran número de soldados muertos, había que sumar todas las víctimas que una vez terminada la acción bélica quedaron sin lesiones físicas, pero muy traumatizados y ya fueron incapaces de acoplarse a una vida sin guerra, quedando afectados por una experiencia que les había destruido, o dejado muy perturbado, su mundo emocional y mental. ¿Estaremos pronto en ese mismo caso? ─me atreví a preguntarles.
     Uno asintió con un movimiento de cabeza y los otros dos, a la vez, dijeron:
     ─Posiblemente...