Tuve mucha alegría de encontrarme con un amigo de la adolescencia, de aquellos tiempos del instituto. Hacía años que no le veía aunque tenía algunas referencias de su vida. Aún recuerdo que se marchó a mediados de un curso ─no sé cual─ pues a su padre lo destinaron a otra provincia. A lo largo del tiempo he ido teniendo noticias desperdigadas de él. Sé que se hizo sacerdote y estuvo de párroco en unos pueblos de la diócesis de Segorbe-Castellón. Después no sé si colgó de forma voluntaria la sotana o le instaron a que se saliera de cura, alguien me comentó que se había dedicado en demasía a la bebida y que por eso le habían puesto en la calle; demasiados comentarios. Lo cierto es que me dio gran alegría encontrarme con él después de tantos años.
Nos reconocimos rápido después de un encuentro casual en una cola de las de dos metros de separación por el coronavirus. Nos fuimos luego a tomar un café y así charlar un poco. Él se llama Jesús Ramón pero los compañeros le decíamos siempre “Jotaerre”. La primera impresión que me dio fue que le vi demasiado taciturno, como si le molestase hablar, y con talante melancólico. Decidí no preguntarle nada sobre su vida y que la conversación fluyera del modo más natural posible.
Por el camino le expliqué algunos de los muchos cambios que había en la ciudad y me paré en una librería a comprar un periódico. Creo que no prestaba demasiada atención a nada. Le pregunté cuánto tiempo hacía que andaba por aquí y me contestó con imprecisión: “Unos días”.
Tomamos asiento en una mesa amplia y alejada, doblé el periódico por la mitad y lo puse al borde de la mesa contra la pared. En la primera página se leía un par de veces la palabra “democracia”, JR le pegó un vistazo y comentó:
─La democracia es ya una religión, una religión actual y seglar. La religión de la modernidad.
Sentí como si empezará a jugar una rara partida de ajedrez y le respondí:
─Y lo peor es que la democracia no tiene que ver nada con la “voluntad del pueblo” como se nos quiere hacer creer, sino con la “voluntad de los políticos” que es sustentada por grupos de afectos profesionales, de grupos de interés y por activistas. Esa “voluntad de los políticos” es la que verdaderamente reina en la gran mayoría de las llamadas democracias.
Me pareció ver que respiraba más tranquilo y añadió:
─Sí, es cierto. La confianza del personal en los políticos democráticamente electos está en los niveles más bajos de todos los tiempos de acuerdo con algunos estudios. Hay una enorme desconfianza de los gobiernos, en los líderes políticos, en las élites y en los organismos internacionales, que parecen haberse aposentado por encima de las leyes. Muchísima gente se ha vuelto pesimista en relación al futuro y para colmo ha llegado a nuestras ya depauperadas vidas el Covid19. ¡El remate! ─exclamó.
Intenté profundizar un poco más y darle más confianza:
─También está sucediendo que los que presumen de ser gobiernos los democráticos no realizan bien lo que mucha gente considera su labor más importante: mantener la ley y el orden. El crimen, el vandalismo, los “okupas” caminan a sus anchas. Tanto la policía como el sistema judicial se muestran incompetentes, inermes y, frecuentemente, proclives a la corrupción. Pero, y tienes mucha razón, la democracia se ha convertido en una religión o en un dios inconcreto al que se le rinde el mayor culto de la tierra.
─Sí, así es. Casi 180 países del mundo proclaman sus excelencias democráticas, la nueva fe. Únicamente algunas naciones árabes, el Vaticano, Suazilandia y Birmania o Myanmar no se alinean en la creencia en el dios de la democracia. El politólogo americano Francis Fukuyama autor del famoso y controvertido libro “El fin dela Historia y el último hombre” manifestaba que el sistema actual de la democracia occidental es el culmen de la evolución política, el “non plus ultra” del desarrollo político de la humanidad.
─O sea, ¿la democracia liberal occidental como forma definitiva de gobierno para toda la humanidad? ─le pregunté.
Afirmó agitando la cabeza de arriba abajo y añadió:
─Sí. Parece que algunos quieren fabricar una especie de ficción denominándola “democracia” como punto final de la política en el mundo. Y, claro, todo aquel que tenga el atrevimiento de pensar de otra forma será marginado por ser una mente desviada y será inevitablemente equiparado a terroristas, fundamentalistas o fascistas. Nadie deberá osar estar en contra de un concepto tan sagrado.
En estas últimas palabras le noté poner un énfasis especial y le pregunté:
─¿Y hay alguna solución?
─Soy pesimista, cuando el hombre se ha convertido en borrego es muy difícil que se transforme otra vez en hombre, casi imposible, hace muchos años que lo vengo observando. Y, además, sufre grandes presiones para que ni lo intente.
Intervine para sólo decir:
─Entiendo.
Cuando nos despedimos me quedé, un tanto desolado, pensando en aquella frase de George Orwell en «1984»: “El poder consiste en hacer pedazos las mentes humanas y volver a unirlas en nuevas formas que elijas”.
Buena reflexión sobre la democracia. Nos la quieren vender como lo más perfecto incluso sabiendo que todas las democracias derivan hacia totalitarismos. Hay que tener más en cuenta la famosa frase de Winston Chruchill: «La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás». Pero aún hay mucho que probar y experimentar.
ResponderEliminarAlguien dijo una verdad muy grande: «El pueblo solo es soberano el día de las elecciones».
ResponderEliminarPesimista y desoladora reflexión dobre la democracia, pero acertada y certera. Me gusta mucho como tratas el encuentro con tu compañero de la adolescencia, midiendoos las distancias, sin atreveros a manifestar abiertamente vuestras ideas politicas sin averiguar antes las del viejo amugo. Con los años las ideas sobre la democracia.la política y la bida en general, van perdiendo brillo, se van fundiendo con otras que nunca antes habiamos aceptado, nos va ganando el pesimismo, el desengaño, la desilusion y solo acertamos a decir: "No era esto, no era esto".
ResponderEliminarLo peor de la democracia, es que hacen alarde de ella, precisamente, los que más alejados están de sus principios básicos. No se nos olvide que, siguiendo la tendencia demográfica, el mundo occidental perderá su base cultural porque ganarán, democráticamente, los nuevos ciudadanos que nos están invadiendo. Ellos vienen en busca de un horizonte vital que mejore sus vidas. Pero van a conocer la triste realidad de la sociedad que les acoge, cuya debilidad es una auténtica tentación para hacerse con el poder, por las reglas de la democracia, tan venerada. ¡Y ya no hay tiempo para corregir, de forma pacífica y democrática, está inexorable tendencia.
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