Hoy deseaba escribir sobre un gusano, la historia de un gusano. Un nematodo de suelo de dimensión milimétrica que, en el mejor de los casos, vive tres semanas, no más. Son gusanos redondos, los nematodos son uno de los grandes grupos en los que se clasifican los invertebrados del reino animal. Se alimenta de microorganismos y micronutrientes y en ocasiones debe soportar períodos donde el alimento es escaso. Su nombre tiene aire de cierta categoría, se llama: Caenohabditis elegans. Los estudios sobre este diminuto ser han dado lugar a la concesión de seis premios Nobel.
Todo empezó un poco más allá de la mitad del siglo XX, en 1963. Sydney Brenner, biólogo sudafricano galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 2002, escogió este gusano como modelo de organismo que podía servir de puente, o enlace, entre la biología molecular ─diez años antes se había descubierto la estructura del ADN─ y la neurobiología. El proyecto que Brenner emprendía era el de elaborar un “mapa” completo del gusano, de sus genes, de sus células, de su sistema nervioso, de todo.
Probablemente Brenner eligió este nematodo porque es un organismo pluricelular que tiene sus células organizadas formando órganos y sistemas bastante simples. A pesar de su pequeñez tiene un sistema digestivo formado por estoma (o boca), faringe e intestino. También dispone de órganos sexuales (gónadas) y un sistema nervioso muy primario. El C. elegans no tiene ojos, pero presenta cierta capacidad para percibir algunas frecuencias lumínicas. Además, su cuerpo es transparente, lo que posibilita visualizar, con técnicas de microscopía, algunos de sus procesos biológicos.
Sydney Brenner lo logró, actualmente se dispone del genoma completo y de un mapa del desarrollo de cada una de sus células. El tipo más corriente de esta criatura viva, la hermafrodita, posee únicamente 959 células de las cuales 302 son neuronas. En 1984 se completó el mapa con sus ocho mil sinapsis. Después sucedió que no había demasiadas ideas claras y fácilmente comprensibles sobre el funcionamiento de todo el sistema conjunto. Conocer las conexiones permite a los investigadores diseñar experimentos para estudiar las respuestas del gusano ante estímulos en su pequeño mundo, pero poco más. El conectoma (así se llama ahora. Un conectoma (es un mapa de las conexiones entre las neuronas del cerebro. La producción y el estudio de los conectomas se conoce como conectómica) planteaba muchas hipótesis a las que había que poner a prueba, alterando el sistema, por medio de modificaciones genéticas o quitando células, y verificando los efectos. Hoy día, en 2022, los trabajos sobre estos humildes gusanos siguen imparables y se conoce bastante bien cómo el animalito percibe su entorno y de cómo se comporta.
Es fácil notar todo lo que hay contenido de neurociencia en el gusano C. elegans pero, afortunadamente, hay muchísimo más. Hoy sabemos que las enfermedades por alteración en la conformación de las proteínas, como el Alzheimer, la enfermedad de Huntington y la de Parkinson, resultan del plegamiento anómalo de las proteínas, dotándoles de una estructura fibrilar diferente a la que se denomina “amiloide”. El estudio de estos “amiloides” han convertido al Caenorhabditis elegans en un organismo modelo para el descubrimiento de compuestos que permitan alargar la esperanza de vida y/o la reducción de la parálisis corporal de pacientes con Alzheimer, ya que estos ─y otros gusanos también─ desarrollan agregados amiloides de diferentes tamaños, parecidos a los que aparecen en cerebros afectados de Alzheimer.
Aún hay futuro para estos diminutos animales.