Sin duda el gran salto de las neurociencias, desde sus principios hasta hoy día, ha sido debido a la disponibilidad de aparatos de observación de la actividad cerebral que han aportado una enorme cantidad de datos e información, al igual que ha sucedido en otras ciencias como en la astronomía con el telescopio espacial Hubble o a la biología y otras ciencias con la microscopía electrónica.
Pero tenemos que señalar primero la electroencefalografía (EEG), que ha desempeñado un papel importantísimo al revelar los cambios de la actividad eléctrica en los patrones cerebrales ─milisegundo a milisegundo─ mientras hacemos diversas tareas o pasamos por distintas fases del sueño. Desde luego hay que reconocer sus limitaciones y saber que la EEG es poco efectiva a la hora de asignar funciones a regiones específicas del cerebro.
Y citada la EEG no me resisto a contar, aunque sea brevemente, la historia de Hans Berger (1873─1941) neurólogo y psiquiatra alemán, considerado en la actualidad como el padre de la electroencefalografía.
Cuando tenía diecinueve años, en 1892, participaba en unas maniobras militares y en un desgraciado accidente estuvo casi a punto de perder la vida aplastado por un cañón. Aquel mismo día recibió un telegrama de su hermana, que le preguntaba por su salud, esa coincidencia lo llevo a pensar en la existencia de la telepatía. A partir de ese momento se dedicó con pasión a tratar de encontrar y medir lo que él denominó «energía psíquica». En sus intentos de hallar la procedencia de esa «energía psíquica», buscó la manera de medir los flujos sanguíneos en el cerebro haciendo registros de la actividad eléctrica en el mismo. Esto lo hacía en su laboratorio de la ciudad alemana de Jena, en 1902. Como podemos suponer los equipos de que disponía en aquella época ─recién iniciado el siglo XX─ era muy rudimentarios y sus intentos fracasaron.
No obstante Berger era un hombre muy perseverante y, de vez en cuando ─a lo largo de más de veinte años─ emprendía nuevos experimentos e intentos. Ya por fin, en 1924, ensayó con un nuevo dispositivo, que usaba dos electrodos grandes fabricados con unas láminas muy finas de plata, que se aplicaban en la frente y en la nuca de la persona y, por la otra parte, se conectaban a un amplificador electrónico de válvulas de vacío que tenía de salida un voltímetro. Con este rudimentario aparato logró obtener registros eléctricos del cerebro de su hijo Klaus.
Estuvo cinco años más trabajando en solitario y perfeccionando el sistema hasta que en 1929 publicó un primer artículo sobre su «Elektrenkephalogramm». Lamentablemente tuvo poco respaldo de la ciencia alemana de entonces y debió esperar hasta que sus descubrimientos se confirmaron en Inglaterra en 1934.
La historia de este hombre de ciencia no terminó bien, con la entrada del nazismo en Alemania, Hans Berger fue destituido de su cargo como jefe de la Unidad de Psiquiatría de la Universidad de Jena. Finalmente, el 1 de junio de 1941 se suicidó.
Buenos días. Breve y estimulante lectura mañanera para reflexionar sobre el poder de la constancia y de la insistencia. No conocía nada de esta historia. Muchas gracias.
ResponderEliminarMuy interesante.
ResponderEliminarHabía escuchado cosas sobre la neurociencia pero no me imaginaba que pudiese ser un tema tan amplio y tan apasionante. Yo, desde luego, voy a disfrutar un montón con estas cosas, me encanta como las cuentas. Un abrazo.
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