Probablemente una de las palabras más oídas hoy día sea “innovación”, se usa en política, en el mundo de la empresa, en la enseñanza, en el mundo de la cultura... Tenemos la palabra metida en todos los ámbitos de la actividad humana, incluso en la religión. Es como una muletilla que se nos ha colado por todos los sitios, es, también, como la bandera de un progreso pretendido. Según el diccionario, innovación es la acción de innovar: de mudar, cambiar, alterar. Es variar algo introduciendo novedades.
Creo que entonces podemos decir que innovar es el proceso de crear algo nuevo o mejorar algo existente. El concepto de innovación podría ser aplicado a un producto, un proceso, un servicio o una nueva forma de hacer las cosas. La innovación puede ser incremental, es decir, mejorando poco a poco un producto o proceso existente, o puede ser disruptiva, es decir, creando un nuevo mercado o cambiando radicalmente una industria. La innovación también podría ser incremental o radical, dependiendo del grado de reforma y novedad que introduce en el sistema.
La innovación es esencial para el crecimiento económico, la competitividad y el progreso en general, por eso cualquier dirigente político, social o empresarial que no tiene en su discurso nada realmente nuevo que ofrecer se refugia en hablar de la innovación ─siempre con engolada voz─ intentando convencer a su audiencia para que considere la sabiduría que reflejan sus palabras.
Nunca hemos oído hablar tanto de innovación, en tantos diversos campos, nunca se ha percibido como tan necesaria y nunca se han contado tantas mentiras sobre ella. Desafortunadamente, lo cierto es que nada cambia después de un discurso y, aunque sea muy “políticamente correcto”, generará emociones negativas y sensaciones de decepción.
¿Será que es muy fácil hablar sobre la necesidad de la innovación, pero llevar a cabo esa idea es otra historia bien distinta?
Hablando en Román Paladino, una cosa es predicar, y otra dar trigo. Muchas veces los discursos (sobre todo los políticos), están llenos de palabras huecas que buscan deslumbrar al auditorio, pero no pasan de ahí. La palabra innovación está sobrevalorada por demasiado oída y da la impresión de no significar nada, porque a menudo está sujeta a la subjetividad del que la pregona.
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