Recuerdo que mi madre leyó una vez ─estoy hablando de algo de hace muchos años─ un artículo que trataba sobre el “derecho a equivocarse”, aquel texto le impactó muchísimo y estuvo hablando del mismo durante una buena temporada. Creo que era de la “tercera” del ABC y que su autor era un escritor muy conocido de aquella época. Quizás, no sé, estoy hablando de la década de los 60 de nuestro siglo anterior. Aquel artículo se convirtió para mi madre en una especie de declaración personal de principios, y lo sacaba a colación siempre y cuando le convenía. También, esa consideración del “derecho a equivocarse” pasó entonces a formar parte de mi vida.
Cierto que de humanos es equivocarse, pero asumir que se ha cometido un error puede ser la pauta para enriquecernos como personas e iniciar cambios en nosotros. Cuando nos obstinamos en encontrar una sola respuesta, perdemos la ocasión de adquirir conocimiento por el hecho de ignorar las posibilidades no válidas. Posiblemente el estar cercano a lo correcto por medio de la eliminación de las respuestas incorrectas nos proporciona siempre un beneficioso aprendizaje.
No sé si mi madre se hacía estas consideraciones, pero defendía a capa y espada su derecho a errar de vez en cuando, aunque era razonable y admitía que podía haber matices diferentes y que la dimensión del error era un asunto fundamental que introducía nuevas variables.
Básicamente, el derecho a equivocarse es aquel que nos permite actuar sin temor a no cumplir con las expectativas de los demás. Nos permite intentar cosas nuevas y no quedarnos estancados en una posición segura y estática. Si no tuviésemos este derecho, estaríamos condenados a repetir siempre lo mismo. En otras palabras, el derecho a equivocarse nos da la libertad de explorar y probar cosas nuevas sin miedo al fracaso.
En el proceso de aprendizaje ─al que antes nos referíamos─ los individuos nos encontramos en constante transformación: nuestra visión crece y nuestro pensamiento se vuelve mucho más profundo que el anterior. Y gracias a ese cambio que se opera, obtendremos una mejor versión de nuestras personas. Nunca terminamos de aprender y es ese deseo de resolver nuestras dudas y de cuestionar lo establecido lo que nos ayudará a crear nuestra vida.
Mi madre también sabía ─y tenía muy en cuenta─ que los cambios suelen siempre generar algún temor y que nos conducen a procesos que no son sencillos. Pero podemos facilitar los procesos de cambio y transformación si vemos en cada situación la oportunidad de interrogarnos si vamos por el camino correcto o vamos errados; hacer esto no sólo nos permitirá conocer los riesgos y las consecuencias de las decisiones y de los caminos que estamos eligiendo, sino que también nos permitirá darnos cuenta si nos estamos equivocando o si estamos en el buen camino.
Ella añadiría ahora ─en plan epílogo─ una cuestión, y estoy seguro que que sería parecida a esta: ¿Eres capaz de aceptar tus errores con naturalidad?
Quedé pensativo unos instantes recordándola y concluí preguntándome: ¿Será ese el quid de la cuestión?
👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻 Mi madrina. Adelantada absoluta a su época...👍🏼
ResponderEliminarUm bom questionamento...se estamos errando...em muitos momentos sim....
ResponderEliminarSerá que fui incoveniente...
...em que a verdade seja outra.
..concordo com sua mãe.
Obrigada!..e assim nos questionamos....
Muy bonitos recuerdos...
ResponderEliminarJá não se fazem mulheres como antigamente.
ResponderEliminarqué bueno, y cuanta razón
ResponderEliminarEl no equivocarte, por el miedo a errar, te lleva a una rutina espantosa, y seremos siervos de nuestra estrechez de miras.
ResponderEliminarPues creo que, efectivamente, el quid de la cuestión es ése: es difícil apearse del burro y aceptar el error. Si los científicos no se condujeran en su labor investigadora por la prueba-error no se habría avanzado apenas en conocimiento, y sin embargo las personas que nos desenvolvemos en un plano más doméstico , por así decirlo, parece que prescindimos muchas veces de ejercer ese derecho tan natural.
ResponderEliminarEntre las personas que recuerdo con mucho cariño, está tu madre, amigo Ignacio. Nunca tuvo un mal gesto con ninguno de tus amigos y siempre se mostro generosa aportando su sabiduría y muchos aperitivos cuando aparecíamos en tu casa a mediodía. Era muy leída y recuerdo que me aconsejó la lectura de la obra de su paisano Blasco Ibáñez como medio para entender como era el espíritu n
ResponderEliminarMuy sabia tu madre. Para avanzar hay que arriesgar y te puedes equivocar. El derecho a equivocarse...me encanta!
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