sábado, 23 de noviembre de 2024

No sé si puedo fiarme de la razón


      Estoy por pensar que no se puede uno fiar de la razón o, por lo menos, no totalmente.

      Sí, lo sé, la razón ha sido, durante siglos, la herramienta predilecta del ser humano para entender y transformar el mundo. Sin embargo, como toda herramienta, creo que no está exenta de limitaciones ni exime de cuestionamientos sobre su validez absoluta. Hoy me ha dado por analizar un poco las fortalezas, las limitaciones y el papel de la razón en nuestra búsqueda de conocimiento y sentido de todo.

      Sigo diciendo lo mismo: lo sé. La razón constituye el cimiento sobre el cual se construyen disciplinas como la ciencia, la lógica y las matemáticas. Su capacidad para estructurar pensamientos y descubrir verdades objetivas ha demostrado ser invaluable, permitiéndonos predecir fenómenos y resolver problemas muy complejos. Pero, sin embargo, no me parece que sea perfecta, pues las capacidades racionales de nosotros, los humanos, están influidas por factores tales como prejuicios, emociones y ámbitos culturales, eso plantea la posibilidad de que algo razonable en un contexto determinado pueda resultar resulte incoherente en otro, ¿no es así?

      Queramos, o no queramos, la razón está condicionada por la naturaleza humana y, por tanto, está lejos de ser un sistema universal puro y limpio. Algunos filósofos, como David Hume, señalaron que "la razón es esclava de las pasiones", sugiriendo que nuestras emociones y deseos a menudo conducen nuestras conclusiones racionales. Y, por si fuera poco, el cerebro humano está sujeto a sesgos cognitivos que pueden distorsionar nuestra percepción y procesamiento de la información. Ya sabemos que debate filosófico, el racionalismo y el empirismo han ofrecido interpretaciones contrastantes sobre el papel de la razón. Los empiristas, representado por filósofos como Locke y Hume, argumentaban que la experiencia y la percepción sensorial son fuentes más fiables, ya que las ideas racionales pueden desconectarse de la realidad concreta. Y, los racionalistas ─como R. Descartes─ sostenían que la razón es la base última del conocimiento, capaz de alcanzar verdades universales mediante el uso de la lógica.

      Pero, a pesar de mi inevitable cartesianismo ─personal y profesional─ veo claro que hay preguntas fundamentales que la razón parece incapaz de responder: ¿Cuál es el propósito de la existencia? ¿Cuál es la naturaleza de lo divino? ¿Cómo comenzó el universo? Es cierto, y lo comprendo perfectamente, que en estos casos, muchas personas recurren a otras formas de conocimiento, como la fe, la intuición o el arte, y que estás otras maneras de ver las cosas pueden complementar los vacíos de la lógica y la racionalidad.

      ¿Saben qué les digo? Pues que, aunque la razón es un poderoso instrumento, confiar ciegamente en la razón puede ser hasta peligroso. La crítica constante y la apertura a otros enfoques, como las emociones, la experiencia y el consenso social, pienso que son esenciales para enriquecer nuestro entendimiento.

      Posiblemente la razón deba ser una brújula que guíe nuestra búsqueda de conocimiento, pero no un muro infranqueable que limite nuestra percepción del mundo.

martes, 12 de noviembre de 2024

Replanteamiento: "Conócete a ti mismo"

 

      Conócete a ti mismo, rezaba el frontón del templo de Apolo en Delfos. Esta frase ha servido durante siglos como una invitación a la introspección, a una mirada interior que busca entender el propósito y el lugar del ser humano en el universo. Hoy, en medio de crisis ecológicas, sociales y espirituales, esta invitación se hace más urgente que nunca. ¿Realmente nos conocemos? ¿Hemos comprendido nuestro rol en el delicado equilibrio de la vida en la Tierra?

      Me hacía esta y otras preguntas en la silenciosa madrugada de hoy; ya saben, en esos momentos de insomnio malvado que se suele padecer a ciertas edades. Surgió todo después de leer un artículo de José Antonio Pagola (“Plantearnos las grandes cuestiones”) cuyo final lo formaban estos tres parágrafos:

¿No ha llegado el momento de plantearnos las grandes cuestiones que nos permitan recuperar el «sentido global» de la existencia humana sobre la Tierra, y de aprender a vivir una relación más pacífica entre los hombres y con la creación entera?

¿Qué es el mundo? ¿Un «bien sin dueño» que los hombres podemos explotar de manera despiadada y sin miramiento alguno o la casa que el Creador nos regala para hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el cosmos? ¿Un material bruto que podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su Espíritu lo vivifica todo y conduce «los cielos y la tierra» hacia su consumación definitiva?

¿Qué es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos, luchando desesperadamente contra la naturaleza, pero destinado a extinguirse sin remedio, o un ser llamado por Dios a vivir en paz con la creación, colaborando en la orientación inteligente de la vida hacia su plenitud en el Creador?

      Estas preguntas, pensaba, nos conducen a una reflexión profunda sobre el “sentido global” de la existencia humana y el modo en que nos relacionamos con el mundo que habitamos. No se trata sólo de reflexionar individualmente sobre nuestros valores, sino de enfrentar colectivamente la idea de si el mundo es un recurso para explotar o una casa compartida que debemos cuidar. Estas cuestiones, además de ser filosóficas, exigen respuestas éticas y prácticas: ¿somos meros consumidores de la naturaleza, o sus guardianes?

      En este sentido, creo que nos vemos ante una encrucijada. Si consideramos el mundo como un “bien sin dueño” para explotar, perpetuamos una relación conflictiva y destructiva que no sólo daña el planeta, sino que erosiona nuestro propio espíritu. Sin embargo, si entendemos la creación como un don sagrado, algo que debemos cuidar, guiados por la sabiduría y el respeto, damos un paso hacia una relación de paz con la naturaleza y con nosotros mismos.

      Finalmente, en el planteamiento de si el ser humano es un ente perdido o un colaborador en el plan de la creación, emerge una visión esperanzadora: reconocer en nosotros un propósito más elevado y colaborar en el desarrollo de una existencia armónica. El reto no es menor, pero también es la vía para transformar nuestra sociedad en un espacio de paz y plenitud, en sintonía con la creación. Nos toca, entonces, reinterpretar esa antigua frase de Delfos y preguntarnos si al conocernos, podemos también conocer y respetar mejor el mundo y nuestro lugar en él.