Hoy
le pedí a Selena que hiciera unas fotos de la baraja de los dioses
egipcios para ponerlas aquí. No recuerdo muy bien lo mucho que después comentó sobre los dioses de piedra y
los templos de Egipto.
Creo
que, entre otras cosas, me dijo que los templos no sólo eran los
lugares para adorar a los dioses, sino que también eran concebidos
como un lugar para ponerse en contacto con ellos. Todos ellos tenían tres partes bien diferenciadas. La primera de
ellas era una gran sala al aire libre que acogía al pueblo llano en
las ceremonias y rezos. La segunda parte era una cámara cubierta
donde se situaban los nobles y miembros de la corte, que solía estar
más elevada que la primera. Y, por último, un pequeño habitáculo
reservado únicamente a los sacerdotes e iniciados, donde se
guardaban las estatuas que representaban a los dioses. El
edificio del templo estaba construido de forma que diera la impresión
de que al avanzar por él se llegaba hasta una parte mágica, más misteriosa y escondida, que era dominada por los religiosos. Su nombre
era el de "santo de los santos", o algo muy parecido, y en
ella se guardaban las figuras de piedra que representaban a los
dioses. El más idolatrado de ellos era, cómo no, Amón, tocado con
dos enormes plumas que parecían estar insertadas en su cabeza. Pero
lo realmente increíble es que estas figuras de piedra no sólo eran
idolatradas, sino que según los antiguos textos tenían la capacidad
de hablar, sanar, predecir el destino e incluso podían verter
juicios sobre causas penales.

Después pasamos a tocar otros
temas. No sé a cuenta de qué, dije que la vida está llena de
giros inesperados y Selena respondió así:
─Sí, es verdad. A veces la
vida nos sorprende con alegrías imprevistas, y otras nos pone frente
a pruebas difíciles que ni pedimos ni imaginamos. En medio de esa
incertidumbre, siempre surge una pregunta inevitable: ¿cómo
vivir con serenidad cuando no podemos controlar lo que nos sucede?
Esa pregunta, como lanzada al
vuelo, nos hizo parar un poco. Bastantes segundos después respondí
con otro interrogante:
─¿Quizás la respuesta puede
estar en la idea, poderosa y difícil de practicar, de aceptar
los designios del destino?
─Sí, probablemente sea así
─contestó Selena. Aceptar el destino no significa resignarse sin
luchar, ni mucho menos renunciar a nuestros sueños o valores. Se
trata más bien de asumir una actitud consciente frente a lo que
escapa de nuestro control. La verdad es que no podemos elegir todos
los desafíos que la vida nos presenta, pero sí podemos elegir cómo
responder a ellos. Esa elección marca la diferencia entre la
amargura y la sabiduría, entre el estancamiento y el crecimiento.
Otra vez nos mantuvimos callados
durante un lapso grande de tiempo. Luego añadí:
─Creo que cuando aceptamos
nuestro destino, también estamos aceptando todo lo que somos:
nuestras virtudes, sí, pero también nuestros errores, nuestras
heridas, nuestros defectos. Muchas veces luchamos contra nosotros
mismos porque no queremos mirar de frente nuestras sombras. Sin
embargo, el crecimiento real comienza cuando dejamos de resistirnos a
esa parte de nuestra historia personal. Aceptar no es conformarse, es
reconciliarse. Es un acto de valentía que nos permite sanar,
integrar y avanzar, ¿no lo crees así?
─¡Por supuesto! ─exclamó
Selena. Cada experiencia vivida, incluso aquellas que quisiéramos
borrar de nuestra vida, tiene un valor formativo. Puede que no
comprendamos su sentido en el momento, pero si nos permitimos vivirla
con apertura, tarde o temprano descubriremos qué nos vino a enseñar algo.
El sufrimiento, por ejemplo, puede abrirnos a una mayor compasión;
el fracaso, a una mayor humildad; la pérdida, a un amor más
profundo por lo que permanece. En este sentido, aceptar el destino es
también confiar en que detrás de cada circunstancia se esconde una
posibilidad de transformación interior. Este proceso de aceptación
nos lleva, poco a poco, a convertirnos en personas más completas. Ya
no vivimos desde la lucha constante contra la realidad, sino desde
una actitud de apertura y responsabilidad. No se trata de aceptar
pasivamente todo lo que ocurre, sino de responder desde un lugar más
sabio y sereno, sin quejarnos inútilmente de aquello que no podemos
cambiar.
─¿No piensas que en un mundo
obsesionado con el control, aceptar el destino puede parecer una idea
contraintuitiva? ¿Y que, quizás, en esa rendición consciente es
donde comienza una libertad más profunda? Probablemente ahí está
la libertad de vivir con autenticidad, de estar en paz con uno mismo
y de avanzar, incluso en medio de la incertidumbre.
Selena
hizo uno de sus gestos favoritos, moviendo el pelo, cabeza y ojos y
dijo:
─Sí,
sí... Aceptar los designios del destino, en última instancia, es
aceptar la vida tal como es —y a nosotros tal como somos— con
todo lo que eso implica. En esa aceptación se esconde el verdadero
camino hacia la madurez, la paz interior y la plenitud personal.