
Hace años, cuando la humanidad todavía nos importaba a unos pocos, alguien debió pensar que sería buena idea fabricar un RQM-48. Quizás fue un robot doméstico revolucionario en su época, pero cuando llegó a mis manos ya era un vestigio obsoleto, un cúmulo de piezas metálicas y eléctricas con más fallos que aciertos.
Vivo solo desde hace demasiado tiempo. La ciudad está vacía o, al menos, yo nunca veo a nadie. El polvo se acumula en las calles y el viento mueve bolsas de plástico como espectros errantes. Mi única compañía es RQM-48, si es que se puede llamar compañía a este amasijo ambulante de hierros y cables.
Ayer le dije:
—Tráeme un vaso de agua.
Y, con su vieja y cascada voz electrónica, responde:
—Entendido. Vaso. Agua.
Se mueve con parsimonia, arrastrando un pie metálico que chirría con cada paso. Diez minutos después regresa con un helado derretido.
—Esto no es agua, RQM-48.
—Confirmación: frío. Comestible. Agua en estado sólido.
Intento explicarle su error, pero no escucha o no le interesa; le da igual, le importa un bledo. Su sistema de comprensión lógico está tan desgastado como su equipo de servomotores.
A veces intento mantener una conversación con él, con la inútil pretensión de no escuchar solo el silencio.
—RQM-48, ¿tú qué piensas de la vida?
Su procesador tarda en responder. Luego, con voz entrecortada, suelta:
—La vida es… un… error de sintaxis.
No sé si lo dice porque en su programación, ya bastante antigua, no existe la filosofía o porque, en el fondo, tiene razón.
Después le pido que vaya a la cocina y se dirige al baño. Le ordeno limpia el polvo y solo mueve su brazo en un gesto torpe sin tocar nada. A veces, cuando lo veo quedarse inmóvil y sin brillo en esos cristales que forman sus ojos ficticios, siento que su batería se agota como la mía, en un letargo sin final.
No puedo odiarlo. Es lo único que me queda. Un trozo de pasado que sigue funcionando a duras penas. Y aunque sea inútil, aunque sus respuestas sean incoherentes, sigue estando aquí. Y, en este mundo vacío, quizás eso es más de lo que se puede pedir y más de lo que se puede decir de la mayoría.
