martes, 18 de febrero de 2025

Los circuitos oxidados de la soledad

      Hace años, cuando la humanidad todavía nos importaba a unos pocos, alguien debió pensar que sería buena idea fabricar un RQM-48. Quizás fue un robot doméstico revolucionario en su época, pero cuando llegó a mis manos ya era un vestigio obsoleto, un cúmulo de piezas metálicas y eléctricas con más fallos que aciertos.

      Vivo solo desde hace demasiado tiempo. La ciudad está vacía o, al menos, yo nunca veo a nadie. El polvo se acumula en las calles y el viento mueve bolsas de plástico como espectros errantes. Mi única compañía es RQM-48, si es que se puede llamar compañía a este amasijo ambulante de hierros y cables.

      Ayer le dije:

      —Tráeme un vaso de agua.

      Y, con su vieja y cascada voz electrónica, responde:

      —Entendido. Vaso. Agua.

      Se mueve con parsimonia, arrastrando un pie metálico que chirría con cada paso. Diez minutos después regresa con un helado derretido.

      —Esto no es agua, RQM-48.

      —Confirmación: frío. Comestible. Agua en estado sólido.

      Intento explicarle su error, pero no escucha o no le interesa; le da igual, le importa un bledo. Su sistema de comprensión lógico está tan desgastado como su equipo de servomotores.

      A veces intento mantener una conversación con él, con la inútil pretensión de no escuchar solo el silencio.

      —RQM-48, ¿tú qué piensas de la vida?

      Su procesador tarda en responder. Luego, con voz entrecortada, suelta:

      —La vida es… un… error de sintaxis.

      No sé si lo dice porque en su programación, ya bastante antigua, no existe la filosofía o porque, en el fondo, tiene razón.

      Después le pido que vaya a la cocina y se dirige al baño. Le ordeno limpia el polvo y solo mueve su brazo en un gesto torpe sin tocar nada. A veces, cuando lo veo quedarse inmóvil y sin brillo en esos cristales que forman sus ojos ficticios, siento que su batería se agota como la mía, en un letargo sin final.

      No puedo odiarlo. Es lo único que me queda. Un trozo de pasado que sigue funcionando a duras penas. Y aunque sea inútil, aunque sus respuestas sean incoherentes, sigue estando aquí. Y, en este mundo vacío, quizás eso es más de lo que se puede pedir y más de lo que se puede decir de la mayoría.


lunes, 17 de febrero de 2025

¡Ni hablar! ¡El mundo no es perfecto!


      Sabemos que el mundo no es perfecto. Es un hecho. Pero, aunque lo sepamos, a veces nos cuesta aceptarlo de verdad. Nos aferramos a la idea de que todo debería ser justo, ordenado y sin fallos, y cuando la realidad nos da un fuerte golpe en la frente, nos frustramos y ponemos cara de memos.

      Desde hace siglos, hay sabios que nos recuerdan lo mismo: los errores, las pérdidas, los problemas y los desafíos son parte de la vida. No hay escapatoria. Y, curiosamente, muchos de ellos también dicen que cuando dejamos de resistirnos a esta verdad, encontramos una tranquilidad que no sabíamos que existía.

      Piénsalo un momento. Alguien comete un error que te afecta. Puede que te sientas molesto, decepcionado, incluso traicionado. Es normal. Pero, ¿qué pasaría si en lugar de quedarnos atrapados en la rabia, lo viéramos como una oportunidad para ejercitar la paciencia y la empatía? No significa justificar cualquier cosa, pero sí darnos la oportunidad de reaccionar con menos peso emocional. Con esta actitud, en lugar de alimentar el malestar, fortalecemos nuestras relaciones y, de paso, nos hacemos la vida un poco más fácil.

      Aceptar la imperfección también implica soltar la necesidad de controlarlo todo. Y esto sí que es difícil. Nos gustaría que las cosas salieran justo como queremos, pero la realidad es que no tenemos tanto poder. No podemos evitar todos los problemas, ni garantizar que cada situación se desarrolle de la mejor manera posible. Lo que sí podemos hacer es elegir cómo respondemos ante ellos. Ahí es donde está nuestra verdadera capacidad de acción.

      Ojo, que aceptar no es lo mismo que conformarse. Podemos trabajar para mejorar el mundo y mejorar nosotros mismos, pero sin la expectativa irreal de que todo será impecable. En lugar de desgastarnos luchando contra lo inevitable, podemos aprender a encontrar paz en el desorden, tanto en los demás como en nosotros mismos.

      Cuando dejamos de exigirle a la vida una perfección inalcanzable, nos liberamos de una enorme carga de frustración. Empezamos a disfrutar más el presente, a vivir con mayor ligereza y a afrontar los desafíos con una mentalidad más serena. Y quizás, solo quizás, eso nos haga un poco más felices.

domingo, 16 de febrero de 2025

Fluir con la Vida: El Arte de Vivir con Esperanza

      Suelo hablar de vez en cuando con mi amigo de Nueva Zelanda, el pastor protestante Cooper George Wright, lo hacemos cuando la diferencia de horas lo permite, ahora aquí son las once y media de la mañana y allí, al otro lado del mundo, es la hora de acostarse, está a punto de terminar este domingo.

      En uno de mis anteriores artículos comenté que, a veces, pide ideas a algunos amigos para el asunto sobre el qué tratar en su sermón dominical. El primer día me sorprendí por este tipo de curiosa colaboración, ahora ya lo hago una vez al mes y me encanta mandarle mis sugerencias para su prédica. Él siempre, lógicamente, las adapta y enfoca a sus pretensiones pastorales. La última que le envíe hace varias semanas fue la siguiente a modo de reflexión:

    La vida es un río en constante movimiento. A veces sus aguas son serenas y nos sentimos en armonía con el mundo; otras, se convierten en un torrente de incertidumbre y desafío. Sin embargo, sabemos bien, que lo que realmente marca la diferencia no es la fuerza de la corriente, sino nuestra actitud ante ella.

    Aceptar la vida tal como es, sin resistencia, nos permite soltar el peso de la frustración y abrazar la serenidad. No se trata de rendirse ni de resignarse, sino de reconocer que hay aspectos que escapan a nuestro control. Cuando dejamos de preguntarnos "¿por qué a mí?" y comenzamos a preguntarnos "¿qué puedo hacer ahora?", nuestra perspectiva cambia. En lugar de quedar atrapados en la queja, nos enfocamos en soluciones. Y en ese momento, descubrimos que siempre hay un camino posible, incluso en medio de la tormenta.

    Comprender la naturaleza transitoria de la vida nos brinda un regalo invaluable: la paz. Ni la alegría ni el dolor son eternos. Cuando nos aferramos a la felicidad con miedo a perderla, nos privamos de disfrutarla plenamente. Del mismo modo, cuando atravesamos tiempos difíciles, recordar que también pasarán nos da fuerza para seguir adelante.

    La incertidumbre, lejos de ser una amenaza, puede convertirse en nuestra mejor aliada. Es en lo inesperado donde nacen nuevas oportunidades, donde aprendemos, crecemos y nos transformamos. Cada cambio trae consigo una semilla de posibilidad, y cada desafío es una invitación a fortalecer nuestra resiliencia.

    Vivir con esta mentalidad nos libera. Nos permite confiar en que, aunque no podamos controlar todo lo que sucede, siempre podemos decidir cómo afrontarlo. Nos da la certeza de que, sin importar cuán turbulentas sean las aguas, tenemos dentro de nosotros la capacidad de navegar con sabiduría y esperanza.

    Así que, cuando la vida nos ponga a prueba, recordemos: el río sigue fluyendo, y nosotros con él.

      Me ha expresado su agradecimiento, y me ha dicho que el sermón ha tenido mucho éxito y que ha recibido muchos parabienes de sus feligreses.

      Esta es otra de las curiosas labores que he cargado en mis ya cansadas espaldas, pero, en fin... ¡Adelante sin miedo!

jueves, 13 de febrero de 2025

Todos tenemos un verano invencible


      Desconozco las circunstancias en las que Albert Camus escribió la siguiente frase: «En mitad del invierno descubrí que en mi interior reinaba un verano invencible». Pero creo que contiene una gran verdad. Es indudable que no conocemos nuestra verdadera fortaleza hasta que nos vemos cara a cara con la adversidad. Es en los momentos de grandes dificultades, cuando el fracaso, el sufrimiento o el desengaño parecen imponerse, es entonces que descubrimos que se desata capacidad de resistir y seguir adelante.

      Sabemos bien que las dificultades forman parte inevitable de la vida. Pérdidas, derrotas, decepciones y trampas pueden llenar nuestra mente de estrés y nuestro corazón de angustia. Sin embargo, es precisamente en estas circunstancias cuando nuestro carácter se moldea mejor. La adversidad nos obliga a mirar hacia dentro de nosotros mismos y a tratar de encontrar todos los posibles recursos internos, que quizás desconocíamos, y a desarrollar unas capacidades que nos permitirán avanzar con mayor sabiduría y fortaleza.

      Por ejemplo, un desengaño, en particular, puede ser un golpe duro. Cuando las expectativas se rompen, cuando una relación, un sueño o un proyecto se desmorona, es fácil caer en la desesperanza. Pero es en ese instante cuando debemos recordar que la vida no se detiene en un solo fracaso. Aunque duela, cada tropiezo es una oportunidad de aprendizaje, cada decepción una lección que nos prepara para afrontar mejor el futuro.

      Desde luego superar la adversidad no significa ignorar el dolor, sino aceptarlo, procesarlo y convertirlo en un motor de crecimiento. Es muy posible que el intríngulis esté en la actitud con la que nos enfrentamos los desafíos. La perseverancia, la confianza en uno mismo y el apoyo de quienes nos rodean son fundamentales para transformar las dificultades en oportunidades, ¿no?

      Pero, estoy seguro que en última instancia, todos llevamos dentro de un verano invencible, una fuerza capaz de sobreponerse al más crudo de los inviernos.

      Pienso que los momentos difíciles no nos definen en modo alguno, es la manera en que los enfrentamos a esos instantes lo que verdaderamente nos retrata. Cuando comprendemos esto, es cuando descubrimos que, incluso en la peor de las tormentas, seguimos teniendo el poder de encontrar alguna antorcha y seguir adelante.

miércoles, 12 de febrero de 2025

El mercado de las cartas de amor


      Hablo casi todos los días un rato con mi amigo japonés Takumi ─ya saben que ese es su apellido, ellos lo dicen al revés que nosotros, su nombre es Kimura─. Unos días la parrafada dura más de una hora y otros días unos minutos, depende del asunto y de nuestro estado mental. Siempre me asombro con sus costumbres y carácter que, sin duda, está influenciado por la cultura, la educación y los valores tradicionales de Japón. Es evidente que cada persona es diferente pero creo que hay algunos rasgos comunes entre ellos, por ejemplo son reservados y disciplinados, responsables y trabajadores a tope. Respetuosos, correctos, a la vez que muy introvertidos en lo emocional.

      Hoy comentaba algo que me ha resultado muy novedoso. Dijo que en Japón se ha puesto de moda que los psiquiatras y psicólogos recomienden a muchos de sus pacientes que escriban cartas de amor.

      ─¿Cómo es eso? ─le pregunté curioso.

      ─Sí, a determinados pacientes, claro que eso dependerá de la patología de cada uno, le instan a escribir cartas de amor a otras personas.

      ─¿A otras personas?, ¿sin más?

      ─Bueno, creo que es muy general, a sus novias, a sus antiguos amores, a algunas amistades elegidas por ellos y propicias a recibir a esos escritos. Por lo visto se trata de una terapia muy efectiva en estos tiempo de tanta soledad entre tanta multitud. Fíjate, que ya han aparecido negocios que tienen relación con esto.

      ─¿Negocios? A ver... explícate; estoy un poco confuso, no sé si te estoy entendiendo bien.

      Me tenía bastante sorprendido con este tema, aunque conozco de siempre las posibilidades de la escritura terapéutica. Kimura prosiguió:

      ─Sí. Ya hay empresas que actúan como receptoras de las cartas amorosas que escribe la gente y responden a las mismas, dicen que auxiliados por psiquiatras y por la Inteligencia Artificial. Las respuestas están enlazadas con los resultados terapéuticos que se desean lograr en los pacientes. Pienso que esos negocios están orientados a las personas que no tienen a nadie a quien para dirigir sus cartas de amor.

      ─Dado que estas cosas corren por el mundo casi a la velocidad de la luz, no me extrañaría que esta asombrosa moda, o terapia, circule pronto por todo el resto del mundo.

      Kimura añadió:

      ─Hasta los periódicos se están contagiando y están haciendo concursos de cartas de amor. Otros están publicando antologías de cartas de amor célebres.

      Estuve un rato reflexionado sobre este redescubrimiento japonés de las cartas de amor, tanto reales como ficticias.

     Como antes he señalado, desde hace tiempo se sabe que esos escritos pueden tener un efecto terapéutico en ciertas afecciones psicológicas. La escritura expresiva, incluidas las cartas de amor, se ha utilizado ya en diversas formas de terapia para mejorar el bienestar emocional y psicológico. Pueden ser beneficiosas, por ejemplo, para regulación emocional y catarsis, para mejorar la autoestima, para reducción del estrés y la ansiedad...

      Lo que realmente asombra es que hayan conseguido convertirlo en un negocio y parece que el mercado está en alza.

lunes, 10 de febrero de 2025

La ironía de la era digital: conectados y desconectados al mismo tiempo


      He dormido mucho, de ayer a hoy he estado cerca de diez horas tumbado en la cama, no sé si ha sido a causa del cansancio, de la hartura, o de eso que antes se llamaba “angustia vital”, ¿recuerdan que esa fue una expresión que estuvo muy en boga en otra época? Cuando empecé a despertar me dio por pensar que vivimos en una época paradójica; nunca hemos estado tan conectados como ahora. Basta un clic y ya estamos al otro lado del mundo, comunicándonos en tiempo real con gente de cualquier rincón del planeta. Sin embargo, esta hiperconectividad digital parece estar erosionando nuestros vínculos más cercanos, aquellos que nos definen como seres humanos: las relaciones personales.

      Es muy curioso observar cómo hemos logrado avances tecnológicos increíbles, capaces de explorar el cosmos y desentrañar muchos de los misterios del universo, pero seguimos tropezando con las mismas piedras de siempre, tenemos graves dificultades en nuestras relaciones interpersonales. ¿Cómo es posible que seamos tan hábiles para enviar mensajes instantáneos al otro lado del mundo y tan zoquetes para mantener una conversación cara a cara?

      La ironía se agudiza cuando vemos que, a pesar de tener a nuestro alcance a una cantidad inimaginable de información, nos cuesta cada vez más encontrar el tiempo para las cosas que deberían ser las verdaderamente importantes: cultivar amistades, disfrutar de la naturaleza, o simplemente sentarnos a conversar con nuestros seres queridos.

      Me da la impresión que es como si estuviéramos atrapados en una especie de “Matrix social”, donde las pantallas nos ofrecen una realidad virtual que ─por muy atractiva que sea─ no puede sustituir la experiencia real de vivir. Y así, al final del día, cuando la pantalla se apaga y el silencio nos envuelve, nos encontramos solos con nuestros pensamientos. Y es entonces cuando nos damos cuenta de que hemos perdido oportunidades valiosas, de que hemos dejado de lado a personas significativas y que hemos dejado de vivir plenamente.

      Me surgió la pregunta : ¿Estamos dispuestos a cambiar esta realidad? ¿Estamos dispuestos a desconectarnos de vez en cuando para reconectar con nosotros mismos y con los demás? La respuesta, por supuesto, está en cada uno de nosotros. Creo que en este mundo hiperconectado, es fundamental encontrar un equilibrio entre el mundo digital y el mundo real. Debemos ser conscientes de los riesgos de la sobreconexión y aprovechar las oportunidades que nos brinda la tecnología para construir relaciones más significativas y vivir una vida más plena...

      Quizás, no sé, me quedé dormido de nuevo...

sábado, 8 de febrero de 2025

Equilibrio inestable: “Hacer” y “Dejar Hacer”


      Hace un rato leí y anoté el siguiente párrafo: “La vida es una mezcla entre lo que provocamos y lo que simplemente ocurre”.

      Hoy no tengo demasiadas ganas de reflexionar, es sábado y me gusta dejar este día para la ociosidad pura y dura, pero no he podido dejar de pensar en la frase apuntada. ¿Es la vida un baile sutil entre el esfuerzo propio y el capricho del destino? Pero, ¿realmente tenemos tanto control sobre nuestras respuestas, como sugieren muchos gurús del optimismo?

      Nos repiten hasta la saciedad que debemos dar lo mejor de nosotros mismos y luego ─con la serenidad de un ermitaño─ aceptar lo que venga. Desde luego suena poético; sin duda. Pero, cuando las cosas salen mal, ¿dónde queda ese equilibrio tan prometido? Uno se esfuerza, planifica, se prepara... y luego la vida, con su ya legendario sentido del humor, decide sorprendernos con un giro inesperado.

      Indudablemente, la teoría es bonita: tú haces tu parte y el universo hace la suya. Como si todo funcionara con una armonía cósmica impecable. Pero sospecho que la vida, más que una aliada confiable, es una especie de crupier caprichoso que reparte cartas al azar. A veces ganas, a veces pierdes, y la mayoría del tiempo lo único que uno intenta es no hacer el ridículo en la partida.

      Así que sí, intentemos encontrar ese equilibrio. Trabajemos, soñemos, hagamos todos los esfuerzos que podamos... y luego crucemos los dedos. Porque entre hacer que suceda y dejar que suceda, la vida siempre se reserva el derecho de admisión, ¿no es así?

viernes, 7 de febrero de 2025

Filosofía y teología: víctimas del "me gusta"


      Hoy quería escribir un cuento, me gusta ─de vez en cuando─ inventar una narración para soltar un poco más la espita de la imaginación. Pero conversando con una amiga me vino a la cabeza que hubo una época en que la gente se tomaba su tiempo para pensar. Se hacían preguntas grandes, de esas que te dejan despierto por la noche: ¿qué sentido tiene la vida?, ¿qué es el bien y el mal?, ¿hay algo más allá de lo que vemos? La filosofía y la teología eran cosas serias, se llenaban libros, se alimentaban debates y hasta se encendían pasiones. Pero hoy… hoy todo se reduce a la opinión (no sé si poner entrecomillada la palabra opinión) y a responder un "estoy de acuerdo" o "no estoy de acuerdo".

      Las redes sociales y el mundo digital han convertido el pensamiento en un producto de consumo rápido. Ya no hay espacio para argumentar, para dar vueltas a una idea, para discutir con calma y serenidad. Ahora todo se resume en una frase corta, en un “meme”, más o menos ingenioso, o en un hilo de Twitter (ahora “X”) que dura lo que tarda en aparecer la siguiente tendencia. ¿Para qué leer a Platón o a Santo Tomás de Aquino si podemos quedarnos con una frase sacada de contexto y adornada con una imagen bonita?

      Posiblemente el problema es que este mundo de prisas nos ha vuelto vagos para pensar y somos víctimas de un reduccionismo brutal. Hace unos cuantos años, podíamos estar horas hablando sobre el sentido de la existencia, ahora, si un vídeo dura más de un minuto, ya nos parece que ha transcurrido una eternidad. Queremos respuestas rápidas, fáciles, simples, sin complicaciones. Y claro, la filosofía y la teología no encajan en ese molde.

      Así que ahí están, olvidadas en un rincón, como viejos discos de vinilo en esta era del streaming. No porque ya no tengan nada que decir, sino porque ya no tenemos paciencia para escucharlas. Y mientras tanto, seguimos creyendo que entender el mundo es tan fácil como dar un "me gusta" o escribir un comentario indignado.

      Pero quizá todavía haya esperanza. Tal vez, si conseguimos levantar la vista del móvil por un momento, si volvemos a hacernos preguntas sin prisas, podamos rescatar esas viejas disciplinas. 

      Creo, aunque hoy parezca algo fuera de lugar, que seguimos necesitando respuestas. Solo que nos hemos olvidado de buscarlas, ¿es así?

jueves, 6 de febrero de 2025

¿Y si decir la verdad no fuera tan sencillo?


      Ayer, en la serenidad de la noche y habiendo dejado atrás el día, tuve una larga conversación con mi amiga Ana, una conversación con esas limitaciones e incordios que provoca el whatsapp por escrito; ya saben, tono, ritmo, ausencia de ironía y el maldito corrector ortográfico. Creo que aún no he hablado de mi amiga Ana en ninguno de mis escritos, así que el de hoy lo dedicaré a mi rato de intercambio de ideas con ella. Tratamos varios asuntos, pero quizás en el que más nos detuvimos fue en el relativo a la comunicación interpersonal.

      Es común decir que comunicar "tu verdad" es hablar con el corazón, y esto se ha convertido en una especie de jaculatoria o mantra, como si bastara con abrir la boca y dejar salir palabras sinceras para que el mundo, en un instante, se volviera más auténtico y amoroso.

      Pero pienso, ¿y si no fuera tan fácil? ¿Y si la verdad no fuera siempre clara, ni siempre bienvenida? Porque, aceptémoslo, hay quienes dominan el arte de decir lo que otros quieren oír, y parece que no les va tan mal, ¿no?

      Muchos ─no sé si con toda la sinceridad posible─ nos aseguran que usar las palabras como una herramienta de manipulación es una práctica condenable, que solo sirve para controlar y engañar. Pero, ¿acaso no es la diplomacia una forma refinada de decir lo justo para evitar conflictos? ¿No es la cortesía, a veces, una mentira educada que nos ahorra disgustos? Si todos dijéramos exactamente lo que sentimos y pensamos, sin filtro alguno, ¿el mundo sería realmente un lugar mejor o más bien un campo de batalla repleto de verdades hirientes?

      Hay también quienes nos advierten sobre el peligro de la hipocresía espiritual, de vivir en un engaño perpetuo por no expresar nuestro auténtico sentir. Pero, ¿y si algunas verdades fueran mejor guardarlas? ¿No es acaso prudente, en ciertas circunstancias, callar lo que sabemos que sólo causará daño?

      Ser un líder ─dicen por ahí─ exige valentía para expresar lo que de verdad creemos, aunque nos tiemble la voz. Suena poético, sin duda, pero quizás haya ocasiones en las que el verdadero liderazgo puede que consista en medir las palabras, en elegir con astucia (o con mucha sabiduría) cuándo hablar y cuándo permanecer en silencio. Porque al final, la verdad es un arma de doble filo, y no siempre es el momento de blandirla.

      ¿Qué opinan ustedes?

      ¿Acaso los escritores no somos unos mentirosos compulsivos?

miércoles, 5 de febrero de 2025

¿De verdad somos todos buscadores?


      Leía un artículo esta mañana en el que se decía que todos somos “buscadores”, ¿de verdad?

      ¿Todos somos buscadores?, ¿de qué? El escritor postulaba que tú, yo y el vecino del quinto estamos en una incesante búsqueda de algo más, de lo extraordinario, de lo insólito. Y que se supone que ya nadie se conforma con lo ordinario, con la tranquila monotonía de la existencia. Ahora queremos "vivir a lo grande", elevarnos por encima de las nubes, codearnos con gigantes y, por lo visto, hasta marcarse un vals con las estrellas.

      La cuestión es: ¿realmente es así? ¿O será más bien que algunos simplemente disfrutan de su cómodo sofá y su café de siempre sin sentir la imperiosa necesidad de trascender la realidad? Porque, a decir verdad, no parece que el mundo esté tan lleno de aventureros cósmicos ni de iluminados en plena metamorfosis. De hecho ─y es lo que se ve día a día─ el metro sigue abarrotado de personas con ojeras, los supermercados siguen vendiendo pan de molde, y hay quien encuentra una felicidad nada desdeñable en ver su serie favorita sin más pretensiones que relajarse después de un día de trabajo.

      Quizás el problema no sea que la gente viva a medias, sino que algunos insisten en que deberíamos estar constantemente en un proceso de "expansión" y "descubrimiento". Pero, puede que no sea imprescindible desafiar los límites del universo ni cuestionarlo todo para ser feliz. Tal vez la clave no esté en bailar con las estrellas, sino en encontrar un buen sitio donde sentarse a contemplarlas.

      ¿O será que también hay que revolucionar la forma en la que miramos el cielo?