Desconozco las circunstancias en las que Albert Camus escribió la siguiente frase: «En mitad del invierno descubrí que en mi interior reinaba un verano invencible». Pero creo que contiene una gran verdad. Es indudable que no conocemos nuestra verdadera fortaleza hasta que nos vemos cara a cara con la adversidad. Es en los momentos de grandes dificultades, cuando el fracaso, el sufrimiento o el desengaño parecen imponerse, es entonces que descubrimos que se desata capacidad de resistir y seguir adelante.
Sabemos bien que las dificultades forman parte inevitable de la vida. Pérdidas, derrotas, decepciones y trampas pueden llenar nuestra mente de estrés y nuestro corazón de angustia. Sin embargo, es precisamente en estas circunstancias cuando nuestro carácter se moldea mejor. La adversidad nos obliga a mirar hacia dentro de nosotros mismos y a tratar de encontrar todos los posibles recursos internos, que quizás desconocíamos, y a desarrollar unas capacidades que nos permitirán avanzar con mayor sabiduría y fortaleza.
Por ejemplo, un desengaño, en particular, puede ser un golpe duro. Cuando las expectativas se rompen, cuando una relación, un sueño o un proyecto se desmorona, es fácil caer en la desesperanza. Pero es en ese instante cuando debemos recordar que la vida no se detiene en un solo fracaso. Aunque duela, cada tropiezo es una oportunidad de aprendizaje, cada decepción una lección que nos prepara para afrontar mejor el futuro.
Desde luego superar la adversidad no significa ignorar el dolor, sino aceptarlo, procesarlo y convertirlo en un motor de crecimiento. Es muy posible que el intríngulis esté en la actitud con la que nos enfrentamos los desafíos. La perseverancia, la confianza en uno mismo y el apoyo de quienes nos rodean son fundamentales para transformar las dificultades en oportunidades, ¿no?
Pero, estoy seguro que en última instancia, todos llevamos dentro de un verano invencible, una fuerza capaz de sobreponerse al más crudo de los inviernos.
Pienso que los momentos difíciles no nos definen en modo alguno, es la manera en que los enfrentamos a esos instantes lo que verdaderamente nos retrata. Cuando comprendemos esto, es cuando descubrimos que, incluso en la peor de las tormentas, seguimos teniendo el poder de encontrar alguna antorcha y seguir adelante.

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ResponderEliminarSiempre he pensado que todos tenemos la fuerza para afrontar las adversidades que se nos presentan, porque (pensarás que todo lo asoció a la fe) Dios te manda la batalla que debes librar, pero también te da las armas adecuadas para combatir.
ResponderEliminarY aunque al principio nuestra actitud, sea muy negativa, y el dolor no te lo quite nadie, acabamos cogiendo el toro por los cuernos, y aceptamos que toca pelear.
Aquí viene el dicho de “que Dios no nos dé todo lo que podamos aguantar”. Mi madre siempre decía: resignación. Y un familiar decía, cada vez que tenían que operar a su hijo: “pues otra vez toca echar cjns.” Hay para todo carácter…
ResponderEliminarMe ha encantado tu entrada.
En efecto, creo que a veces nos sorprendemos a nosotros mismos con nuestras reacciones ante cualquier adversidad, y es entonces cuando empezamos a conocer lo que somos capaces de hacer. Puedes tener la "certeza" de ser una criatura frágil, y descubrir que, en realidad, eres la personificación de la fortaleza...
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