
Suelo hablar de vez en cuando con mi amigo de Nueva Zelanda, el pastor protestante Cooper George Wright, lo hacemos cuando la diferencia de horas lo permite, ahora aquí son las once y media de la mañana y allí, al otro lado del mundo, es la hora de acostarse, está a punto de terminar este domingo.
En uno de mis anteriores artículos comenté que, a veces, pide ideas a algunos amigos para el asunto sobre el qué tratar en su sermón dominical. El primer día me sorprendí por este tipo de curiosa colaboración, ahora ya lo hago una vez al mes y me encanta mandarle mis sugerencias para su prédica. Él siempre, lógicamente, las adapta y enfoca a sus pretensiones pastorales. La última que le envíe hace varias semanas fue la siguiente a modo de reflexión:
La vida es un río en constante movimiento. A veces sus aguas son serenas y nos sentimos en armonía con el mundo; otras, se convierten en un torrente de incertidumbre y desafío. Sin embargo, sabemos bien, que lo que realmente marca la diferencia no es la fuerza de la corriente, sino nuestra actitud ante ella.
Aceptar la vida tal como es, sin resistencia, nos permite soltar el peso de la frustración y abrazar la serenidad. No se trata de rendirse ni de resignarse, sino de reconocer que hay aspectos que escapan a nuestro control. Cuando dejamos de preguntarnos "¿por qué a mí?" y comenzamos a preguntarnos "¿qué puedo hacer ahora?", nuestra perspectiva cambia. En lugar de quedar atrapados en la queja, nos enfocamos en soluciones. Y en ese momento, descubrimos que siempre hay un camino posible, incluso en medio de la tormenta.
Comprender la naturaleza transitoria de la vida nos brinda un regalo invaluable: la paz. Ni la alegría ni el dolor son eternos. Cuando nos aferramos a la felicidad con miedo a perderla, nos privamos de disfrutarla plenamente. Del mismo modo, cuando atravesamos tiempos difíciles, recordar que también pasarán nos da fuerza para seguir adelante.
La incertidumbre, lejos de ser una amenaza, puede convertirse en nuestra mejor aliada. Es en lo inesperado donde nacen nuevas oportunidades, donde aprendemos, crecemos y nos transformamos. Cada cambio trae consigo una semilla de posibilidad, y cada desafío es una invitación a fortalecer nuestra resiliencia.
Vivir con esta mentalidad nos libera. Nos permite confiar en que, aunque no podamos controlar todo lo que sucede, siempre podemos decidir cómo afrontarlo. Nos da la certeza de que, sin importar cuán turbulentas sean las aguas, tenemos dentro de nosotros la capacidad de navegar con sabiduría y esperanza.
Así que, cuando la vida nos ponga a prueba, recordemos: el río sigue fluyendo, y nosotros con él.
Me ha expresado su agradecimiento, y me ha dicho que el sermón ha tenido mucho éxito y que ha recibido muchos parabienes de sus feligreses.
Esta es otra de las curiosas labores que he cargado en mis ya cansadas espaldas, pero, en fin... ¡Adelante sin miedo!

Me he encantado tan sabios consejos
ResponderEliminarMe veo en la necesidad de estudiar estos principios para aplicármelos.
EliminarMuchas gracias por leerme.
Estoy muy de acuerdo con esas premisas que nos presentas. Es difícil llevarlas a cabo sobre todo cuando eres joven, pero con los años vas relativizando lo bueno y lo malo, y vas entendiendo que no eres la Divina Providencia. Tener paz es el preludio de ser más feliz a pesar de todo.
ResponderEliminarMuchas gracias por seguir buscando y compartiendo tio Ignacio!
ResponderEliminarCuando dejamos de preguntarnos "¿por qué a mí?" y comenzamos a preguntarnos "¿qué puedo hacer ahora?"
Tambien es buena pregunta, en vez de ¿Por qué a mi? y comenzamos a preguntarnos ¿para que a mi?
A mi modo de ver, en ambos casos se trata de salir del modo victima y empezar el modo exploracion.