Desde hace unos días vengo haciendo carteles pequeños, de esos que mandamos a los amigos por las redes, con frases de Baltasar Gracián. Este pasado verano, perdido en mi biblioteca, encontré “El Arte de la Prudencia”, lo ojeé un poco y me engancharon sus ingeniosas sentencias, así que lo leí hasta el final. También he revisado su gran obra “El Criticón”, una alegoría de la vida humana, que es una de las novelas más importantes de la literatura española, comparable por su calidad al Quijote o La Celestina.
Bien puedo decir que he redescubierto ─para mí─ a un gran maestro casi olvidado de nuestra literatura; después pensé que, lamentablemente, este país es de olvidos demasiado frecuentes en todo.
Baltasar Gracián, nacido en 1601 en Belmonte, Zaragoza, fue un escritor, filósofo y sacerdote jesuita cuya vida no parece haber tenido mayor interés fuera de sus escritos, esos sí, bastante ocurrentes. Desde joven se sintió atraído por el saber, aunque no por el placer que el conocimiento pueda traer consigo, sino más bien por el ejercicio intelectual, que en su caso adoptó la forma de aforismos, sentencias y un pesimismo generalizado sobre la condición humana. Fue admitido en la orden de los jesuitas, donde ejerció de profesor de filosofía y teología, quizás más por obligación que por devoción.
Ya he citado antes su obra más famosa, El Criticón, que es una especie de largo viaje alegórico sobre las miserias humanas, que sin duda Gracián encontraba fascinantes y, a la vez, tediosas. El libro causó controversia por sus críticas veladas (o no tan veladas) a la sociedad española de su época, lo que le costó varios desencuentros con sus superiores jesuitas. A Gracián, sin embargo, esto no pareció importarle mucho; publicó a escondidas bajo seudónimo y siguió reflexionando sobre la vanidad, la ambición y la futilidad de la existencia con una frialdad que solo alguien como él podía mantener.
He citado antes el “Arte de la Prudencia”, un compendio de máximas donde su visión del mundo es aún más clara: para Gracián, la vida es un juego de astucia, y la supervivencia en la sociedad depende de saber cuándo callar, cuándo hablar y, sobre todo, cuándo no hacer nada. Esa es, quizás, la actitud que mejor define tanto su obra como su vida.
Creo que Gracián no fue exactamente un revolucionario (yo creo que, más bien, fue un post-estoico) ni un gran pensador que transformara el curso de la filosofía occidental, pero tuvo la suficiente habilidad para permanecer en el ámbito de la historia literaria. Murió en 1658, tras haber logrado la no despreciable hazaña de que algunos lo recordaran, aunque, francamente, no parece que le hubiera importado demasiado. Sus ideas, profundamente desencantadas, siguen resonando en quienes se cansan del optimismo desmesurado, aunque él, desde su tumba, seguramente se habría encogido de hombros ante tal reconocimiento.
Leyéndolo me he preguntado varias veces sobre las posibles influencias estoicas de Gracián. Y, sí, creo que sí las tenía, aunque su visión del mundo era más compleja y, en algunos aspectos, más cínica. El estoicismo, con su énfasis en la serenidad ante la adversidad, el autocontrol y la virtud como único bien verdadero, resuena en algunos de los temas que Gracián trata en sus obras, especialmente en su preocupación por la prudencia, el dominio de uno mismo y la capacidad de enfrentar la vida con una especie de estoicismo práctico.
En el “Arte de la Prudencia” Gracián ofrece consejos que a mí me recuerdan a la sabiduría estoica: saber cuándo actuar, cuándo retirarse, cómo mantener la calma en situaciones difíciles, y, sobre todo, cómo no dejarse arrastrar por las pasiones ni por las circunstancias externas. Aunque no predica la indiferencia absoluta ante los infortunios, como los estoicos clásicos, sí aboga por un distanciamiento emocional frente a las vanidades del mundo, algo en sintonía con el principio estoico de la "apatheia" (liberarse de las pasiones).
A mi juicio, el pensamiento de Gracián también presenta un matiz más pesimista y pragmático. Mientras los estoicos creían en la capacidad del ser humano de vivir conforme a la razón y alcanzar una forma de virtud trascendente, Gracián parece más desencantado con la naturaleza humana, a la que observa desde una distancia irónica, casi despectiva. Su obra revela una desconfianza hacia la sociedad y sus falsedades, y su "arte de prudencia" es menos idealista y más calculador que las doctrinas estoicas. Gracián aconseja más bien cómo navegar en un mundo hostil, aceptando la hipocresía y la manipulación como parte de la realidad humana.
Y ahí sigo, le daré más vueltas. Y luego una charla sobre Gracián a mis nietos...
Muy interesante esa forma de ver la vida, pero no sé si me gusta.
ResponderEliminarYo prefiero hacer algo, y no ver pasar las cosas de esa manera.
Esos tesoros que reencontramos nos encantan, primo.
ResponderEliminarBesitos a Lely y para ti.
Nunca me paré en Baltasar Gracián, ahora sí lo haré. Muchas gracias.
ResponderEliminarSumamente interesanteeeeee!!!!! Graciassss!!!!!!!?
ResponderEliminarExcelente artículo, muy bien explicado y fácil de entender. ¡Gracias por compartir!
ResponderEliminarGenial tu repaso sobre Gracián, un escritor al que estudiábamos de pasada entre Góngora, Quevedo y otros considerados más importantes.
ResponderEliminarAdemás me identifico bastante con él en algunos aspectos. Me ha parecido super interesante tu repaso y creo que hay que releer su obra que, por lo demás, no se ha quedado obsoleta: todo lo contrario.