viernes, 25 de octubre de 2024

La felicidad diaria

 

      Todos tenemos cuestiones obsesivas que siempre, o periódicamente, nos asaltan. Bueno, antes pediré perdón a aquellos que posean tanto equilibrio mental y emocional que no padezcan ninguna compulsión obsesiva. He de confesar que tengo varias de estas citadas perturbaciones anímicas. Hago esta precisión porque creo que lo que sigue ya lo he tratado alguna vez.

      Pienso haber dicho ya que en las escuelas, iglesias y muchas otras instituciones, a lo largo de los años nos enseñan una infinidad de conocimientos y se nos da bastante información ─más o menos sesgada─ de muchas cosas. Sin embargo, rara vez nos dicen qué podemos hacer para ser felices cada día de nuestras vidas.

      Se nos insiste y se nos inculca la obediencia, el amor al prójimo, la solidaridad y el respeto hacia los demás, pero pocas veces se nos invita a practicar el respeto hacia nosotros mismos, ¿no? Al contrario, parece que toda nuestra educación está dirigida hacia la abnegación y el sacrificio personal.

      ¿Por qué ocurre esto? Pues lo tengo bastante claro, esto sucede porque una sociedad compuesta por personas críticas, enérgicas y que saben lo que quieren resulta difícil de manipular. Las personas que son claras en sus deseos y necesidades suelen ser más autónomas, libres, y eso no es conveniente para quienes desean mantener el control.

      De esta manera, nos educamos para vivir con temor e inseguridad, dependiendo siempre de la buena voluntad de los demás. Las promesas y amenazas se mezclan en un anzuelo que muchos mordemos sin darnos cuenta: «Si haces lo que esperamos de ti, nosotros nos ocuparemos de tu felicidad. Si no, serás marginado». Miremos alrededor, veamos la tele, leamos los periódicos, creo que está suficientemente claro.

      Esos individuos, los políticos, nos aseguran prosperidad y seguridad, e incluso nos prometen lo imposible, con tal de que les votemos y les ayudemos a mantenerse en el poder. El imperio de la economía nos seduce con la utopía de un progreso ilimitado, incitándonos a entrar en la rueda interminable de ganar más para poder consumir más, a pesar de que la realidad demuestra que este progreso ─a menudo─ nos perjudica más de lo que nos beneficia, ¿no es así?

      Las diversas iglesias, por su parte, prometen la salvación del alma y unos paraísos, si no en esta vida, al menos en otra, con la condición de que sigamos sus enseñanzas, contribuyamos monetariamente y cumplamos con los deberes por ellas impuestos.

      ¿Y qué decir de las clínicas y de la industria farmacéutica? Ellos se preocupan por nuestra salud, siempre y cuando podamos pagar, y continuamente nos presentan nuevas enfermedades, pintándolas con los tintes más alarmistas.

      Ya lo sé, ya lo sé... Es posible que todo esto suene un poco exagerado, pero, sinceramente, ¿no es esta la realidad en la que vivimos hoy?

jueves, 24 de octubre de 2024

La verdad a fuerza de insistir

      Me encanta hablar con mi amigo de Nueva Zelanda, el pastor protestante Cooper George Wright, parece que en esa otra parte del mundo se contemplan las cosas desde otras perspectivas y ven el mundo situados en otras coordenadas. No recuerdo ahora cómo fue el comienzo de la conversación, pero en un momento dado él comentó:

      —Muchas personas con habilidades extraordinarias no consiguen alcanzar sus metas más deseadas porque no se recuerdan a sí mismas lo valiosas que son. Les falta confianza, se rinden rápido y dicen cosas como: “La gente no me entiende” o “No he tenido la oportunidad adecuada”.

      Me quedé pensando unos instantes y luego le comenté:

      —Así es, les ocurre como si se bloqueasen antes de intentarlo. Me hace pensar en cómo las empresas lanzan productos e imagino que en tu país sucede lo mismo ¿Te has dado cuenta de las energías que ponen en la promoción de un artículo? Lo anuncian en todas partes, lo exhiben en vallas, en televisión, con celebridades diciendo que es el mejor. Lo repiten tanto que millones de personas terminan comprándolo. Si una empresa puede hacer eso, ¿por qué no lo hacemos nosotros mismos?

      Cooper también se tomó su tiempo y respondió:

      —Sí, exacto. Es como esa idea que suena repetitiva pero es verdad: "Hará más por la felicidad de su matrimonio si le dice al menos una vez por semana a su pareja que la ama, que si solo se lo dice el día de la boda". Lo he repetido frecuentemente en mis sermones; todos lo sabemos, pero poco lo practicamos. Nos manipulan a diario con estos mensajes, pero casi nunca pensamos en usar esa misma estrategia para nosotros mismos.

      Me sentía bien en la conversación, pensé que ese diálogo podría ser de los whisky, puro y chimenea, con fondo de estante de muchos libros. Contesté así:

      —Sí, es verdad, te doy toda la razón. Nos cuesta mucho decir algo como: “¡Oigan, solo quiero que sepan que soy estupendo, fantástico!”. Es como si estuviera mal visto o que eso fuese un rasgo de vanidad imperdonable. Pienso que quizás sea porque desde pequeños nos enseñaron cosas como: “No te des importancia” o “Siempre di la verdad”. Pero, ¿qué es la verdad? La verdad es lo que se repite tantas veces que acabas creyéndolo. ¿Realmente cree que el detergente “Pepito” lava más y mejor que cualquier otro solo porque lo dice un anuncio? ¿O que los perros de verdad elegirían el alimento “Perrito”, o que fumar el cigarrillo "YYY" te hace ser más decidido y aventurero?

      Cooper George respondió muy veloz:

      —¡Totalmente! El otro día escuché al dependiente de un comercio decirle a una clienta: “Señora, parece diez años más joven”. Y ella, aunque dudó un poco, dijo: “No lo sé, no estoy segura”. Pero apostaría que en el fondo lo creyó, porque quería creerlo. Y es que queremos creer esas cosas. Así que, si uno quiere sentirse una persona fuerte, buena y feliz, tienes que empezar a influir en tu propio pensamiento. Tiene que repetirse cada día, diez o veinte veces: “Creo en mí”, o “Soy fuerte y lograré lo que me proponga”. O también levantarse cada mañana pensando: “Hoy será un día feliz, sin importar lo que suceda”.

      Me vino a la cabeza aquello de: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad” y dije:

      —Repetirlo hasta que se convierta en una verdad, como hacen las empresas. Lo que me dicen estas es que podemos hacer con nosotros mismos lo que los demás intentan hacer a través de la publicidad.

      —Creo que eso es exactamente —respondió mi amigo. Y lo que ellos intentan venderte casi nunca te va a dar más felicidad que lo que puedes conseguir con autoestima, confianza en ti mismo y fortaleza interior. Tengo plena confianza en que con esas tres cosas, puedes dominar cualquier estrategia de manipulación.

      —¡Así es! —exclamé. Otros juegan ese juego con nosotros, pero también podemos jugarlo a nuestro favor. Solo hay que decir en el momento oportuno: “Yo también juego.

      Ahora el pastor Cooper habló pausadamente, como paladeando sus palabras:

      —Parece sencillo, pero es una decisión poderosa. Si realmente quieres ser más feliz, tienes que imponerte ante el mundo y no dejar que otros te definan. Y en gran medida, nuestra felicidad depende de eso: de cuánto lograremos imponernos al mundo que nos rodea...

martes, 22 de octubre de 2024

Internet es un puente

      Tengo una enorme cantidad de conversaciones con mi amigo japonés Takumi Kimura; casi podría escribir un libro con todas ellas. El diálogo entre una mentalidad oriental y otra occidental siempre presenta puntos de asombro, aunque también hay elementos de conexión. La lógica es la lógica, ¿no?

      Claro, a veces, tenemos nuestras diferencias, pero suelen ser, digamos, metodológicas.

      Intentaré transcribir, tal cual, la conversación de esta mañana. Él dijo:

      ─¿Te has dado cuenta de cómo Internet ha cambiado completamente la forma en que accedemos y compartimos la cultura?

      Habíamos empezando hablando de política, pero el siempre dice que no le gusta comentar asuntos de política porque si no entiende la de su país cómo va a entender la de otros. Sabiamente sabe cambiar de tema. Así que traté de sumergirme en lo que me planteaba sobre la dualidad internet-cultura y contesté:

      ─¡Sí, totalmente! Antes, la cultura parecía algo reservado solo para quienes podían ir a bibliotecas, museos o universidades, pero ahora con Internet todo eso ha cambiado. Es como si esas barreras hubieran desaparecido.

      Respondió muy rápido:

      ─Exacto. Ahora cualquier persona con una conexión a Internet puede acceder a enormes cantidades de información cultural, ya sea literatura, música, arte o cine. Solo con entrar a una plataforma como YouTube o una biblioteca digital como la Biblioteca Digital Mundial, puedes ver obras clásicas, conciertos, o hasta exposiciones virtuales. ¡Es increíble!

      ─Es cierto ─contesté─ y lo mejor es que no importa si vives en una ciudad o en un lugar remoto. El acceso ya no depende de dónde estás o de cuánto dinero tienes. Antes, la geografía era una limitación enorme.

      Como vi que tardaba unos segundos de más en decir algo le añadí:

      ─Y no solo es un acceso pasivo. Internet permite que la gente interactúe con lo que consume. Puedes comentar, debatir, compartir tus ideas y hasta formar comunidades alrededor de los intereses culturales de cada uno.

      Ahora observé que estaba escribiendo, era lo siguiente:

      ─Eso ha sido un gran cambio. Ya no estamos atados a las instituciones tradicionales para aprender o disfrutar del arte. Ahora la cultura está en cualquier dispositivo que tengas a la mano. Pero además de eso, algo que me parece impresionante es que ahora todos pueden crear y compartir su propio contenido cultural. Antes, solo los artistas o escritores reconocidos tenían esa posibilidad. Ahora, cualquier persona puede llegar a una audiencia global, aunque sea un creador emergente o autodidacta.

      En este momento fui yo el que interrumpió un poco la comunicación para dar el último sorbo al primer café de la mañana. Proseguí:

      ─Muy cierto, así es, las redes sociales, los blogs y las plataformas de vídeo han democratizado la producción de cultura. No necesitas un gran intermediario para que tu trabajo sea visible. Esto ha permitido que muchas voces, especialmente de culturas minoritarias o marginadas, puedan ser escuchadas. Y así es como Internet no sólo nos acerca a la cultura, sino que nos convierte en participantes activos en su creación y difusión. Es como si todos pudiéramos ser, al mismo tiempo, consumidores y productores de cultura.

      Me dio la razón diciendo:

      ─Sí, es como si Internet fuera un puente que conecta ideas, experiencias y personas, creando una cultura global mucho más diversa e inclusiva...

      Pensé que ahora diría la palabra “exacto” y recordé su especial forma de pronunciarla dándole un énfasis muy especial.

      ─¡Exacto! ¡Un puente que un mundos que antes parecían lejanos! ─añadió.

      Me reí, dándome cuenta de que había acertado: ¡exacto!

lunes, 21 de octubre de 2024

Baltasar Gracián, el jesuita estoico


      Desde hace unos días vengo haciendo carteles pequeños, de esos que mandamos a los amigos por las redes, con frases de Baltasar Gracián. Este pasado verano, perdido en mi biblioteca, encontré “El Arte de la Prudencia”, lo ojeé un poco y me engancharon sus ingeniosas sentencias, así que lo leí hasta el final. También he revisado su gran obra “El Criticón”, una alegoría de la vida humana, que es una de las novelas más importantes de la literatura española, comparable por su calidad al Quijote o La Celestina.

      Bien puedo decir que he redescubierto ─para mí─ a un gran maestro casi olvidado de nuestra literatura; después pensé que, lamentablemente, este país es de olvidos demasiado frecuentes en todo.

      Baltasar Gracián, nacido en 1601 en Belmonte, Zaragoza, fue un escritor, filósofo y sacerdote jesuita cuya vida no parece haber tenido mayor interés fuera de sus escritos, esos sí, bastante ocurrentes. Desde joven se sintió atraído por el saber, aunque no por el placer que el conocimiento pueda traer consigo, sino más bien por el ejercicio intelectual, que en su caso adoptó la forma de aforismos, sentencias y un pesimismo generalizado sobre la condición humana. Fue admitido en la orden de los jesuitas, donde ejerció de profesor de filosofía y teología, quizás más por obligación que por devoción.

      Ya he citado antes su obra más famosa, El Criticón, que es una especie de largo viaje alegórico sobre las miserias humanas, que sin duda Gracián encontraba fascinantes y, a la vez, tediosas. El libro causó controversia por sus críticas veladas (o no tan veladas) a la sociedad española de su época, lo que le costó varios desencuentros con sus superiores jesuitas. A Gracián, sin embargo, esto no pareció importarle mucho; publicó a escondidas bajo seudónimo y siguió reflexionando sobre la vanidad, la ambición y la futilidad de la existencia con una frialdad que solo alguien como él podía mantener.

      He citado antes el “Arte de la Prudencia”, un compendio de máximas donde su visión del mundo es aún más clara: para Gracián, la vida es un juego de astucia, y la supervivencia en la sociedad depende de saber cuándo callar, cuándo hablar y, sobre todo, cuándo no hacer nada. Esa es, quizás, la actitud que mejor define tanto su obra como su vida.

      Creo que Gracián no fue exactamente un revolucionario (yo creo que, más bien, fue un post-estoico) ni un gran pensador que transformara el curso de la filosofía occidental, pero tuvo la suficiente habilidad para permanecer en el ámbito de la historia literaria. Murió en 1658, tras haber logrado la no despreciable hazaña de que algunos lo recordaran, aunque, francamente, no parece que le hubiera importado demasiado. Sus ideas, profundamente desencantadas, siguen resonando en quienes se cansan del optimismo desmesurado, aunque él, desde su tumba, seguramente se habría encogido de hombros ante tal reconocimiento.

      Leyéndolo me he preguntado varias veces sobre las posibles influencias estoicas de Gracián. Y, sí, creo que sí las tenía, aunque su visión del mundo era más compleja y, en algunos aspectos, más cínica. El estoicismo, con su énfasis en la serenidad ante la adversidad, el autocontrol y la virtud como único bien verdadero, resuena en algunos de los temas que Gracián trata en sus obras, especialmente en su preocupación por la prudencia, el dominio de uno mismo y la capacidad de enfrentar la vida con una especie de estoicismo práctico.

      En el “Arte de la Prudencia” Gracián ofrece consejos que a mí me recuerdan a la sabiduría estoica: saber cuándo actuar, cuándo retirarse, cómo mantener la calma en situaciones difíciles, y, sobre todo, cómo no dejarse arrastrar por las pasiones ni por las circunstancias externas. Aunque no predica la indiferencia absoluta ante los infortunios, como los estoicos clásicos, sí aboga por un distanciamiento emocional frente a las vanidades del mundo, algo en sintonía con el principio estoico de la "apatheia" (liberarse de las pasiones).

      A mi juicio, el pensamiento de Gracián también presenta un matiz más pesimista y pragmático. Mientras los estoicos creían en la capacidad del ser humano de vivir conforme a la razón y alcanzar una forma de virtud trascendente, Gracián parece más desencantado con la naturaleza humana, a la que observa desde una distancia irónica, casi despectiva. Su obra revela una desconfianza hacia la sociedad y sus falsedades, y su "arte de prudencia" es menos idealista y más calculador que las doctrinas estoicas. Gracián aconseja más bien cómo navegar en un mundo hostil, aceptando la hipocresía y la manipulación como parte de la realidad humana.

      Y ahí sigo, le daré más vueltas. Y luego una charla sobre Gracián a mis nietos...

viernes, 11 de octubre de 2024

Un sermón para el pastor Cooper

      He citado varias veces, aquí en el 'blog', a mi amigo Cooper George, pastor protestante de Nueva Zelanda. Suelo mantener con él un contacto fluido y ─sobre todo─ siempre muy interesante. Ayer recibí de su parte una propuesta bastante insólita; me pidió que le escriba un esbozo para un sermón, sobre el tema que yo elija. También indicaba que le ha hecho la misma petición a otros amigos extranjeros, incluyendo a nuestro amigo común Kimura en Japón, y a otros que no tengo el placer de conocer.

      Él desea hacer un análisis de cómo vemos el mundo desde otros hemisferios y adaptar esas ideas que le demos a uno cualquiera de sus sermones dominicales. Le dije que lo intentaría, pero que no tenía ni la más mínima idea de cómo empezar.

      He escrito de muy variados temas, pero eso de un sermón me ha descolocado tremendamente. Le pedí que me diese alguna sugerencia, y me indicó que el tema de la "Fe" era de amplísimas posibilidades. Eso aumentó mi perplejidad, pues soy persona dubitativa en estas cuestiones y de fe muy limitada. No obstante lo pensé bien un rato después y acepté el reto.

      La primera duda surgió al pensar si debía escribir la palabra fe con mayúscula o con minúscula. Decidí hacerlo con minúscula, pues fe es un nombre común, por lo que lo recomendable es escribirla en minúscula, si bien es cierto que en textos religiosos aparece frecuentemente con la letra inicial en mayúscula. Después visité el diccionario de la R.A.E. para reflexionar sobre los distintos significados y matices. Quedé sorprendido por las muchas acepciones y locuciones de la palabra fe.

      Estuve un rato paseando por toda la casa y, quizás, forzando demasiado la rodilla; el médico me prescribió reposo de 48 a 72 horas después de las infiltraciones de ácido hialurónico y un poco de un corticoide. Volví a sentarme y me vino la luz de esbozar un sermón rodeando el asunto de la fe en la actualidad. El título podría ser: La necesidad de la fe en este enmarañado mundo de hoy”.

      En este planeta, escenario de mil incertidumbres: pandemias, guerras, desigualdad, cambio climático... ¿Es la fe un ancla?, ¿es una fuerza que nos puede sostener y conducir hacia un futuro lleno de esperanza?

      ¡En menudo lío me ha metido el amigo Cooper! ¿Saldré de ésta?

jueves, 3 de octubre de 2024

EL ROSARIO DE ÁNGELA

      Anteayer, mientras el sol se apagaba con suavidad tras las persianas; mi esposa y yo conversábamos en la sala, rodeados de un silencioso resplandor del atardecer. La charla nos llevó a terrenos antiguos, de esos que parecen desvanecidos, pero que aún persisten como susurros en la memoria. Hablamos del latín, lengua sagrada y solemne que resonaba en las paredes de las iglesias de nuestra juventud, en los cantos que a veces parecían flotar entre lo humano y lo divino. Recordamos algunas frases célebres: “quot capita tot sensus” (tantas cabezas, tantos pareceres), y nos parecía como si el tiempo no las hubiera erosionado del todo. “Pater noster, qui es in caelis…”, recité de pronto, y ella continuó con su voz serena. También evocamos el “Pange lingua gloriosi” y otras plegarias que parecían haber quedado ancladas en nuestro corazón.

      Sin embargo, cuando mencioné el “Ave María”, me di cuenta de que nunca lo aprendí en latín. Me sorprendí un poco, como si faltara una pieza en ese mosaico espiritual que durante tantos años había formado parte de mí. Hablamos de las misas de antaño, del Rosario en latín, con sus letanías pausadas, y de cómo el latín, esa lengua madre de Europa, parecía haberse ido difuminando con el paso de los siglos, como una melodía que se acaba lentamente. "Quizás, ahí comenzó la decadencia de Europa", me dijo Lely en un tono reflexivo. Era un pensamiento que compartía, aunque no lo había formulado hasta ese momento.

      Al cerrar los ojos, en la quietud de la noche, una idea se abrió paso en mi mente: en casa no teníamos ningún rosario. Me sorprendí al darme cuenta de ello. Habría sido algo natural, una pieza pequeña, pero significativa, algo que parecía tan íntimamente ligado a nuestros recuerdos. “Me gustaría tener uno”, le dije en voz baja. Ella asintió, como si compartiera el mismo deseo silencioso.

      El día siguiente transcurrió con la calma habitual (y con la misma molestia en mi rodilla), hasta que, inesperadamente, recibimos una visita. Un viejo gran amigo, médico argentino al que no veíamos desde hacía años, llegó a nuestra puerta. Su presencia fue una sorpresa tan cálida y reconfortante como la de esos días soleados que se asoman entre las nubes después de la lluvia. Venía a España a resolver unos asuntos, pero se había tomado el tiempo para pasar a saludarnos. La conversación fluyó fácil, como si los años no hubieran pasado, y en sus manos traía algunos obsequios, pequeños detalles que nos entregaba.

      Sin embargo, uno de esos obsequios hizo que mi corazón se detuviera por un instante. Al abrir una pequeña cajita, descubre un rosario. No era un rosario cualquiera; era un delicado rosario de perlitas blancas, con una cruz que irradiaba una pureza silenciosa. Había pertenecido a su esposa, nuestra querida amiga Ángela, quien había fallecido el año anterior víctima de una cruel enfermedad. Su recuerdo, tan vívido y querido, golpeó mi pecho con una mezcla de nostalgia y gratitud.

      Sentí cómo el rosario, aquel objeto tan pequeño y aparentemente simple, despertaba algo profundo en mi interior. Era como si ese regalo fuera más que un simple gesto de amistad; era una conexión, una respuesta a ese anhelo silencioso del que hablé la noche anterior. Acaricié las perlitas frías entre mis dedos, imaginando cuántas veces Ángela las habría sostenido en sus manos, cuántas oraciones habrían sido susurradas mientras el hilo del rosario pasaba lentamente entre sus dedos. Y ahora, de alguna manera, ese rosario estaba aquí, en mis manos, trayendo consigo la memoria de una amiga querida y la sensación de que, en el universo, hay infinidad de misterios que van más allá de lo comprensible.

      Miré a mi mujer, tenía los ojos ligeramente humedecidos, y en silencio compartimos ese momento. No hacía falta decir mucho. El rosario, con su sencilla belleza, había movido algo en nuestro espíritu, algo que no podía explicarse con palabras. Era como si el latín, los recuerdos, la fe, la memoria de Ángela y nuestra propia necesidad de un objeto tan significativo se hubieran entrelazado en un solo gesto, un pequeño milagro, un misterio...

      Algo se agitó en nuestro interior, sentí que algo había cambiado en nosotros. Esa pequeña cruz blanca y sus perlitas ahora descansaban en nuestro hogar, pero lo que traía consigo era mucho más que eso: era un eco de lo sagrado, de la amistad, y de ese misterioso vínculo que une los hilos.

      Me acosté pensado que el latín, los recuerdos, el rosario... todo cobraba un nuevo sentido. Quizás Europa había perdido algo muy valioso al olvidar el latín... Pero en ese pequeño rosario, en esas perlas que ahora guardo con cuidado, siento que una parte de ese legado perdurará, no solo en palabras, sino en el amor y la conexión que compartimos los unos con los otros...

martes, 1 de octubre de 2024

El invitado incómodo


      Llevo unos cuantos días sin contar nada de “mis cosas”, he tenido la rodilla izquierda fastidiada provocándome un gran dolor... Eso de la artrosis, ¿sabéis?

      La artrosis de rodilla es como ese invitado incómodo que llega a una fiesta y decide quedarse para siempre, aunque nadie lo invitó. En esencia, el cartílago normalmente es el que se encarga de que nuestros huesos no se rocen como dos trozos de papel lija, pero un día dice "hasta aquí llego, ¡ya está!" y empieza a desgastarse. El malvado resultado puede un cóctel de dolor, crujidos y una rodilla que parece tener vida propia… pero una vida que decide que, desde ese instante, ya no le gusta caminar ni subir escaleras.

      Es como un recordatorio constante de que ─aunque en tu cabeza sigues siendo joven─ tus articulaciones están organizando su propia protesta.

      Por ahí anda también el conocido como líquido sinovial. El líquido sinovial es como el lubricante de las articulaciones, manteniéndolas en movimiento suave y sin fricción. Pero a veces se "escapa" en la rodilla y suele referirse a situaciones en las que hay una lesión, artritis u otra inflamación, y el cuerpo produce demasiado de este líquido. Entonces la rodilla se hincha porque, el líquido, en lugar de circular tranquilamente dentro de la cápsula articular, el líquido se acumula y genera una especie de "charquito interno" y esto es lo que provoca la sensación de hinchazón o ese "globo líquido" que parece que uno tiene en la rodilla, ¿se entiende?

      Así que, en resumen, el líquido sinovial no tiene tanto una fuga dramática, sino que más bien se "desparrama" donde no debería y en ese periplo corto produce un dolor espantoso y lo primero que hay que hacer es sacarlo de ahí mediante una punción.

      Lo mío fue así, más o menos cuento mi historia desde el jueves pasado:

Septiembre. Jueves 26.

      Son las 20:30, vuelvo a casa después de un paseo con Lely. Siento, de pronto, un extraño dolor ─leve─ en la rodilla de la pierna izquierda. Cuando llego a casa tomo un analgésico del montón y luego me voy a la cama, bien.

Viernes 27.

      El dolor ha desaparecido, únicamente me queda un residuo de molestia a la que no doy excesiva importancia y me pongo sobre la rodilla un gel contra dolores suaves de esos que anuncian a diario en todas las televisiones. Parece que esto desaparecerá pronto.

Sábado 28.

      El dolor comienza con un incremento feroz. Durante el día hay episodios de dolor bastante intenso, la pierna izquierda se me queda casi inválida, no puedo caminar, busco un bastón para apoyarme, tomo Nolotil, otra vez gel analgésico... ¡nada! El dolor es ya insoportable y necesito llorar y gritar. No sé bien a qué hora telefoneo a mi hijo para que me traslade a urgencias de alguna clínica.

      Ingreso en urgencias, atienden con gran rapidez, me sacan del coche tres celadores entre enormes quejidos del intenso dolor que tengo. Una vez dentro el médico, después de palparme con mucho cuidado la rodilla y estudiar la geografía del dolor, decide hacerme unas punciones y extraer líquido sinovial. No sé cuánto sacó, pero me sentí más aliviado por momentos. Radiografías, analítica, recetas, recomendaciones y vuelta a casa ya tarde.

      Mi hijo se queda a dormir en casa y está atento toda la madrugada, me ayuda a ir al baño un par de veces y me sostiene con sus fuerzas. El dolor es distinto, es el de la zona inflamada.

Domingo 29.

      La noche no es buena, pero tampoco dramática. Duermo alguna que otra hora. Por la mañana me levanto mejor y desayuno con hambre discreta. Pierna en aburrido reposo y atenuado dolor. Me voy sintiendo más entero.

Lunes 30
      Sigo con reposo, es necesario. Desayuno bien. No tengo dolor salvo si hago algún esfuerzo inapropiado. Ya tengo cita para que me vea el traumatólogo en los próximos días.

      Veremos en qué queda todo esto...