Los orientales son muy amigos de decir frases
crípticas, de significados extraños, simbólicos; frases llenas de metáforas o
de ambigüedades. Ayer, de una conversación con Kimura, se me quedó pegada a la
mente la siguiente: «El tiempo es memoria, por tanto la memoria es tiempo. No
existe el tiempo sin memoria».
Tratando de evadirme un poco de la confusión
que me creaba le dije:
─El presente es lo que importa.
No me hizo demasiado caso y siguió con sus frases
enigmáticas o, al menos, eso me parecían a mí:
─¿No sabes que la memoria es la que crea los
pensamientos? Observa que sin pensamientos no hay memoria ni tiempo.
Despistado y casi balbuceante conseguí
decirle:
─Necesito tiempo para poner en claro estas
cosas. Puedo entender que el tiempo conduce a llegar a ser, uno es esto ahora y
después será aquello otro. O hoy tengo esto y mañana lo otro. Y creo entender eso
que dices de que la memoria es la creadora de los
pensamientos. Quizás mañana tenga la mente más clara y te pueda responder
mejor.
Creo que no me oyó y
añadió:
─Sí, es así, sin
pensamientos no hay memoria ni tiempo. El pensamiento da continuidad en el tiempo.
El pensamiento es tiempo y este es su continuidad.
Me quedé callado, no sabía qué decir. Él, al
cabo de unos largos segundos, siguió hablando:
─Cuando se comprende que el principio es el
fin y el fin es el principio, entonces todo se vive como eterno e infinito.
Me puse de pie, fui al frigorífico a coger una cerveza...
Nunca he sabido mucho de eso que es la serenidad. Dicen que debe tener
relación con la soltura, la aceptación, la permisividad...
Quizás sea dejar sentimientos, pensamientos y sensaciones en stand by,
tal como están. Reflexiono sobre eso mientras la arena blanca y caliente
deambula por mis dedos. Me acerco a la orilla.
Una
gaviota grazna cerca, huelo el mar.
Unas olas, ¿serenas?, rodean mis pies. Miro el reloj, pero no veo la
hora. Da igual. ¿No será mejor tirarlo al agua? Lo desenredo de mi muñeca y doy
unos pasos con él en la mano. No puedo evitar una sonrisa. ¿Seré capaz de
arrojar el reloj al agua? Río, ahora abiertamente. No sé si alguien se da
cuenta, hay poca gente en la playa y no creo ser objetivo interesante para
ninguna mirada.
La
serenidad nos permite discernir entre lo importante y lo accesorio. Es la calma
para abandonar miedos innecesarios y guarecernos ante cualquier amenaza real.
Entraré un poco más en el agua, hasta que alcance las rodillas. Desde
allí tiraré el reloj lejos, con fuerza. Llevo el móvil en el bolsillo trasero.
¿Se mojará? ¿Lo tiro también?
Siento una sensación cálida y suave; el contacto con el agua. El sol
deslumbra y percibo la intensidad del olor a mar. Empujo el agua con las
piernas; solo el ruido de unas pequeñas olas sirve de grata compañía.
Las
experiencias intensas de la naturaleza trasmiten serenidad, inducen a la
contemplación de la belleza del entorno.
Empuño el reloj con la derecha y lo aprieto. Otra vez río. Alzo la mano
lo suficiente para coger impulso y lo arrojo hacia adelante, entre diez y quince
metros. Pronto lo engulle el agua.
Ver
conscientemente es una excelente posibilidad de obtener serenidad. Eso es abrir
los ojos a lo que, efectivamente, está presente sin mezclarlo con las fantasías
e imaginaciones propias.
Permanezco parado. Creo saber el lugar exacto en el que se ha sumergido
el reloj.
En
realidad ver conscientemente implica también percibir ese cristal con el que
miramos la vida, un cristal que en su interior acumula nuestras imaginaciones,
prejuicios, creencias y escalas de valores.
Miro a la línea del horizonte y hago una especie de gesto de adiós.
Giro; doy la vuelta hacia la orilla.
Camino muy lentamente para salir del agua.
Me
toco en el bolsillo de atrás... Ahí, aún, está el móvil.