Sabía quien me enviaba aquella carta,
claro. En ella el remitente me pedía que le explicara, con palabras pero sin
imágenes, cómo se hacía un buen nudo pero que fuese fácil de realizar. Me quedé
un poco perplejo al leer aquella extraña petición, pero tampoco me sorprendía
excesivamente sabiendo de las excentricidades del peticionario, aunque por ser
buen amigo no dudé en que debería complacerle.
Después de pensarlo bien decidí elegir
el nudo que me pareció más apropiado para lo que me pedía, e intenté darle la
explicación que demandaba. Le dije ─por escrito─ que tomara un cordel por uno
de sus extremos y que hiciera un bucle, un lazo que estuviese un poco alejado
de dicha punta para poder manejar bien el proceso. Después le indicaba que
cogiese la punta cercana al bucle y que la metiera por dentro del mismo y una
vez introducida en él, tenía, con ella, que rodear el firme, es decir la parte
que se alejaba de la punta y una vez hecho eso debía cambiar la dirección de
esa punta ─o sea, darle la vuelta─ e introducirla otra vez por el lazo pero
desde arriba; puse buen cuidado en indicarle que una vez que había hecho todo
esto ya estaba el nudo básicamente confeccionado y que ─únicamente─ bastaba
tirar ─con algún de cuidado─ desde la punta y desde el firme (parte que se
aleja de la punta sobre la que trabajamos) para que nos quedase un nudo
excelente. Le señalé que, sin duda, se trataba de uno de los nudos más
importantes por sus múltiples ventajas, no se afloja, no se escurre, se deshace
sin mucho esfuerzo, lo que le hace muy apropiado y útil para multitud de
funciones, como atar objetos, realizar aparejos móviles y muchas otras
aplicaciones.
Releí varias veces las instrucciones que
le había redactado e hice algunas correcciones en cada relectura. Aunque no
conforme del todo con la exposición, le envié la carta. No me entretuve en
contarle nada ni en pedirle explicaciones de ningún tipo respecto a su insólita
petición.
Pasaron varios días, y casi había olvidado el curioso episodio de
la historia del nudo, cuando recibo un sobre grande con una cartulina
amarillenta en su interior que en letras grandes decía:
Ahhhh. No hay nada más útil al hombre que el arte de las cosas inútiles... Me ha encantado el broche final...
ResponderEliminarGracias por leerme.
EliminarUn fuerte abrazo.