miércoles, 6 de mayo de 2020

Abuelos y nietos

     A veces se me entrecruzan las historias, no sé si son situaciones que viví yo con mi abuelo o se trata de momentos de que he vivido, en días recientes, con mi nieto; en realidad no importa, todos es lo mismo, se trata ─únicamente─ de esos momentos esenciales... 

LAS HORMIGAS DEL OLIVO   
     Un niño paseaba con su abuelo, ambos serios y con las manos atrás, mirando todo en derredor. Habían subido a los bancales de la abuela en donde estaban los viejos olivos. El abuelo siempre hablaba de los campos de la abuela, pues ella era la que los había heredado. 
     Contemplaban el mar ─bellísimo─ allá abajo y a lo lejos.  Al entrar en el bancal el terreno se hizo pedregoso, y el abuelo cogió de la mano al niño para evitar que tropezara y cayese.  Llegaron delante del olivo más viejo, y se pararon allí. Había un gran silencio, seco silencio de verano mediterráneo en el campo.  El niño esperaba paciente alguna indicación o palabra, pasaron más segundos y el abuelo susurró: «Retorcido... retorcido... retorcido... retorcido...», lo decía como hablando consigo mismo.  El pequeño lo miró extrañado y también miró al olivo. El árbol era enrevesado como una gárgola del maligno; torturado. «Nuestro país es retorcido, se ve muy bien desde el aire», dijo eso mirando y señalando al cielo.

     Ahora dirigieron los ojos al mar que parecía pequeño y lejano: «Me gusta más el mar, me gusta más el mar...», repitió con voz ensoñada. «¿Por qué abuelo? ¿Por qué?» le preguntó el niño.
     Nunca contestaba pronto, hacía pausas a las que el nieto ya estaba acostumbrado.
     «El mar es un gran espacio para los sueños», dijo. El niño no supo qué responder y se encogió de hombros.
     Otra vez el olivo. Miles y miles de hormigas surcaban sus hendiduras e infinitos canales, se movían rápidas, cada una sabía su fila y su camino. Había varios hormigueros al pie del árbol y rodeaban su tronco.
    «Abuelo, ¿por qué hay tantas hormigas en el olivo?», preguntó otra vez el niño. Su abuelo devolvió la mirada al mar, le daba el sol en la cara y su pelo ─muy blanco─ plateado le brillaba. Tardó un poco, como siempre, en contestar: «Este invierno lloverá mucho... lloverá mucho... lloverá».


3 comentarios:

  1. No se si mis ideas son correctas o no, pero pienso que hay una diferencia abismal entre el trato nieto-abuelo y el de hijo-padre. El segundo es necesariamente más rígido, debido a la absolúta responsabilidad y necesidad de corrección hacia el hijo, que tiene el padre. De otra parte, la primera es aquella en que se puede descargar todo el amor, que el abuelo no pudo manifestar claramente hacia su hijo debido a la responsabilidad indicada, y que ahora, puede hacerlo sin ataduras ni restricciones de ningún tipo; dodo ello sin que represente una pérdida de las formas más correctas.

    ResponderEliminar
  2. Pilar Nacarino Moreno6 de mayo de 2020, 16:27

    Estoy de acuerdo con el comentario anterior, el peso de la responsabilidad de ser padre, de educar, de enseñar, de hacer hombres y mujeres con unas formas y unos valores, te impiden lo que la naturaleza te devuelve cuando eres abuelo, que es poder enseñarlos de forma diferente, te puedes relajar en los mimos, en los caprichos, porque los padres están para educar, y los abuelos para mimar. Quizás por eso la relación de los nietos con los abuelos son tan entrañables y cariñosas. Los abuelos somos especiales para los nietos.

    ResponderEliminar
  3. Una bonita historia. La relación abuelos-nietos es muy entrañable y más de igual a igual que la de padres-hijos. Cuando tienes hijos, eres joven y temes que tu autoridad sea cuestionada. A veces tienes que corregir y mostrar tu enfado, cosa que con los nietos ya no es necesario.

    ResponderEliminar