Una vez dije que las democracias actuales son ensoñaciones que no resuelven los problemas, es más, en muchas circunstancias los agravan. Los políticos en ellas únicamente pueden hacer tres cosas y la primera es echar ingentes cantidades dinero sobre los problemas que nos acucian y que ponen en duda los votos que puedan obtener en las próximas elecciones. La segunda es imponer una enorme cantidad de leyes y normas para que los ciudadanos las cumplamos, sí o sí. Y por último crean comisiones de control y supervisión para vigilar que todos esos reglamentos que nos han endilgado se cumplan. Analícenlo con atención y lo verán claro. Otra tarea no hacen, ni tan siquiera pueden pagar las cuentas que son consecuencia de sus actividades, esas las dejan para que los contribuyentes las abonen.
Eso sí, todo adobado con millones de palabras y con mucha propaganda, para confundir a la gente de a pie. Recordaba ayer un vídeo de hace unos años en el que se entrevista a una mujer después de escuchar un inflamado discurso de Barack Obama en su campaña electoral. Casi con lágrimas en los ojos la señora exclamaba: «¡Ya no tendré que pagar mi hipoteca, ni los billetes de tren ni de autobús!». ¿Es este el tipo de mentalidad que generan las democracias de hoy día?
Las consecuencias de un sistema tan imperfecto ─y no voy a entrar en la clásica polémica de “lo mejor de lo peor”─ es la burocracia. A nadie se le oculta que las abundantes democracias de nuestro planeta han generado desmesuradas burocracias, que tiranizan nuestras existencias con cada vez más poder avasallador. Puesto que ellas constituyen el gobierno, son capaces de escudarse contra las duras realidades económicas con las que el resto de nosotros tenemos que lidiar continuamente. Sus negociados no pueden quebrar ni resquebrajar, los burócratas muy difícilmente pueden ser enviados al paro, y extrañamente entrarán en conflicto con la ley, ya que ellos son la ley. Tienen capacidad para poner un gran número de dificultades sobre el resto de de los ciudadanos con sus normas, regulaciones y reglamentos. No hay lugar en el mundo en donde la burocracia no fastidie y desmotive las nuevas empresas con multitud de leyes, preceptos y disposiciones, además de brutales costes. También las empresas ya establecidas padecen bajo la sobrecarga de la burocracia. Es normal, además, que más desasistidos y las personas de menor nivel educativo sean los más aquejados en este sistema y que no pueden encontrar trabajo, porque las leyes del salario mínimo, y otras múltiples normas, que aumentan los costes de trabajo los sitúan al margen del mercado laboral. Incluso, si intentan emprender algún negocio, se les hace casi imposible porque no dominan los resortes y las teclas que hay que pulsar en la selva burocrática.
Eso que algunos dicen de que la democracia se arregla con más democracia es una una falacia, las democracias que intentan (la que lo intente) arreglarse lo hacen siempre aumentado la burocracia y eso las lleva, inexorablemente, al declive y a algún tipo de totalitarismo.
Estoy completamente de acuerdo, las burocracias queman las democracias. Otro problema es el de los vividores y parásitos ("chupopteros" que decía José María García) que pululan alrededor del poder democrático para ver que sacan, también están los fanáticos saqueadores.
ResponderEliminarNo sólo es un lastre, sino un cáncer que la destruye. Lo que pasa es que amordaza cualquier intento de parar está auténtica e intrincada selva de leyes, reglamentos, órdenes, comisiones. Los "pesebres" que genera, para "premiar" a los afines, alista un "ejército" que defenderá con uñas y dientes esa burocracia. Y lo peor es, que esta situación no se corregirá de forma pacífica.
ResponderEliminar