Este es el primero de una serie de artículos (o capítulos) que comencé a escribir en mayo de 2012 con la intención de escribir un libro sobre un grupo ─bastante nutrido─ de artistas relevantes de arte moderno. La idea partía de la existencia de unas supuestas notas manuscritas de un amigo imaginario llamado Gustavo. Este amigo va contando de una manera anárquica algunas de sus andanzas en el mundo del arte contemporáneo acompañado de su esposa Elisa, de su amiga Lina y de otros personajes. El libro empezaba así:
Nunca me he aclarado con él, pero creo que a lo largo de su vida ha sido "curador", galerista, artista, crítico e incluso coleccionista en algunas ciudades de Estados Unidos y también de Europa. A veces le he pedido que me precisara con alguna definición su concepto del arte contemporáneo y sólo he conseguido que me diga alguna frase de cierta oscuridad como: "el arte es todo aquello que un artista consiga que alguien bien posicionado ─y con influencias─ en el mundo del arte admita como tal, o también cuando alguien de fuera de ese entorno se atreva a decir que no es arte". Sus notas son dispersas y he debido de introducir un poco de orden en ellas, pero creo que la esencia de lo que Gustavo pretende con sus escritos es decirnos que la tarea que se realiza en el mundo del arte contemporáneo es de gran relevancia para la sociedad y que todas las personas de ese ámbito hacen un aporte colectivo importante para apreciar y entender mejor nuestra realidad social, vital y política, y que ─viendo con mayor perspectiva histórica─ también se contribuye a generar un testimonio duradero de nuestro presente.
«Desde 1850»: Tamara de Lempicka
Sabía que el título le iba a sorprender a mi esposa y me preguntó inmediatamente qué significaba, le contesté que era el comienzo de la revolución del arte pictórico, es la frontera, los balbuceos del impresionismo, pero que tampoco había que dar una significación especial a una fecha, es sólo un indicador ─una referencia─ para situarnos con cierta aproximación. Creo que le gustó, me indicó que era algo muy breve y fácil de recordar. Después me hizo algunas consideraciones sobre qué orden seguiría o qué criterio, le dije que no habría ninguna cronología y que tampoco mis gustos personales influirían, que todo dependería de las exposiciones, museos o galerías que visitase. Me miró con gesto dubitativo ─o de sorpresa. No sé─ y siguió en sus cosas. Ese mohín me dejó muy claro que, por el momento, no estaba muy interesada en esta nueva aventura artístico-literaria.
Después llamé a mi amiga Lina que seguro que me acompañaría al museo para ver la muestra de Tamara de Lempicka. Cuando le expliqué el asunto tuve la impresión de que no se enteró muy bien pues inmediatamente me hizo el correspondiente chiste fácil. Le expliqué un poco que Tamara de Lempicka era una artista polaca que nació en 1898 adscrita al Art Déco y que sus pinturas se han convertido, a lo largo de los años, en un exponente de la superficialidad, sofisticación y decadencia de la alta sociedad de aquella época. Eso le interesó y me interrumpió diciéndome:
─¡Vale, vale! ¿A qué hora me paso por ti? ─y aún añadió─: Gustavo, ¿cómo dices que se llama la pintora?
Le repetí su nombre, también que murió en 1980. Quedamos en que ella pasaría por casa a recogerme, pues el Museo Central nos cogía de paso.
Llegamos a la inauguración de la muestra (vernissage) puntualmente, ella vestía de manera impecable y de alguna manera tuve la impresión de que iba a juego con los cuadros.
Teníamos un acuerdo tácito, y cuando visitábamos juntos un museo, o una galería, cada uno se movía con toda libertad por la sala y se paraba con quien quería; de vez en cuando nos cruzábamos para cambiar alguna rápida impresión, y otra vez cada uno se dirigía a su punto de interés más inmediato. Solía darle algunos datos para que se relacionase con facilidad por allí y pudiese conversar con soltura. Le expliqué que la artista fue muy famosa y que pintó a muchas celebridades de su tiempo, su máximo esplendor lo alcanzo entre los años 1925 y 1940, cuando dejó París para afincarse en Estados Unidos, durante ese periodo hizo más de cien retratos. También le comenté que su obra se basaba muy exclusivamente en el tratamiento de la figura femenina, pintaba mujeres volátiles, con sutiles curvas y con leves toques eróticos, que solía superponer a rascacielos oscuros en el fondo.
Lina me escuchó muy atenta; ella tenía una sorprendente ─y admirable─ habilidad para sacar partido de esa pequeña información que yo le proporcionaba.
Algunos consideran ─y no les veo errados─ que el llamado «mundo del arte» es el juego intelectual más sofisticado que jamás haya sido inventado. Ese juego tiene una serie de reglas complejas de funcionamiento y los participantes se mueven en un sistema de tres coordenadas: una social, en la que el establecimiento de relaciones es lo primordial; otra coordenada es la económica que es en la que subyacen todos los movimientos del juego. Y la otra ─y no menos importante─ la política con su parafernalia de influencias, intereses, administración de la cultura, subvenciones, apoyos, etc.
De regreso en su automóvil ─que siempre me olía a un buen, y perfumado, tabaco de pipa─ me preguntó:
─¿Qué papel jugabas hoy? ¿De crítico? ¿De coleccionista? ─y añadió─: Para mí ha sido una excelente velada inaugural y he disfrutado mucho con los cuadros y con la gente que he conversado, me alegro de haber venido. Curiosa mujer debió ser la Lempicka.
Con un dedo conseguí aflojarme la corbata y le respondí:
─Sí, sin duda, una mujer sorprendente, que en un paisaje dominado por hombres que llevaban sus posibilidades artísticas hasta los límites como el Cubismo, el Dadaísmo, el Fauvismo y el Surrealismo que eran los movimientos artísticos más influyentes en su época ─me refería a los 40 primeros años del siglo XX─ ella pintaba a gente de la nobleza, a estrellas del espectáculo, a ricos y a gente de moda.
─Puedo imaginar perfectamente que no era bien vista por sus colegas artistas ─dijo Lina.
Dejé pasar bastantes segundos antes de responderle a la pregunta que le había dejado pendiente:
─Creo que me han considerado coleccionista, he percibido mucha amabilidad y deferencia a mi alrededor, he recibido varias gentiles invitaciones de galeristas y el comisario de la exposición me ha saludado muy cortés y muy rápido, también he intercambiado un apretón de manos con el director. Además he conversado muy poco con los críticos. Todos esos son signos inequívocos.
Cuando yo salía del auto, a pie de casa, me comentó:
─¿Sabes qué impresión he sacado de la vernissage como tú dices? ─y añadió sin esperar mi respuesta─: Allí todo el mundo aparenta no ver nada, pero sin embargo todos están muy atentos a todo.
Sonreí en señal de asentimiento y le tiré un beso de despedida poniendo y quitando los dedos de mis labios.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Mayo, 2012
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