Ayer estuve cenando con Gustavo y Elisa, resultó una velada estupenda, ellos son unos excelentes conversadores y la charla fue muy fluida. Hablamos de tantas y tantas cosas que ahora sería muy difícil para mí recordarlas todas, por supuesto que el tema central era el arte contemporáneo, su mundo y sus peculiaridades. Además Gustavo estaba de un socarrón subido y con sus exageraciones (¿o no?) reímos con placer.
Me impactaron muchos de los asuntos sobre los que nos habló, ahora recuerdo algo referente a las subastas, vino a decir que una subasta era el lugar en donde el arte abandona su virginidad, el sitio en el cual ─finalmente─ el arte pierde toda la pretensión de ser algo con un valor abstracto y se desvela, con meridiana claridad, que el objetivo final del arte es comprar y vender. Señaló también un objetivo secundario ─pero muy significativo─ que es el de incrementar el valor de la obra de un artista. Dijo que si una obra no se vendiese, el prestigio de un artista se vendría abajo, esta posibilidad lleva a negociaciones y arreglos para que la obra sea comprada, incluso con el propio capital del artista, si ello fuese necesario.
Le pregunté sobre qué artistas de los que había conocido a lo largo de su vida le habían impresionado más, y me respondió que le impresionaban más antes de conocerlos, y que una vez que los conocía todos perdían su "capelo cardenalicio". Así lo dijo. Después añadió que a los artistas que realmente admiraba no había tenido ocasión propicia para conocerlos. Comentó que a uno que le habría encantado conocer fue el primer pintor suramericano que expuso en el MoMA de Nueva York en 1940.
─¿Quién fue ese? ─le pregunté rápidamente.
Elisa no dejó escapar la ocasión y me replicó:
─El brasileño Cándido Portinari.
─Sí, cierto ─añadió Gustavo─. Portinari es de los artistas que me hubiese gustado conocer, nació en 1903 en Brodowsky un pueblo brasileño al noroeste de Sao Paulo. Se le clasifica como del movimiento "realismo social". En cierta manera es un pintor con amplias resonancias españolas, al inicio de su carrera recibió una gran influencia del español Ignacio Zuloaga, y también del escultor y grabador sueco Anders Zorn. Los estudiosos de su obra coinciden en declarar que en algunos de sus retratos se manifiesta el influjo de Amedeo Modigliani. Portinari también conoció muy bien la obra de Pablo Picasso; el Guernica fue la obra que más le marcó.
Me sentí conmovido cuando me mostraron algunas láminas de sus cuadros. Elisa intervino para decir que procedía de una familia de inmigrantes italianos, y que con su obra se había convertido en cronista de la cruda y dura realidad que se vivía en las explotaciones cafeteras, él decía que en aquellos campos "los pies grandes y deformes de los labradores, semejantes a mapas, son siempre capaces de contar historias".
Su pintura es muchas veces descarnada en la denuncia de la injusticia social, aunque siempre resulta cálida y emotiva, de gran riqueza de colorido y con composiciones muy atractivas. Portinari supo recoger de forma magistral la vida y los padecimientos de aquellos personajes que solía representar en movimiento.
Les dije que en su obra me parecía palpar algo de sentimiento religioso y Elisa respondió:
─Es cierto, no te equivocas, en muchas de sus obras y junto a todo el paisaje humano que nos muestra, hay un fervor religioso al que supo revestir de matices de protesta. En realidad esto conformó toda la temática de su obra, proyectada, principalmente, a través de murales y basada en un dominio asombroso de la composición y del dibujo.
Gustavo añadió el siguiente e interesante comentario:
─A pesar de esas acentuadas características religiosas, a las que alude Eloisa, tuvo enormes dificultades para que algunas de sus obras más importantes fueran aceptadas por las clases más conservadoras del Brasil. Eso es lo que sucedió con el mural dedicado a San Francisco de Asís en la iglesia de Pampulha, diseñada por el famoso arquitecto Oscar Niemeyer; la estética de Portinari fue tachada de demasiado impía y las autoridades eclesiásticas impidieron la consagración del templo durante cerca de veinte años.
─Sí ─afirmo Elisa─ al artista debemos la decoración de varios edificios religiosos, recuerdo la obra Vía Crucis en la catedral de Belo Horizonte, y las magníficas pinturas de la iglesia de Minas Gerais realizadas en 1944. Añadiría ─siguió diciendo Elisa─ que su estilo pictórico en sus principios era bastante tranquilo y sosegado, después evolucionó hacía momentos de un intenso expresionismo dramático para pasar, al final, a efectos mucho más sobrios.
Cándido Portinari murió, enfermo, intoxicado por el plomo de las pinturas con las que trabajaba, con 59 años en 1962. Abandonó el mundo como uno de los más grandes pintores del siglo XX. Sus obras están presentes en lo principales museos del mundo, habiendo recibido reconocimientos tan importantes como la Legión de Honor en Francia o el Premio Guggenheim en los Estados Unidos. Ningún otro artista de Brasil había gozado antes de tanta admiración ─y tan generalizada─ en el extranjero.
Me marché tarde a casa, iba cansado como mal noctámbulo que soy. Recordé a Nena y a Lina, pero... ¿les habría gustado Portinari?
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
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