lunes, 26 de octubre de 2020

«Desde 1850»: Lino Enea Spilimbergo

     Llegué un poco tarde aunque me habían avisado con tiempo. En la amplia sala de estar de la casa de Gustavo y Elisa estaban, además, Lina y Aurora. Aurora es una joven de espléndido criterio artístico y de gran formación intelectual. En el momento de mi llegada estaban riendo por algo que les había contado el anfitrión. Después de aceptar mis disculpas por mi involuntaria tardanza fui informado de que las risas procedían de las respuestas que Gustavo había dado a una pregunta de Aurora. Le había interrogado sobre esa clase peculiar de público que entra en un museo o en una galería de arte pretendiendo hacerse pasar por un experto o entendido.  Gustavo les había contado que para los profesionales del mundo del arte era fácil conocerlos pero que los había con tal despliegue de habilidades que eran casi de admirar.  Dijo que aquellos que intentaban pasar como entendidos, y cierto éxito en la impostura, tenían dos virtudes básicas, una de ellas era su capacidad de lanzar faroles ─como un buen jugador de poker─ y la otra, que eran conscientes de que la tarea era delicada y exigía una buena memoria e inversión de tiempo. Las risas surgieron cuando Gustavo les había realizado una pequeña dramatización de las posturas que adoptaban cuando se situaban frente a una obra; se paraban a una cierta distancia, fruncían los labios como en actitud de profunda reflexión, se alejaban un poco otra vez, para después acercarse entrecerrando los ojos y comentar algo en bullshit y aprendido de memoria la noche anterior:  "Creo que en esta pieza confluyen influencias tan diversas como de Roy Lichtenstein y Francis Bacon, aunque con  nuevas variaciones que se sintetizan a partir de significados opuestos".

     Elisa también añadió que un verdadero simulador debe esforzarse en pronunciar muy bien los nombres de los artistas extranjeros pues si lo hacen mal eso les delataría inmediatamente. Nos dijo que la capacidad de engaño de esta gente estaba muy en relación a la cantidad de frases-tipo que tenían almacenadas en su memoria y, claro, también en la capacidad de colocarlas en el momento más adecuado y oportuno.

     Gustavo nos dijo que en los museos tradicionales a él le hacían sospechar aquellos individuos que sin venir muy a cuento decían algo así como: "Me encanta la Italia del Renacimiento; los artistas: Brunelleschi, Masaccio, Tiziano, Donatello... ¡realmente me conmueven!".

     Aurora hizo la siguiente observación:

     ─Imagino que actualmente con Internet estos impostores tendrán más fácil su tarea, ¿no?

     ─Cierto ─afirmo Gustavo─ ahora suelen buscar algún hecho poco conocido sobre el artista de que se trate y cuando lo sueltan suelen impresionar a su público, y claro nadie sabe que eso es lo único que saben de ese artista. ¡Ah! También son muy buenos en dar una larga cambiada cuando la conversación se hace oscura y compleja para ellos, entonces maniobran en la conversación para cambiar el tema y dicen algo así: "Sí, por supuesto... que me recuerda a ..." y desvían el asunto.

     Le dije que había sido muy de mi agrado la tertulia que dedicamos hace unos días a Cándido Portinari y que me gustaría conocer a algún otro gran pintor iberoamericano.

     ─¡Vale! ─exclamo Lina─ Vamos a ver a otro, así dejamos un poco de lado a tanto alemán y a tanto anglosajón.

     ─Yo apuesto por Lino Enea Spilimbergo ─propuso Elisa.

     Gustavo hizo un gesto aprobatorio y dijo:

     ─Spilimbergo, sí, interesante. Pintor importante, también muralista, grabador, litógrafo. Gran dibujante, de trazo suave, sutil, de fina sensibilidad. Su obra es todo un trayecto por lo humano. Rostros, figuras, que a veces discurren por paisajes arquitectónicos. Creo que nació en Buenos Aires hacia finales del siglo XIX.


     Aurora intervino y comentó lo siguiente:
     ─Conozco algo de Spilimbergo (1896-1964), me gusta. Sus primeras obras respondían al típico lenguaje naturalista y se inclinaba por representar áridos y desolados paisajes y personajes humildes de las tierras interiores de Argentina. Efectivamente ─miró a Gustavo─ se dedicó mucho a la figura humana, a los retratos, a la naturaleza muerta y al paisaje. Sin olvidar las escenas de crítica social.
     ─Recuerdo que se le citaba mucho como pintor que siempre desconcertó a la crítica ─añadió Elisa─ y se le adjudicaba una especie de doble personalidad. Una que era en su obra arrebatada, lírica, sensual y espontánea y otra personalidad rígida, académica, deliberada y mental.

     En ese momento Lina exclamó:
     ─¡Cuánto sabéis! ¡Me tenéis agobiada! Es la primera vez que escucho hablar de este pintor y resulta que vosotros lo conocéis todo, ¡que barbaridad!
     Nos reímos de su cómica intervención y traté de animarla diciéndole que yo tampoco sabía nada de este artista al que tanto parecían ellos conocer.
     Gustavo observó:
     ─Lo extraordinario de este artista es que su obra no era extrema; ni abstracta ni clásica y también estaba exenta de sensibilidades barrocas, todo coexistía en él, era una hermosa combinación de todo. 
     A mí me parecía que además de lo que expresaba Gustavo, en sus obras se veía algo patético, algún drama oculto, de sentimientos encontrados.
     Regresé a casa, la luna era enorme y parecía sonreír; se me ocurrió una pregunta inoportuna: ¿sabía sonreír Spilimbergo?
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia

Vídeo de YouTube con algunas obras de Spilimbergo: 

No hay comentarios:

Publicar un comentario