Por la mañana me llamó Lina para preguntarme si podía venir por la tarde acompañada de una amiga. Me incomodó un poco pues yo tenía la intención de dedicar la tarde a ver unas antiguas diapositivas de algunas de las creaciones de Berthe Morisot. Esta artista ─que es considerada como la primera pintora impresionista─ fue excluida y considerada, con un gran tufillo despectivo, como del grupo de "artistas femeninas" sólo porque sus temas eran los de la vida cotidiana: escenas domésticas, mujeres y niños. Morisot seguía las preceptivas impresionistas con gran fidelidad y pintaba lo que veía en su vida normal, lo inmediato y vivo. En realidad, creo, que significó un punto critico y revolucionario, pues Morisot marcó una senda y demostró la posibilidades de las mujeres en las artes a fines del siglo XIX. Ella decidió dedicarse al arte a pesar de los inconvenientes por ser mujer de la alta burguesía, de ciudad, e interesada por la moda y de activa vida social. Berthe Morisot no se dedicó a la pintura de forma diletante, lo hizo tomando una postura radical que la vincularía al grupo de artistas impresionistas, a la vanguardia del momento.
Elisa, mi mujer, enseguida ─y como buena anfitriona─ pensó en preparar algo para merendar y conversar con una buena taza de café en la mano, eso le encantaba. Además ella era una auténtica y fiel seguidora de la pintora de Bourges, en el centro de Francia. Tan buena conocedora que me informó de que en la actualidad sus cuadros se cotizan por encima de los tres millones de euros.
Cuando llegaron Lina y Ana empezamos a hablar de cosas genéricas sobre arte y Ana comentó que tenía un pariente que había expuesto en Nueva York, y que le había ido bastante mal pues le costó un dineral y no le sirvió de mucho. Entonces le dije:
─¿Expuso en alguna Vanity Gallery?
Me miraron de un modo extraño y les expliqué más:
─Las llamadas Vanity Galleries, y no sólo las hay en Nueva York, son unas pseudo galerías que tienen un personal muy especializado en encontrar a esos artistas que están dislocados por exponer en la gran ciudad, y de inmediato les ofrecen un contrato para exponer sus obras de manera individual. Normalmente el artista, sorprendido, eufórico y entusiasmado, firma un contrato que consiste en el alquiler de un espacio por una cantidad de dinero muy apreciable. O sea, un timo. Este engaño afecta anualmente a muchísimos candorosos artistas de los cinco continentes
─Pues eso es lo que le ha pasado a mi pariente, que ha venido sin vender nada y endeudado; sólo con una simple línea más en el curriculum ─añadió Ana.
Después las invité a compartir conmigo la sesión de diapositivas y estuvieron encantadas. Les conté que Morisot era cuñada de Édouard Manet, y que a los veinte años conoció al gran Camille Corot, quizás el más importante paisajista de la denominada Escuela de Barbizon. Corot la admitió como alumna y fue el que la introdujo en los círculos artísticos.
─Pero Manet, curiosamente, nunca se consideró como impresionista ─dijo Elisa─. Es interesante saber que ella fue la que convenció a Édouard Manet de pintar al aire libre e intento atraerlo al grupo de pintores que serían posteriormente los impresionistas.
Añadí algo que me pareció interesante:
─Berthe fue la modelo de Manet en muchos e importantes retratos y también en otras obras de gran formato.
Lina y Ana estaban realmente admiradas y les producía gran sorpresa saber que el impresionismo estaba lejos de ser ─a pesar de la época─ un movimiento artístico exclusivo de hombres. Lina preguntó:
─Gustavo, ¿qué otras artistas femeninas había en esa primera etapa del impresionismo?
Elisa con su proverbial buena memoria respondió con presteza:
─Quizás las más significativas de aquellos primeros tiempos fueron Marie Bracquemond, Mary Cassatt y Eva Gonzalès, todas grandes pintoras pero estaban relegadas a esa insólita condición de "artistas femeninas".
Pasamos un rato verdaderamente agradable viendo muchas obras y comentando cosas. Les dije que la vida de Berthe Morisot se ensombreció con la muerte de Édouard Manet en 1883, después la de su esposo, Eugène Manet, en 1892, y la de su hermana Edma que fue quien más la animó para que se dedicara al arte. Ella educó sola a su hija, Julie. Al morir confió su hija a sus amigos, Edgar Degas y Stéphane Mallarmé.
Ana estaba muy impresionada y había vivido con intensidad la sesión rogándonos mucho que la invitásemos cuando tuviéramos otra. Terminó comentando:
─Me gusta el arte sin controversia.
Me quedé un poco pensativo y añadí:
─De ese asunto hablaremos otro día.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de BB.AA. Santa Cecilia
"De ese asunto hablaremos otro día" Así termina esta magnífica e instructiva entrada. Espero que el "asunto" lo veamos pronto. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias Gonzalo. Seguiremos mañana con otro artista contemporáneo. Un abrazo.
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