¿El silencio es únicamente ausencia de ruido? Quizás sea algo más concreto o compacto, no sé cómo decirlo. Recuerdo ─es posible que entonces tuviese seis o siete años─ que abrí el botiquín de casa, era algo que siempre me atrajo enormemente. Allí había un tubo con "Aspirinas", otro con “Okal”, un frasco casi vacío de alcohol y otro, más pequeño, con tintura de iodo. Unas gasas y unas vendas, poco más. Pero en un pequeño hueco también estaban escondidos dos termómetros, uno con los números casi borrados y otro más nuevo. Con mucho cuidado los cogí y cerré el botiquín.
Estaba en la parte alta de una alacena y me auxilié de una silla alta y una caja de madera encima para alcanzarlo. Bajé con mucho cuidado y con mucho silencio.
En la habitación, ultima, la que me servía de cuarto de juego, preparé una repisa en la ventana y me dispuse a romper los termómetros y sacar el mercurio de su interior. Tenía ya guardado uno de aquellos tarritos de “Penicilina”, que eran muy corrientes entonces, con su tapón de goma dura, que me serviría para meter allí el metal (aunque entonces no tenía ni idea de que aquel líquido pesado, denso y brillante era un metal). Cogí un martillo de un juego de carpintería que me habían puesto los Reyes Magos unos meses antes. Con un par de golpes suaves rompí la parte fina y vertí el liquido de los aparatos de medición en el tarro.
Me aseguré de que todo era silencio a mi alrededor; me acerqué a la puerta, no se oía nada. Fui de nuevo a la ventana. Puse un trozo cuadrado de cristal sobre un paño de color azul de la cocina y volqué con mucho cuidado y precisión todo el mercurio. Me parece recordar que entonces ya sabía que ese líquido plateado era peligroso por inhalación, ingestión y contacto, quizás lo sabía de algún libro o me lo había comentado mi padre alguna vez. También sabía que podía producir irritación en la piel y en los ojos. Procuré no tocarlo.
La bola aplastada sobre el cristal era para mí algo muy misterioso y atrayente, quedé casi en éxtasis mirándola. Después, con un palito, iba separando bolitas pequeñas que rodaban unos centímetros por el cristal cuidando que ninguna cayese al suelo. Cuando conseguía que todas las gotas fueran del mismo tamaño las empujaba para que se uniesen formando otra vez la gota grande. Y así muchas veces, en el calor de la tarde.
Aquello, para mí, era el silencio.
Ya apuntabas maneras desde pequeñito. Ese silencio era el que necesitábamos cuando hacíamos cosas, que sabíamos no debíamos hacer.
ResponderEliminarMe he quedado muy sorprendido por la definición tan original del silencio, todo el bonito relato da esa sensación de silencio al que te lee. Gracias maestro. Un abrazo.
ResponderEliminarHe encontrado que mi admirado escritor japones Haruki Murakami en su libro "Sputnik, mi amor"(1999) contiene una frase estupenda que me parece que tiene una lejana relación con mi escrito anterior. Dice: «Durante unos instantes reinó un silencio que recordaba el aceite limpio extendiéndose por una gran sartén».
ResponderEliminarMe llevaste a mi infancia nuevamente. Junto con mis hermanos que eran seres peligrosos. Nosotros no tuvimos tu cautela de no tocar el mercurio. Rodaban por nuestra Palma de las manos las pequeñas bolitas, no se cómo sobrevivimos a eso y mil travesuras más.
ResponderEliminarTambién me acordé de esa frase que dice "Sin silencios no hay música"
ResponderEliminarNo te imaginaba tan travieso!! El silencio sería cuando tus padres buscaban un termómetro.y no había.
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