Lo he contado alguna que otra vez. Mi abuelo materno, cuando hallaba una palabra que le sonaba bien, que tenía fuerza, o eco o música, la repetía tres veces a intervalos regulares durante uno o dos días. Aún recuerdo unas pocas de aquellas palabras que aprendí (inevitablemente) en mi lejana infancia. Una fue ábaco. Caminando con paso mesurado y las dos manos a la espalda casi recitaba: “Ábaco... Ábaco... Ábaco”. Creo que incluso le daba un tono especial a esas repeticiones, no sé si era un tono algo engolado o era el propio vocablo el que provocaba a la palabra una profundidad cavernosa. Él lo hacía lentamente, paladeando las palabras como si fuesen algo exquisito.
Ayer me sucedió algo similar, creo que debe ser eso que llaman carga genética. Encontré (y nunca mejor dicho) la palabra serendipia que ahora se utiliza ─muy a menudo─ para indicar algún hallazgo fortuito y valioso. Fue a consecuencia de preguntarme, ¿es la Pfeizer una serendipia?
Estuve toda la tarde dándole vueltas al dichoso término: “Serendipia... Serendipia... Serendipia...”.
Quizás fuese amenaza del viento de Levante, Levante en calma, el calor reinante con mi debilitamiento cerebral subsiguiente. O, probablemente, el normal tedio de la tarde en la canícula. Se lo comenté a mi esposa y me brindó la tercera palabra, me dijo: “¡Estás modorro!”.
Sí, esa era la tercera; después de ábaco y serendipia, venía modorro...
Estaba modorro, "modorro... modorro... modorro".
Hay cosas que no se pueden comprender hasta después de realizadas. Creo que esto que estás haciendo es un buen ejemplo. Algo así debió de pensar Chopin al componer la pieza "Un minuto". Son retos con uno mismo. Que cosa tan simple, tres palabras y agotar los siete minutos establecidos. Muy interesante, Ignacio. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias Jesús, un fuerte abrazo.
EliminarNo conocía ni serendipia ni modorro. Muchas gracias.
ResponderEliminarTienes espíritu de filólogo. Un abrazo, profe-amigo.
ResponderEliminar¡Pues es verdad, tres palabras, dan para mucho...!
ResponderEliminarNo tengo idea de serendipia. Ufffff. Con modorro y modorra he convivido toda mi vida.
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