Leía esta mañana en una página Web argentina
(TodoHistorietas) el siguiente párrafo sobre Mafalda que me pareció excelente
para repetir aquí:
«Mafalda es una nena terrible, simpática y
atrevida, que vive en la Argentina de mediados de los 60 y principios de los
70. Es nacida de una típica familia de Buenos Aires (porteña) de clase media.
Esta niña, como todas, tiene una familia y unos amigos que forman su pandilla.
Va a la escuela y, en verano, cuando le salen las cuentas a su papá, va de
vacaciones. Pero Mafalda no es una niña como otra cualquiera. Humilde y
comprometida con las etnias, le preocupa el mundo y no entiende como los
adultos pueden llevarlo tan mal. Es famosa en el mundo entero por la gracia de
sus preguntas, la inocencia de su mundo y la altura de sus ideales. Luchadora
social incansable, emite manifiestos políticos desde su sillita con una
inocente falta de inocencia. Puede decirse que es una revolucionaria más allá
del lápiz y el papel. A través de Mafalda y su entorno, su autor, Quino
(Joaquín Salvador Lavado), reflexiona sobre la situación del mundo y las
personas que en él vivimos.»
Todos los seres humanos debemos aprender a
navegar en este escenario universal cambiante. A veces tendremos que
enfrentarnos a temporales, eso es indudable, los vientos y el mar no van a ser
siempre favorables pero ─no lo olvidemos─ que lo que estará siempre bajo nuestro
control es que siempre mostremos la mejor versión de nosotros mismos en cada instante.
Mafalda lo tiene claro también, el cambio, el
paso del tiempo, es inevitable, tenemos que aprender a aceptarlo. Es algo que
está fuera de nuestras posibilidades de control, es así y no hay otra. Y
en el universo cambiante es necesario que sepamos evolucionar y mejorar porque
esas son las más inequívocas señales de estar vivo. ¿No?
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