Hoy, 4
de enero de 2020, se cumplen 100 años justos de la muerte de uno de los más grandes
escritores españoles de todos los tiempos: Benito Pérez Galdós. No quiero dejar
pasar este aniversario sin dedicarle mi recuerdo y un pequeño homenaje con
estas líneas que siguen.
Recordando a don
Benito Pérez Galdós
La biblioteca de mi
instituto tenía tres grandes ventanales, uno daba a una calle y los otros dos a
otra, la de la fachada principal. Intentaba siempre situarme cerca de la
ventana por la que entraba más luz, o me lo parecía a mí, era la que estaba lejos
de la puerta y cerca de la mesa escritorio del alumno que hacía las veces de
bibliotecario. También estaban, muy a la mano, las estanterías con las
enciclopedias, de aquellas enormes cuyos tomos parecían pesar tres kilos o,
quizás, más.
Aún ─entre las
tinieblas de mi memoria─ puedo recordar aquel día de invierno en el que leía a
Charles Dickens, no recuerdo qué título (¿Sería el Pickwick?), pero sé
que había poca luz y me movía incómodo tratando de que llegasen hasta mí
algunos de los mustios rayos que repartía el ventanal. Cerré el libro un tanto
desesperado. Esperé unos instantes y palpé la gruesa tapa de cartón gordo del
tomo, levantándola un poco. En la primera página, debajo de las grandes letras
del título había otras, más modestas, que decían que aquel libro lo había
traducido Benito Pérez Galdós. Resultó curioso.
Aún, en la clase de
Literatura, no habíamos llegado a Galdós, pero me sonaban sus “Episodios Nacionales”. Dirigí mis pasos a la estantería en la que creía que estaban los
libros de don Benito. Efectivamente, estaban allí. No tardé mucho, cogí Cádiz
y corrí a la mesa del bibliotecario para tomarlo en prestámo.
Un rato después, al
llegar a casa, sucumbí ante el encanto de los primeros párrafos:
«En una mañana del mes de Febrero de 1810
tuve que salir de la Isla, donde estaba de guarnición, para ir a Cádiz,
obedeciendo a un aviso tan discreto como breve que cierta dama tuvo la bondad
de enviarme. El día era hermoso, claro y alegre cual de Andalucía, y recorrí
con otros compañeros, que hacia el mismo punto si no con igual objeto
caminaban, el largo istmo que sirve para que el continente no tenga la desdicha
de estar separado de Cádiz; examinamos al paso las obras admirables de
Torregorda, la Cortadura y Puntales, charlamos con los frailes y personas
graves que trabajaban en las fortificaciones; disputamos sobre si se percibían
claramente o no las posiciones de los franceses al otro lado de la bahía;
echamos unas cañas en el figón de Poenco, junto a la Puerta de Tierra, y
finalmente, nos separamos en la plaza de San Juan de Dios...»
Ya no pude dejar de
leer a pesar de los ruegos de mi madre para que comiera y descansara de tanta
lectura.
Mi entusiasmo me
llevó después a buscar Trafalgar e intentar leer todos los que hubiese
en la biblioteca, pero estaba cogido y hube de conformarme con Nazarín que
estaba en un rinconcito ─un tanto escondido─ de la estantería.
Lo que pude comprender ─en principio─ era que
el personaje se llamaba Nazario Zaharin y que era un cura peculiar, entregado a
sus creencias, dedicado por completo a los pobres, a los muy humildes. Las
gentes veían a Nazarin ─así le llamaban─ como a un sacerdote católico bastante
distinto a los normales en aquel tiempo tiempo. Vivía con los más pobres, se
quitaba el pan de la boca para dárselo a los demás, a los más abandonados por
la vida y la suerte. Su existencia transcurría en un barrio de Madrid, en un
universo de pobreza, de miseria y de marginación; un sitio que tenía la
delincuencia y la prostitución como medio de vida; el mundo en donde habitan
los residuos que genera una sociedad injusta.
Llevé el libro a la
clase de Literatura y se lo enseñé al profesor. Comentó que era un buen libro,
excelente, pero que no lo entendería, que era una lectura demasiado profunda para
mi edad y conocimientos.
Una mujer que se llamaba Andara, le pidió
ayuda porque había apuñalado a otra mujer y le suplica que la esconda. Una
persona fue a casa de Nazarín y percibió un extraño olor a perfume y descubrío
que allí se ocultaba alguien. Andara tuvo que salir huyendo, pero antes, para
no comprometer a Nazarín, quema sus ropas y provoco un gran incendio que
destruye la casa del sacerdote y también una pensión de mala fama en donde se
podían encontrar toda clase de maleantes. Total, el cura se queda en la calle.
Mi profesor, don
Manuel, aclaró que esta novela pertenecía a un ciclo de Galdós de “novelas
espirituales” y que de alguna manera entroncaba con la obra del escritor ruso
León Tolstoi. No lo comprendí demasiado bien.
Se refugió en la casa de otro cura que le
acoge a regañadientes pues no comprende como el padre Nazario se mezcla con ese
tipo de personas. Se extendió el rumor que Nazarín había escondido a la mujer
en su casa y que fue él quien incendió la casa y sufre un enorme rechazo por
ello. Nazarín sin casa, sin dinero y en la miseria más absoluta, inicia una especie
de destierro por distintos lugares. Él asumió esa situación con cierto placer,
pues aborrecía ser como otros curas de la época. En ese deambular encontrará de
nuevo a Andara que le dirá que, para ella, es un gran santo por haberla auxiliado
y ayudado en sus más terribles momentos. Le pide que la lleve con él en su periplo
a ninguna parte. También se va con ellos dos, Beatriz, mujer que el padre
Nazario conoce a través de Andara. Los tres vivirán un duro peregrinaje hasta
que será apresado por la justicia, maltratado y encerrado en la carcel con sus
dos compañeras.
Dijo don Manuel que
Galdós establecía una comparación de Nazarín con el propio Jesucristo, pero que
también había algunos paralelismos muy interesantes y significativos con don
Quijote de la Mancha. No capté nada de esas cosas pues aún mi conocimiento del
libro de Cervantes era demasiado superficial. También comentó algo sobre San Juan de la Cruz pero ahí me perdí.
Sí, recuerdo que al
final explicó que se trataba realmente de una obra maestra de don Benito Pérez
Galdós sobre la santidad y sobre los méritos de ser cristiano en una sociedad
cruel y perversa como aquella en la que Nazarín no pudo, ni podía, sobrevivir.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Cómo me gusta este escrito en recuerdo a Don Benito Pérez Galdós, tienes ese don que tienen los grandes. Me gustan mucho todos tus escritos.
ResponderEliminarEmocionante homenaje a uno de los mas grandes escritores de nuestra literatura, tan grande que se escapa del medio en el que desarrolla su obra y sus personajes se hacen carne en otros medios como el cine o el teatro. Nazarin se hace cine en manos de Buñuel, como tu nos muestras en el trailer que incluyes en tu comentario, pero tambien en testro como el personaje de Benina de otra de sus obras espirituales, "Misericordia" interpretado por Maria Fernanda D 'Ocon hace veinte años. Es un bonito recuerdo de tu descubrimiento de ese gran escritor en tu época escolar y está muy bien expresado. Gracias.
ResponderEliminarDespués de más de cien años se han escrito muchas, muchísimas, cosas sobre Pérez Galdós; creía que ya no se podía escribir más sobre él y sin embargo lo has logrado. Enhorabuena.
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