miércoles, 1 de enero de 2020

Un cuarto Rey Mago

     Los humanos somos unos individuos, unos bichos raros, que nos pasamos la vida esperando a los Reyes Magos, se llamen como se llamen y vengan de donde vengan, da igual. Siempre estamos ansiando su llegada y en alerta continua, oteando el horizonte, el del Este, el del Oeste o el del Norte o el Sur, o ─con más frecuencia─ el de la más cercana Administración de Loterías.
     El artículo que sigue lo escribí en el 2018, en los primeros días de aquel enero, recuerdo haberlo hecho con placer. Aunque no sé si los Reyes me trajeron lo que les pedí entonces...


«Todos nuestros sueños se pueden
hacer realidad si tenemos el coraje
de perseguirlos.»  (Walt Disney)


    Vi la señal en el cielo a la vez que los otros y a la vez, también, decidí seguirla por los más recónditos caminos del Oriente. Muy rápido se preparó el cortejo y salimos una fría mañana muy temprano. Hacía tiempo que no subía al camello y mis huesos empezaron a notarlo pronto; paré la caravana, así podría descansar un rato y comer algo. Grité dando las ordenes pertinentes para que me construyesen un palanquín. Me negué a seguir el viaje en el maldito camello bamboleante. Sé que transcurrieron varios días antes de encontrarme en un oasis ─muy próximo al zigurat de Borsippa de altos muros y con siete pisos─ con los otros. Jamás había oído hablar de ellos, se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar, pasamos la primera noche hablando y hablando, eran tipos muy simpáticos, risueños. Un poco exagerados en sus atavíos, eso sí. Llevaban capas de armiño, joyas, turbantes con perlas, se ve que les encantaban los colores, aunque de noche ─en el desierto─ no les lucía nada. Comentaron que uno llevaba oro, otro incienso y otro mirra. Yo no llevaba nada, no sabía por qué debía de llevar algo, yo seguía aquel cometa como astrónomo aficionado y nada más; quería saber dónde iba o dónde caería, en otros tiempos ya había seguido varios brillos del cielo y siempre me habían frustrado. Jamás vi, ni encontré, nada.
     Hubo momentos en los que pensé que ellos estaban más enterados, quizás sabían cosas que yo ignoraba. Mientras estuvimos en el oasis la estrella ─¿era una estrella?─ permaneció fija detrás de la palmera más alta. En cuanto nos dispusimos a emprender la marcha parece que el objeto brillante del cielo se dio cuenta y empezó a hacer círculos y espirales como si estuviera bailando en las alturas.
     El palanquín, desde luego, era más cómodo que el camello, pero mucho más lento. No me decidí a utilizar el látigo con los esclavos que me llevaban en andas, me pareció que no era políticamente correcto estando cerca los otros reyes magos. Al cabo de cuatro días ya los había perdido de vista, aunque aún seguía viendo el rastro del cometa.
     Pasamos cerca de unas cuevas y decidí acampar allí para reponer fuerzas; envíe un mensajero para que comunicase a los que iban delante que me retrasaría algo; y que siguiesen, que ya les alcanzaría en cuanto pudiese. Nos aposentamos lo mejor que pudimos en aquellas grutas en las que nos topamos con una caravana de mercaderes que también habían elegido aquel lugar para reposar. Les compré unas jarras de exquisita porcelana que traían de China, unas tocas de seda de bonitos colores.
     Después de dos días llegó un cortejo de unas pocas personas con otro rey mago al frente que dijo llamarse Artabán. También me comentó que él era el cuarto rey y había estado en el zigurat de Borsippa pero que ya no había nadie esperándole. No tardé un instante en aclararle que el cuarto rey era yo, y él, en todo caso, sería el quinto. Artabán era buena persona, y un poco ingenuo. Se conformó rápidamente con el papel de quinto seguidor de la estrella.
     El rey Artabán llevaba tres regalos: un diamante de la isla de Meroe, un trozo de jaspe de Chipre, y un rubí sanguíneo. El segundo día de estar allí nos preocupamos muchísimo porque la estrella había desaparecido de nuestra vista. El firmamento estaba limpio, miramos por todos los rincones del cielo, pero no logramos ver el cometa. Pensamos que se había ido, guiando, a Melchor y los otros. Artabán tomo la decisión de partir al día siguiente, a primera hora, siguiendo sus propios cálculos.
     Cuando desperté Artabán ya había marchado. Tuve un gran disgusto, algunos de mis porteadores me habían abandonado subrepticiamente y se habían marchado uniéndose al grupo de Artabán, ahora mi caravana tendría que caminar con más lentitud, o debería volver a subirme a un camello. Me tomé el día para pensar qué hacer, ¿seguiría el camino y trataría de encontrar la estrella para seguirla de nuevo? ¿No sería mejor dar la vuelta y regresar a casa? Así pasé todo el día. A la caída de la noche vino la decisión, la resolución era clara: volver a casa.

     Íbamos a emprender la marcha cuando unos tipos raros cubiertos de harapos, capuchas, y luengas barbas se acercaron a nuestra comitiva. El que parecía ejercer de portavoz de ellos se aproximó diciendo: “Si no podéis ser feliz aquí y ahora, no lo seréis nunca”. Las palabras esas me pararon en seco y después de unos momentos de incomprensión e incertidumbre le dije:
     ─Buen hombre, no sé a qué se refiere, ¿podría explicármelo mejor?
     ─Buscando la felicidad nos enfrentamos continuamente a nuestros propios límites, eso nos genera siempre una profunda insatisfacción.
     No sabía muy bien qué contestarle y le invité a unirse a nuestra caravana.
     ─Vamos de regreso a casa, hacia el sur, cerca de Eridu y de Ur, ¿se vienen con nosotros?
     Asintió rápido moviendo la cabeza afirmativamente y añadió:
     ─La felicidad siempre es una cosa que vislumbramos, una esperanza fugaz, algo presentido…
     Nada más que se me ocurrió decirle:
     ─¿Entonces ya no volveré a ver la estrella?
     Alzó la mirada al cielo con ojos profundos, y unos segundos después respondió:
     ─Jamás.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia



2 comentarios:

  1. Un relato precioso que pudo haber sido cierto.

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  2. El relato es mucho mas profundo de lo que aparenta ser. Es real como la vda misma..... Y triste. Nos habla de la pérdida de oportunidades, del abandono de nuestros sueñis, de nuestro afan de justificar nuestra cobardía, de echar la culpa a los "otros". Pero tambien encierra una esperanza, la de que si no abandonamis nuestros sueños tendremosuna oportu idad de ver cumplidos nuestros sueños, como Gaspar,Melchor y Baltasar.

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