Hace unos días leía
un muy buen artículo del prestigioso teólogo José María Castillo que me llamó
mucho la atención. Decía que según él lo veía, una de las cosas, que están
quedando claras ─en este gran drama que padecemos del "coronavirus"─ es la divergencia
que existe entre “la religión” y “el evangelio”. Y apostillaba que son dos
cosas muy diferentes. Y que en muchos casos esa diferencia es algo de enorme relevancia.
Decía Castillo que se trata experiencias y prácticas contradictorias y que ha
tenido que venir una desgracia horrible como el "coronavirus", para que mucha
gente se dé cuenta de la diferencia que hay entre “religión” y “evangelio”. Le
comenté esto a Kimura y le pareció una reflexión muy interesante y de mucho
calado. Él no profesa ninguna religión pero las conoce todas y está al tanto de
todo lo que sucede alrededor de cada una. Me pidió que le buscase el artículo
que lo quería leer.
Al cabo de un rato
salió de su habitación y comentó:
─Creo que este señor
teólogo tiene mucha razón, sus conclusiones me parecen muy sensatas, aunque lo
que dice no creo que tenga mucha trascendencia para los católicos, en general muy atados a tradiciones que vienen de siglos, ¿no lo ves tú así también?
─Vamos a ver, él dice
que “religión” y “evangelio” son medios o caminos para buscar a Dios y que
estos son caminos opuestos. ¿No?
Había sacado el
artículo en papel por la impresora y le eché un vistazo y dije:
─Sí, es cierto. Él
distingue, y creo que tiene mucha razón, entre la “religión” como un
conglomerado de rituales y reglas, destinados a tranquilizar la conciencia. Y
añade que el “evangelio” es algo mucho más serio, que se trata de una 'forma de
vida' que se centra en el consuelo y en buscar remedio para los pobres, los marginados, los infelices...
Y, a mi juicio, lo explica muy bien cuando apunta a que la “religión” tiene su enfoque
en “lo sagrado”, con esto quiere decir en lo más formal y en lo más ritual, mientras que el
“evangelio” tiene su óptica puesta en lo que es exclusivamente humano.
Kimura se quedó un
poco pensando y apuntó:
─Pero lo que no
entiendo es el porqué de la contribución del “coronovirus” a aclarar esta
cuestión. Una cuestión que es de siempre, ¿no crees?
Me quedé pensando unos
momentos y después dije:
─Sí, no creo que eso
del “coronavirus” contribuya en nada a cambiar un pensamiento, o una confusión,
muy arraigada en la gente. Pero quiero contarte un cuento que me parece
interesante dentro de lo que estamos comentando.
─Vale, perfecto
─respondió Kimura.
─Se trata de un campesino que suplicó a Dios para que le dejase dar algunas órdenes a la
naturaleza para que sus cosechas fuesen mejores. Y Dios le concedió tal poder. Así
cuando el hombre quería una lluvia suave y ligera, así ocurría; cuando quería sol,
este salía e iluminaba sus campos, si quería más agua llovía más fuerte... Así
llegó el tiempo de la cosecha y su desconcierto fue brutal, la cosecha fue de
auténtico desastre. Perplejo, e incluso enfadado, se dirigió a preguntarle a Dios:
“¿Por qué ha salido una cosecha tan mala si he controlado el sol y la lluvia
perfectamente?”.
Hice una pequeña
pausa para observar la cara de interés que ponía Kimura.
─¿Y qué le contestó
Dios? ─preguntó con expectación.
─Pues Dios le dijo: “Pediste
lo que deseabas, pero no lo que convenía. Nunca pediste una tormenta, y estas
son imprescindibles, de vez en cuando, para limpiar la tierra, espantar a las
aves que se comen las semillas, ahuyentar a animales perjudiciales, eliminar
plagas...”
Kimura puso una cara
muy sonriente y terminó diciendo:
─Nuestra tormenta es
el “coronavirus”, ¿no?