Kimura me decía,
sorprendido, esta mañana mientras estábamos desayunando en la cocina:
─¡Jamás he visto
tanto interés ni tantas personas afanadas en la tarea de cambiar el mundo! Parece
como un nuevo mantra que la gente ha adoptado y hay que cambiar el mundo sea
como sea.
Comencé a reír al ver
la pasión que ponía mi amigo en lo que decía, era cosa rara, pues como buen oriental
suele ser de manifestaciones calmosas. Para intentar provocarlo un poco más le comenté:
─Además, la gente
quiere cambiar el mundo como el que cambia de sábana o como el que le da al botón del
mando de la tele. No veo que nadie se plantee que para cambiar el mundo tenemos que cambiar nosotros.
Kimura siguió en tono
vehemente:
─¡Eso! ¡Queremos
cambiarlo todo sin cambiar nosotros mismos! ¡Lo demás debe cambiar, los otros
deben cambiar! ¡Es terrible! Y no habrá cambio posible ni aceptable si los
humanos, uno a uno, no cambiamos. ¡Somos nosotros, todos, los que primero
debemos cambiar!
Intenté azuzarlo para
que siguiera en plan pasional y añadí en tono pausado:
─Desde luego, tienes
toda la razón. El que manda quiere cambiar a los que obedecen, los que obedecen
quieren cambiar a los que gobiernan. Las feministas dicen que los hombres
tienen que cambiar y los hombres dicen que las mujeres... Y ahí comienza un
juego diabólico de presiones y de intimidaciones. ¿No es así?
─¡Cierto, así es! ─su
respuesta ya fue más serena─. Hay una cuestión en la que apenas se piensa y es
muy importante en todo este asunto del cambio y de los cambios.
─¿En cuál? ─pregunté
ávido.
─Pues en que no
comprendemos, ni se quiere comprender, que nadie tiene derecho a obligar a
cambiar a los demás. Y lo repito, nadie puede obligar a los otros a cambiar
─pronunció con énfasis.
─En este aspecto
opino exactamente igual que tú. Todo aquel que trate, con más o menos
violencia, cambiar a los seres humanos es un repugnante dictador. Me rebelo
totalmente contra eso. Pienso que el entendimiento, la razón, la convicción...
deben ser los instrumentos para impulsar las transformaciones humanas.
Hizo una de sus
pausas largas y al cabo de un rato terminó diciendo:
─Hay que entender y
asumir muy bien que es el hombre el único ser que tiene la capacidad exclusiva
de cambiarse a sí mismo. Y únicamente así cambiará el modo, la manera y el
comportamiento del común vivir. Creo que es evidente que las estructuras
sociales no se pueden variar ellas solas, la variación y los cambios lo hacen
los hombres. Y también son los humanos los que las mantienen y padecen por eso
si no cambian los hombres nada se alterará.