sábado, 23 de noviembre de 2024

No sé si puedo fiarme de la razón


      Estoy por pensar que no se puede uno fiar de la razón o, por lo menos, no totalmente.

      Sí, lo sé, la razón ha sido, durante siglos, la herramienta predilecta del ser humano para entender y transformar el mundo. Sin embargo, como toda herramienta, creo que no está exenta de limitaciones ni exime de cuestionamientos sobre su validez absoluta. Hoy me ha dado por analizar un poco las fortalezas, las limitaciones y el papel de la razón en nuestra búsqueda de conocimiento y sentido de todo.

      Sigo diciendo lo mismo: lo sé. La razón constituye el cimiento sobre el cual se construyen disciplinas como la ciencia, la lógica y las matemáticas. Su capacidad para estructurar pensamientos y descubrir verdades objetivas ha demostrado ser invaluable, permitiéndonos predecir fenómenos y resolver problemas muy complejos. Pero, sin embargo, no me parece que sea perfecta, pues las capacidades racionales de nosotros, los humanos, están influidas por factores tales como prejuicios, emociones y ámbitos culturales, eso plantea la posibilidad de que algo razonable en un contexto determinado pueda resultar resulte incoherente en otro, ¿no es así?

      Queramos, o no queramos, la razón está condicionada por la naturaleza humana y, por tanto, está lejos de ser un sistema universal puro y limpio. Algunos filósofos, como David Hume, señalaron que "la razón es esclava de las pasiones", sugiriendo que nuestras emociones y deseos a menudo conducen nuestras conclusiones racionales. Y, por si fuera poco, el cerebro humano está sujeto a sesgos cognitivos que pueden distorsionar nuestra percepción y procesamiento de la información. Ya sabemos que debate filosófico, el racionalismo y el empirismo han ofrecido interpretaciones contrastantes sobre el papel de la razón. Los empiristas, representado por filósofos como Locke y Hume, argumentaban que la experiencia y la percepción sensorial son fuentes más fiables, ya que las ideas racionales pueden desconectarse de la realidad concreta. Y, los racionalistas ─como R. Descartes─ sostenían que la razón es la base última del conocimiento, capaz de alcanzar verdades universales mediante el uso de la lógica.

      Pero, a pesar de mi inevitable cartesianismo ─personal y profesional─ veo claro que hay preguntas fundamentales que la razón parece incapaz de responder: ¿Cuál es el propósito de la existencia? ¿Cuál es la naturaleza de lo divino? ¿Cómo comenzó el universo? Es cierto, y lo comprendo perfectamente, que en estos casos, muchas personas recurren a otras formas de conocimiento, como la fe, la intuición o el arte, y que estás otras maneras de ver las cosas pueden complementar los vacíos de la lógica y la racionalidad.

      ¿Saben qué les digo? Pues que, aunque la razón es un poderoso instrumento, confiar ciegamente en la razón puede ser hasta peligroso. La crítica constante y la apertura a otros enfoques, como las emociones, la experiencia y el consenso social, pienso que son esenciales para enriquecer nuestro entendimiento.

      Posiblemente la razón deba ser una brújula que guíe nuestra búsqueda de conocimiento, pero no un muro infranqueable que limite nuestra percepción del mundo.

martes, 12 de noviembre de 2024

Replanteamiento: "Conócete a ti mismo"

 

      Conócete a ti mismo, rezaba el frontón del templo de Apolo en Delfos. Esta frase ha servido durante siglos como una invitación a la introspección, a una mirada interior que busca entender el propósito y el lugar del ser humano en el universo. Hoy, en medio de crisis ecológicas, sociales y espirituales, esta invitación se hace más urgente que nunca. ¿Realmente nos conocemos? ¿Hemos comprendido nuestro rol en el delicado equilibrio de la vida en la Tierra?

      Me hacía esta y otras preguntas en la silenciosa madrugada de hoy; ya saben, en esos momentos de insomnio malvado que se suele padecer a ciertas edades. Surgió todo después de leer un artículo de José Antonio Pagola (“Plantearnos las grandes cuestiones”) cuyo final lo formaban estos tres parágrafos:

¿No ha llegado el momento de plantearnos las grandes cuestiones que nos permitan recuperar el «sentido global» de la existencia humana sobre la Tierra, y de aprender a vivir una relación más pacífica entre los hombres y con la creación entera?

¿Qué es el mundo? ¿Un «bien sin dueño» que los hombres podemos explotar de manera despiadada y sin miramiento alguno o la casa que el Creador nos regala para hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el cosmos? ¿Un material bruto que podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su Espíritu lo vivifica todo y conduce «los cielos y la tierra» hacia su consumación definitiva?

¿Qué es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos, luchando desesperadamente contra la naturaleza, pero destinado a extinguirse sin remedio, o un ser llamado por Dios a vivir en paz con la creación, colaborando en la orientación inteligente de la vida hacia su plenitud en el Creador?

      Estas preguntas, pensaba, nos conducen a una reflexión profunda sobre el “sentido global” de la existencia humana y el modo en que nos relacionamos con el mundo que habitamos. No se trata sólo de reflexionar individualmente sobre nuestros valores, sino de enfrentar colectivamente la idea de si el mundo es un recurso para explotar o una casa compartida que debemos cuidar. Estas cuestiones, además de ser filosóficas, exigen respuestas éticas y prácticas: ¿somos meros consumidores de la naturaleza, o sus guardianes?

      En este sentido, creo que nos vemos ante una encrucijada. Si consideramos el mundo como un “bien sin dueño” para explotar, perpetuamos una relación conflictiva y destructiva que no sólo daña el planeta, sino que erosiona nuestro propio espíritu. Sin embargo, si entendemos la creación como un don sagrado, algo que debemos cuidar, guiados por la sabiduría y el respeto, damos un paso hacia una relación de paz con la naturaleza y con nosotros mismos.

      Finalmente, en el planteamiento de si el ser humano es un ente perdido o un colaborador en el plan de la creación, emerge una visión esperanzadora: reconocer en nosotros un propósito más elevado y colaborar en el desarrollo de una existencia armónica. El reto no es menor, pero también es la vía para transformar nuestra sociedad en un espacio de paz y plenitud, en sintonía con la creación. Nos toca, entonces, reinterpretar esa antigua frase de Delfos y preguntarnos si al conocernos, podemos también conocer y respetar mejor el mundo y nuestro lugar en él.

viernes, 25 de octubre de 2024

La felicidad diaria

 

      Todos tenemos cuestiones obsesivas que siempre, o periódicamente, nos asaltan. Bueno, antes pediré perdón a aquellos que posean tanto equilibrio mental y emocional que no padezcan ninguna compulsión obsesiva. He de confesar que tengo varias de estas citadas perturbaciones anímicas. Hago esta precisión porque creo que lo que sigue ya lo he tratado alguna vez.

      Pienso haber dicho ya que en las escuelas, iglesias y muchas otras instituciones, a lo largo de los años nos enseñan una infinidad de conocimientos y se nos da bastante información ─más o menos sesgada─ de muchas cosas. Sin embargo, rara vez nos dicen qué podemos hacer para ser felices cada día de nuestras vidas.

      Se nos insiste y se nos inculca la obediencia, el amor al prójimo, la solidaridad y el respeto hacia los demás, pero pocas veces se nos invita a practicar el respeto hacia nosotros mismos, ¿no? Al contrario, parece que toda nuestra educación está dirigida hacia la abnegación y el sacrificio personal.

      ¿Por qué ocurre esto? Pues lo tengo bastante claro, esto sucede porque una sociedad compuesta por personas críticas, enérgicas y que saben lo que quieren resulta difícil de manipular. Las personas que son claras en sus deseos y necesidades suelen ser más autónomas, libres, y eso no es conveniente para quienes desean mantener el control.

      De esta manera, nos educamos para vivir con temor e inseguridad, dependiendo siempre de la buena voluntad de los demás. Las promesas y amenazas se mezclan en un anzuelo que muchos mordemos sin darnos cuenta: «Si haces lo que esperamos de ti, nosotros nos ocuparemos de tu felicidad. Si no, serás marginado». Miremos alrededor, veamos la tele, leamos los periódicos, creo que está suficientemente claro.

      Esos individuos, los políticos, nos aseguran prosperidad y seguridad, e incluso nos prometen lo imposible, con tal de que les votemos y les ayudemos a mantenerse en el poder. El imperio de la economía nos seduce con la utopía de un progreso ilimitado, incitándonos a entrar en la rueda interminable de ganar más para poder consumir más, a pesar de que la realidad demuestra que este progreso ─a menudo─ nos perjudica más de lo que nos beneficia, ¿no es así?

      Las diversas iglesias, por su parte, prometen la salvación del alma y unos paraísos, si no en esta vida, al menos en otra, con la condición de que sigamos sus enseñanzas, contribuyamos monetariamente y cumplamos con los deberes por ellas impuestos.

      ¿Y qué decir de las clínicas y de la industria farmacéutica? Ellos se preocupan por nuestra salud, siempre y cuando podamos pagar, y continuamente nos presentan nuevas enfermedades, pintándolas con los tintes más alarmistas.

      Ya lo sé, ya lo sé... Es posible que todo esto suene un poco exagerado, pero, sinceramente, ¿no es esta la realidad en la que vivimos hoy?

jueves, 24 de octubre de 2024

La verdad a fuerza de insistir

      Me encanta hablar con mi amigo de Nueva Zelanda, el pastor protestante Cooper George Wright, parece que en esa otra parte del mundo se contemplan las cosas desde otras perspectivas y ven el mundo situados en otras coordenadas. No recuerdo ahora cómo fue el comienzo de la conversación, pero en un momento dado él comentó:

      —Muchas personas con habilidades extraordinarias no consiguen alcanzar sus metas más deseadas porque no se recuerdan a sí mismas lo valiosas que son. Les falta confianza, se rinden rápido y dicen cosas como: “La gente no me entiende” o “No he tenido la oportunidad adecuada”.

      Me quedé pensando unos instantes y luego le comenté:

      —Así es, les ocurre como si se bloqueasen antes de intentarlo. Me hace pensar en cómo las empresas lanzan productos e imagino que en tu país sucede lo mismo ¿Te has dado cuenta de las energías que ponen en la promoción de un artículo? Lo anuncian en todas partes, lo exhiben en vallas, en televisión, con celebridades diciendo que es el mejor. Lo repiten tanto que millones de personas terminan comprándolo. Si una empresa puede hacer eso, ¿por qué no lo hacemos nosotros mismos?

      Cooper también se tomó su tiempo y respondió:

      —Sí, exacto. Es como esa idea que suena repetitiva pero es verdad: "Hará más por la felicidad de su matrimonio si le dice al menos una vez por semana a su pareja que la ama, que si solo se lo dice el día de la boda". Lo he repetido frecuentemente en mis sermones; todos lo sabemos, pero poco lo practicamos. Nos manipulan a diario con estos mensajes, pero casi nunca pensamos en usar esa misma estrategia para nosotros mismos.

      Me sentía bien en la conversación, pensé que ese diálogo podría ser de los whisky, puro y chimenea, con fondo de estante de muchos libros. Contesté así:

      —Sí, es verdad, te doy toda la razón. Nos cuesta mucho decir algo como: “¡Oigan, solo quiero que sepan que soy estupendo, fantástico!”. Es como si estuviera mal visto o que eso fuese un rasgo de vanidad imperdonable. Pienso que quizás sea porque desde pequeños nos enseñaron cosas como: “No te des importancia” o “Siempre di la verdad”. Pero, ¿qué es la verdad? La verdad es lo que se repite tantas veces que acabas creyéndolo. ¿Realmente cree que el detergente “Pepito” lava más y mejor que cualquier otro solo porque lo dice un anuncio? ¿O que los perros de verdad elegirían el alimento “Perrito”, o que fumar el cigarrillo "YYY" te hace ser más decidido y aventurero?

      Cooper George respondió muy veloz:

      —¡Totalmente! El otro día escuché al dependiente de un comercio decirle a una clienta: “Señora, parece diez años más joven”. Y ella, aunque dudó un poco, dijo: “No lo sé, no estoy segura”. Pero apostaría que en el fondo lo creyó, porque quería creerlo. Y es que queremos creer esas cosas. Así que, si uno quiere sentirse una persona fuerte, buena y feliz, tienes que empezar a influir en tu propio pensamiento. Tiene que repetirse cada día, diez o veinte veces: “Creo en mí”, o “Soy fuerte y lograré lo que me proponga”. O también levantarse cada mañana pensando: “Hoy será un día feliz, sin importar lo que suceda”.

      Me vino a la cabeza aquello de: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad” y dije:

      —Repetirlo hasta que se convierta en una verdad, como hacen las empresas. Lo que me dicen estas es que podemos hacer con nosotros mismos lo que los demás intentan hacer a través de la publicidad.

      —Creo que eso es exactamente —respondió mi amigo. Y lo que ellos intentan venderte casi nunca te va a dar más felicidad que lo que puedes conseguir con autoestima, confianza en ti mismo y fortaleza interior. Tengo plena confianza en que con esas tres cosas, puedes dominar cualquier estrategia de manipulación.

      —¡Así es! —exclamé. Otros juegan ese juego con nosotros, pero también podemos jugarlo a nuestro favor. Solo hay que decir en el momento oportuno: “Yo también juego.

      Ahora el pastor Cooper habló pausadamente, como paladeando sus palabras:

      —Parece sencillo, pero es una decisión poderosa. Si realmente quieres ser más feliz, tienes que imponerte ante el mundo y no dejar que otros te definan. Y en gran medida, nuestra felicidad depende de eso: de cuánto lograremos imponernos al mundo que nos rodea...

martes, 22 de octubre de 2024

Internet es un puente

      Tengo una enorme cantidad de conversaciones con mi amigo japonés Takumi Kimura; casi podría escribir un libro con todas ellas. El diálogo entre una mentalidad oriental y otra occidental siempre presenta puntos de asombro, aunque también hay elementos de conexión. La lógica es la lógica, ¿no?

      Claro, a veces, tenemos nuestras diferencias, pero suelen ser, digamos, metodológicas.

      Intentaré transcribir, tal cual, la conversación de esta mañana. Él dijo:

      ─¿Te has dado cuenta de cómo Internet ha cambiado completamente la forma en que accedemos y compartimos la cultura?

      Habíamos empezando hablando de política, pero el siempre dice que no le gusta comentar asuntos de política porque si no entiende la de su país cómo va a entender la de otros. Sabiamente sabe cambiar de tema. Así que traté de sumergirme en lo que me planteaba sobre la dualidad internet-cultura y contesté:

      ─¡Sí, totalmente! Antes, la cultura parecía algo reservado solo para quienes podían ir a bibliotecas, museos o universidades, pero ahora con Internet todo eso ha cambiado. Es como si esas barreras hubieran desaparecido.

      Respondió muy rápido:

      ─Exacto. Ahora cualquier persona con una conexión a Internet puede acceder a enormes cantidades de información cultural, ya sea literatura, música, arte o cine. Solo con entrar a una plataforma como YouTube o una biblioteca digital como la Biblioteca Digital Mundial, puedes ver obras clásicas, conciertos, o hasta exposiciones virtuales. ¡Es increíble!

      ─Es cierto ─contesté─ y lo mejor es que no importa si vives en una ciudad o en un lugar remoto. El acceso ya no depende de dónde estás o de cuánto dinero tienes. Antes, la geografía era una limitación enorme.

      Como vi que tardaba unos segundos de más en decir algo le añadí:

      ─Y no solo es un acceso pasivo. Internet permite que la gente interactúe con lo que consume. Puedes comentar, debatir, compartir tus ideas y hasta formar comunidades alrededor de los intereses culturales de cada uno.

      Ahora observé que estaba escribiendo, era lo siguiente:

      ─Eso ha sido un gran cambio. Ya no estamos atados a las instituciones tradicionales para aprender o disfrutar del arte. Ahora la cultura está en cualquier dispositivo que tengas a la mano. Pero además de eso, algo que me parece impresionante es que ahora todos pueden crear y compartir su propio contenido cultural. Antes, solo los artistas o escritores reconocidos tenían esa posibilidad. Ahora, cualquier persona puede llegar a una audiencia global, aunque sea un creador emergente o autodidacta.

      En este momento fui yo el que interrumpió un poco la comunicación para dar el último sorbo al primer café de la mañana. Proseguí:

      ─Muy cierto, así es, las redes sociales, los blogs y las plataformas de vídeo han democratizado la producción de cultura. No necesitas un gran intermediario para que tu trabajo sea visible. Esto ha permitido que muchas voces, especialmente de culturas minoritarias o marginadas, puedan ser escuchadas. Y así es como Internet no sólo nos acerca a la cultura, sino que nos convierte en participantes activos en su creación y difusión. Es como si todos pudiéramos ser, al mismo tiempo, consumidores y productores de cultura.

      Me dio la razón diciendo:

      ─Sí, es como si Internet fuera un puente que conecta ideas, experiencias y personas, creando una cultura global mucho más diversa e inclusiva...

      Pensé que ahora diría la palabra “exacto” y recordé su especial forma de pronunciarla dándole un énfasis muy especial.

      ─¡Exacto! ¡Un puente que un mundos que antes parecían lejanos! ─añadió.

      Me reí, dándome cuenta de que había acertado: ¡exacto!

lunes, 21 de octubre de 2024

Baltasar Gracián, el jesuita estoico


      Desde hace unos días vengo haciendo carteles pequeños, de esos que mandamos a los amigos por las redes, con frases de Baltasar Gracián. Este pasado verano, perdido en mi biblioteca, encontré “El Arte de la Prudencia”, lo ojeé un poco y me engancharon sus ingeniosas sentencias, así que lo leí hasta el final. También he revisado su gran obra “El Criticón”, una alegoría de la vida humana, que es una de las novelas más importantes de la literatura española, comparable por su calidad al Quijote o La Celestina.

      Bien puedo decir que he redescubierto ─para mí─ a un gran maestro casi olvidado de nuestra literatura; después pensé que, lamentablemente, este país es de olvidos demasiado frecuentes en todo.

      Baltasar Gracián, nacido en 1601 en Belmonte, Zaragoza, fue un escritor, filósofo y sacerdote jesuita cuya vida no parece haber tenido mayor interés fuera de sus escritos, esos sí, bastante ocurrentes. Desde joven se sintió atraído por el saber, aunque no por el placer que el conocimiento pueda traer consigo, sino más bien por el ejercicio intelectual, que en su caso adoptó la forma de aforismos, sentencias y un pesimismo generalizado sobre la condición humana. Fue admitido en la orden de los jesuitas, donde ejerció de profesor de filosofía y teología, quizás más por obligación que por devoción.

      Ya he citado antes su obra más famosa, El Criticón, que es una especie de largo viaje alegórico sobre las miserias humanas, que sin duda Gracián encontraba fascinantes y, a la vez, tediosas. El libro causó controversia por sus críticas veladas (o no tan veladas) a la sociedad española de su época, lo que le costó varios desencuentros con sus superiores jesuitas. A Gracián, sin embargo, esto no pareció importarle mucho; publicó a escondidas bajo seudónimo y siguió reflexionando sobre la vanidad, la ambición y la futilidad de la existencia con una frialdad que solo alguien como él podía mantener.

      He citado antes el “Arte de la Prudencia”, un compendio de máximas donde su visión del mundo es aún más clara: para Gracián, la vida es un juego de astucia, y la supervivencia en la sociedad depende de saber cuándo callar, cuándo hablar y, sobre todo, cuándo no hacer nada. Esa es, quizás, la actitud que mejor define tanto su obra como su vida.

      Creo que Gracián no fue exactamente un revolucionario (yo creo que, más bien, fue un post-estoico) ni un gran pensador que transformara el curso de la filosofía occidental, pero tuvo la suficiente habilidad para permanecer en el ámbito de la historia literaria. Murió en 1658, tras haber logrado la no despreciable hazaña de que algunos lo recordaran, aunque, francamente, no parece que le hubiera importado demasiado. Sus ideas, profundamente desencantadas, siguen resonando en quienes se cansan del optimismo desmesurado, aunque él, desde su tumba, seguramente se habría encogido de hombros ante tal reconocimiento.

      Leyéndolo me he preguntado varias veces sobre las posibles influencias estoicas de Gracián. Y, sí, creo que sí las tenía, aunque su visión del mundo era más compleja y, en algunos aspectos, más cínica. El estoicismo, con su énfasis en la serenidad ante la adversidad, el autocontrol y la virtud como único bien verdadero, resuena en algunos de los temas que Gracián trata en sus obras, especialmente en su preocupación por la prudencia, el dominio de uno mismo y la capacidad de enfrentar la vida con una especie de estoicismo práctico.

      En el “Arte de la Prudencia” Gracián ofrece consejos que a mí me recuerdan a la sabiduría estoica: saber cuándo actuar, cuándo retirarse, cómo mantener la calma en situaciones difíciles, y, sobre todo, cómo no dejarse arrastrar por las pasiones ni por las circunstancias externas. Aunque no predica la indiferencia absoluta ante los infortunios, como los estoicos clásicos, sí aboga por un distanciamiento emocional frente a las vanidades del mundo, algo en sintonía con el principio estoico de la "apatheia" (liberarse de las pasiones).

      A mi juicio, el pensamiento de Gracián también presenta un matiz más pesimista y pragmático. Mientras los estoicos creían en la capacidad del ser humano de vivir conforme a la razón y alcanzar una forma de virtud trascendente, Gracián parece más desencantado con la naturaleza humana, a la que observa desde una distancia irónica, casi despectiva. Su obra revela una desconfianza hacia la sociedad y sus falsedades, y su "arte de prudencia" es menos idealista y más calculador que las doctrinas estoicas. Gracián aconseja más bien cómo navegar en un mundo hostil, aceptando la hipocresía y la manipulación como parte de la realidad humana.

      Y ahí sigo, le daré más vueltas. Y luego una charla sobre Gracián a mis nietos...

viernes, 11 de octubre de 2024

Un sermón para el pastor Cooper

      He citado varias veces, aquí en el 'blog', a mi amigo Cooper George, pastor protestante de Nueva Zelanda. Suelo mantener con él un contacto fluido y ─sobre todo─ siempre muy interesante. Ayer recibí de su parte una propuesta bastante insólita; me pidió que le escriba un esbozo para un sermón, sobre el tema que yo elija. También indicaba que le ha hecho la misma petición a otros amigos extranjeros, incluyendo a nuestro amigo común Kimura en Japón, y a otros que no tengo el placer de conocer.

      Él desea hacer un análisis de cómo vemos el mundo desde otros hemisferios y adaptar esas ideas que le demos a uno cualquiera de sus sermones dominicales. Le dije que lo intentaría, pero que no tenía ni la más mínima idea de cómo empezar.

      He escrito de muy variados temas, pero eso de un sermón me ha descolocado tremendamente. Le pedí que me diese alguna sugerencia, y me indicó que el tema de la "Fe" era de amplísimas posibilidades. Eso aumentó mi perplejidad, pues soy persona dubitativa en estas cuestiones y de fe muy limitada. No obstante lo pensé bien un rato después y acepté el reto.

      La primera duda surgió al pensar si debía escribir la palabra fe con mayúscula o con minúscula. Decidí hacerlo con minúscula, pues fe es un nombre común, por lo que lo recomendable es escribirla en minúscula, si bien es cierto que en textos religiosos aparece frecuentemente con la letra inicial en mayúscula. Después visité el diccionario de la R.A.E. para reflexionar sobre los distintos significados y matices. Quedé sorprendido por las muchas acepciones y locuciones de la palabra fe.

      Estuve un rato paseando por toda la casa y, quizás, forzando demasiado la rodilla; el médico me prescribió reposo de 48 a 72 horas después de las infiltraciones de ácido hialurónico y un poco de un corticoide. Volví a sentarme y me vino la luz de esbozar un sermón rodeando el asunto de la fe en la actualidad. El título podría ser: La necesidad de la fe en este enmarañado mundo de hoy”.

      En este planeta, escenario de mil incertidumbres: pandemias, guerras, desigualdad, cambio climático... ¿Es la fe un ancla?, ¿es una fuerza que nos puede sostener y conducir hacia un futuro lleno de esperanza?

      ¡En menudo lío me ha metido el amigo Cooper! ¿Saldré de ésta?

jueves, 3 de octubre de 2024

EL ROSARIO DE ÁNGELA

      Anteayer, mientras el sol se apagaba con suavidad tras las persianas; mi esposa y yo conversábamos en la sala, rodeados de un silencioso resplandor del atardecer. La charla nos llevó a terrenos antiguos, de esos que parecen desvanecidos, pero que aún persisten como susurros en la memoria. Hablamos del latín, lengua sagrada y solemne que resonaba en las paredes de las iglesias de nuestra juventud, en los cantos que a veces parecían flotar entre lo humano y lo divino. Recordamos algunas frases célebres: “quot capita tot sensus” (tantas cabezas, tantos pareceres), y nos parecía como si el tiempo no las hubiera erosionado del todo. “Pater noster, qui es in caelis…”, recité de pronto, y ella continuó con su voz serena. También evocamos el “Pange lingua gloriosi” y otras plegarias que parecían haber quedado ancladas en nuestro corazón.

      Sin embargo, cuando mencioné el “Ave María”, me di cuenta de que nunca lo aprendí en latín. Me sorprendí un poco, como si faltara una pieza en ese mosaico espiritual que durante tantos años había formado parte de mí. Hablamos de las misas de antaño, del Rosario en latín, con sus letanías pausadas, y de cómo el latín, esa lengua madre de Europa, parecía haberse ido difuminando con el paso de los siglos, como una melodía que se acaba lentamente. "Quizás, ahí comenzó la decadencia de Europa", me dijo Lely en un tono reflexivo. Era un pensamiento que compartía, aunque no lo había formulado hasta ese momento.

      Al cerrar los ojos, en la quietud de la noche, una idea se abrió paso en mi mente: en casa no teníamos ningún rosario. Me sorprendí al darme cuenta de ello. Habría sido algo natural, una pieza pequeña, pero significativa, algo que parecía tan íntimamente ligado a nuestros recuerdos. “Me gustaría tener uno”, le dije en voz baja. Ella asintió, como si compartiera el mismo deseo silencioso.

      El día siguiente transcurrió con la calma habitual (y con la misma molestia en mi rodilla), hasta que, inesperadamente, recibimos una visita. Un viejo gran amigo, médico argentino al que no veíamos desde hacía años, llegó a nuestra puerta. Su presencia fue una sorpresa tan cálida y reconfortante como la de esos días soleados que se asoman entre las nubes después de la lluvia. Venía a España a resolver unos asuntos, pero se había tomado el tiempo para pasar a saludarnos. La conversación fluyó fácil, como si los años no hubieran pasado, y en sus manos traía algunos obsequios, pequeños detalles que nos entregaba.

      Sin embargo, uno de esos obsequios hizo que mi corazón se detuviera por un instante. Al abrir una pequeña cajita, descubre un rosario. No era un rosario cualquiera; era un delicado rosario de perlitas blancas, con una cruz que irradiaba una pureza silenciosa. Había pertenecido a su esposa, nuestra querida amiga Ángela, quien había fallecido el año anterior víctima de una cruel enfermedad. Su recuerdo, tan vívido y querido, golpeó mi pecho con una mezcla de nostalgia y gratitud.

      Sentí cómo el rosario, aquel objeto tan pequeño y aparentemente simple, despertaba algo profundo en mi interior. Era como si ese regalo fuera más que un simple gesto de amistad; era una conexión, una respuesta a ese anhelo silencioso del que hablé la noche anterior. Acaricié las perlitas frías entre mis dedos, imaginando cuántas veces Ángela las habría sostenido en sus manos, cuántas oraciones habrían sido susurradas mientras el hilo del rosario pasaba lentamente entre sus dedos. Y ahora, de alguna manera, ese rosario estaba aquí, en mis manos, trayendo consigo la memoria de una amiga querida y la sensación de que, en el universo, hay infinidad de misterios que van más allá de lo comprensible.

      Miré a mi mujer, tenía los ojos ligeramente humedecidos, y en silencio compartimos ese momento. No hacía falta decir mucho. El rosario, con su sencilla belleza, había movido algo en nuestro espíritu, algo que no podía explicarse con palabras. Era como si el latín, los recuerdos, la fe, la memoria de Ángela y nuestra propia necesidad de un objeto tan significativo se hubieran entrelazado en un solo gesto, un pequeño milagro, un misterio...

      Algo se agitó en nuestro interior, sentí que algo había cambiado en nosotros. Esa pequeña cruz blanca y sus perlitas ahora descansaban en nuestro hogar, pero lo que traía consigo era mucho más que eso: era un eco de lo sagrado, de la amistad, y de ese misterioso vínculo que une los hilos.

      Me acosté pensado que el latín, los recuerdos, el rosario... todo cobraba un nuevo sentido. Quizás Europa había perdido algo muy valioso al olvidar el latín... Pero en ese pequeño rosario, en esas perlas que ahora guardo con cuidado, siento que una parte de ese legado perdurará, no solo en palabras, sino en el amor y la conexión que compartimos los unos con los otros...

martes, 1 de octubre de 2024

El invitado incómodo


      Llevo unos cuantos días sin contar nada de “mis cosas”, he tenido la rodilla izquierda fastidiada provocándome un gran dolor... Eso de la artrosis, ¿sabéis?

      La artrosis de rodilla es como ese invitado incómodo que llega a una fiesta y decide quedarse para siempre, aunque nadie lo invitó. En esencia, el cartílago normalmente es el que se encarga de que nuestros huesos no se rocen como dos trozos de papel lija, pero un día dice "hasta aquí llego, ¡ya está!" y empieza a desgastarse. El malvado resultado puede un cóctel de dolor, crujidos y una rodilla que parece tener vida propia… pero una vida que decide que, desde ese instante, ya no le gusta caminar ni subir escaleras.

      Es como un recordatorio constante de que ─aunque en tu cabeza sigues siendo joven─ tus articulaciones están organizando su propia protesta.

      Por ahí anda también el conocido como líquido sinovial. El líquido sinovial es como el lubricante de las articulaciones, manteniéndolas en movimiento suave y sin fricción. Pero a veces se "escapa" en la rodilla y suele referirse a situaciones en las que hay una lesión, artritis u otra inflamación, y el cuerpo produce demasiado de este líquido. Entonces la rodilla se hincha porque, el líquido, en lugar de circular tranquilamente dentro de la cápsula articular, el líquido se acumula y genera una especie de "charquito interno" y esto es lo que provoca la sensación de hinchazón o ese "globo líquido" que parece que uno tiene en la rodilla, ¿se entiende?

      Así que, en resumen, el líquido sinovial no tiene tanto una fuga dramática, sino que más bien se "desparrama" donde no debería y en ese periplo corto produce un dolor espantoso y lo primero que hay que hacer es sacarlo de ahí mediante una punción.

      Lo mío fue así, más o menos cuento mi historia desde el jueves pasado:

Septiembre. Jueves 26.

      Son las 20:30, vuelvo a casa después de un paseo con Lely. Siento, de pronto, un extraño dolor ─leve─ en la rodilla de la pierna izquierda. Cuando llego a casa tomo un analgésico del montón y luego me voy a la cama, bien.

Viernes 27.

      El dolor ha desaparecido, únicamente me queda un residuo de molestia a la que no doy excesiva importancia y me pongo sobre la rodilla un gel contra dolores suaves de esos que anuncian a diario en todas las televisiones. Parece que esto desaparecerá pronto.

Sábado 28.

      El dolor comienza con un incremento feroz. Durante el día hay episodios de dolor bastante intenso, la pierna izquierda se me queda casi inválida, no puedo caminar, busco un bastón para apoyarme, tomo Nolotil, otra vez gel analgésico... ¡nada! El dolor es ya insoportable y necesito llorar y gritar. No sé bien a qué hora telefoneo a mi hijo para que me traslade a urgencias de alguna clínica.

      Ingreso en urgencias, atienden con gran rapidez, me sacan del coche tres celadores entre enormes quejidos del intenso dolor que tengo. Una vez dentro el médico, después de palparme con mucho cuidado la rodilla y estudiar la geografía del dolor, decide hacerme unas punciones y extraer líquido sinovial. No sé cuánto sacó, pero me sentí más aliviado por momentos. Radiografías, analítica, recetas, recomendaciones y vuelta a casa ya tarde.

      Mi hijo se queda a dormir en casa y está atento toda la madrugada, me ayuda a ir al baño un par de veces y me sostiene con sus fuerzas. El dolor es distinto, es el de la zona inflamada.

Domingo 29.

      La noche no es buena, pero tampoco dramática. Duermo alguna que otra hora. Por la mañana me levanto mejor y desayuno con hambre discreta. Pierna en aburrido reposo y atenuado dolor. Me voy sintiendo más entero.

Lunes 30
      Sigo con reposo, es necesario. Desayuno bien. No tengo dolor salvo si hago algún esfuerzo inapropiado. Ya tengo cita para que me vea el traumatólogo en los próximos días.

      Veremos en qué queda todo esto...

lunes, 16 de septiembre de 2024

La novela culinaria

      Me dejé llevar un poco por la publicidad ─el bombardeo diario lo hace inevitable─ y compré el libro “Los misterios de la Taberna Kamogawa” del odontólogo y escritor japonés Hisashi Kashiwai; quizás creyendo que me iba a encontrar con otro Haruki Murakami. “Los misterios de la taberna Kamogawa” es una novela bastante particular que combina elementos de la gastronomía japonesa con la estructura de un misterio. El enfoque narrativo es ciertamente original al centrar la historia en una taberna donde los personajes resuelven misterios culinarios.

      Sin embargo, la originalidad puede diluirse por lo que parece ser una estructura repetitiva: cada capítulo funciona como un pequeño episodio en el que la cocina se convierte en el vehículo para resolver el problema, casi como si estuviéramos leyendo entradas de un recetario intercaladas con diálogos narrativos. La abundancia de detalles culinarios puede ser sugerente y atractiva para quienes gozan de la gastronomía japonesa, pero para otros puede volverse tediosa o parecer poco relevante para la trama principal.

      La novela dedica bastantes páginas a tratar ingredientes, tareas de cocina y platos típicos japoneses, lo que puede desviar de la historia central. Esto genera una sensación de que la trama avanza poco o se vuelve secundaria frente a la exhibición de la cultura culinaria. Aunque es cierto que la comida en Japón tiene un significado simbólico y cultural muy profundo, la novela a veces parece utilizarla más como un recurso técnico que como un elemento narrativo con verdadero peso emocional o simbólico para los personajes.

      Aunque la novela está ambientada en Japón y su núcleo es la cocina japonesa, la traducción ─o la manera en que se presenta el lenguaje─ puede sentirse excesivamente occidentalizada. Esto podría ser un intento de hacer la obra más accesible para un público no japonés, pero termina sacrificando parte de la esencia cultural que uno esperaría de una historia así. Es posible que en la traducción se puedan haber perdido matices del japonés original, o quizás se ha simplificado en exceso, lo que contribuye a esta sensación de desapego cultural.

      Insisto en que la idea de resolver problemas a través de la comida es bastante original y puede ser atractiva desde el punto de vista de cómo la comida conecta a las personas con sus recuerdos y emociones. Sin embargo, en muchos casos, los personajes parecen superficiales, y los problemas que enfrentan no logran desarrollarse a un nivel más profundo. La conexión emocional entre los personajes y los misterios que resuelven a través de los platos no siempre logra generar un verdadero impacto. Por lo tanto, a pesar de la frescura del enfoque, la novela no logra mantener un nivel alto de interés emocional o narrativo.

      Para mí, la novela carece de esa autenticidad japonesa en cuanto al lenguaje y la he sentido más como una colección de recetas que como una historia seductora. Pero, en fin,... hay muchos gustos y muchos colores...

martes, 10 de septiembre de 2024

Escribir es rezar

      Leí hace unos días que Jon Fosse, Nobel de Literatura de 2023, ha repetido en numerosas ocasiones la frase: “Escribir es rezar”. Creyó durante bastante tiempo que era suya hasta que descubrió que Franz Kafka la había acuñado unos cuantos años antes, pero da igual, escribir es rezar y muchas cosas más. Escribir es una manera de abrir ventanas y puertas, para ventilar y para ventilarnos.

      Lo que digo está en relación con el artículo de ayer en el blog, “No hay mal que...”.

      Uno piensa, a veces, que ha escrito algo que puede ser de interés para bastantes lectores e incluso que va a acumular un montón de comentarios, pero la realidad nos baja de la tarima y el resultado es que lo escrito pasa sin pena ni gloria. Sin embargo, otras veces damos luz a un relato, al que “a priori”, no hemos prestado especial atención y, asombrosamente, agrupa a centenares de lectores y da pie a un buen número de comentarios. ¿Dónde está el secreto?

      La verdad es que no lo sé, aunque estimo que siempre está ahí ─en el escrito─ ese ingrediente especial que es la controversia. Y es de la controversia suscitada de lo que quería hablar un poco.

      La controversia (entendida, como la R.A.E. dice, como discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas) me interesa aquí como activador del sentido crítico. Y saben que el sentido crítico no es más que la capacidad de analizar, evaluar y cuestionar información ─o también situaciones─ de manera objetiva, sin aceptar todo de manera automática como si fuésemos robots. Implica pensar de forma independiente, buscando evidencias y razones antes de llegar a conclusiones.

      Estoy muy convencido de que en la sociedad actual, es fundamental tener sentido crítico para tamizar la gran cantidad de información que nos aturde desde todos los frentes y así evitar caer en desinformación, manipulación o prejuicios. Poseer un buen sentido crítico nos puede ayudar a tomar decisiones más informadas y responsables en un mundo cada vez más complejo.

      La controversia puede ser un catalizador poderoso para desarrollar el sentido crítico, pero su resultado depende de cómo se maneje la situación y de la disposición de las personas involucradas a reflexionar de manera abierta y constructiva. Aquí algunos factores a considerar, por ejemplo, cuando un escrito genera controversia, las ideas o creencias establecidas se ven desafiadas. Esto obliga a las personas a revisar sus propios puntos de vista y a explorar nuevas perspectivas. Para muchos, la controversia abre la puerta al cuestionamiento y a la reconsideración y ambos son aspectos relevantes del pensamiento crítico.

      Con frecuencia la controversia conduce al debate público. Cuando las personas con diferentes perspectivas exponen sus argumentos, es necesario discernir, analizar y evaluar los puntos de vista, lo que fortalece la capacidad crítica de quien se implica. Normalmente ─en situaciones controvertidas─ las respuestas no suelen ser claras o absolutas. Esta incertidumbre obliga a las personas a pelear con la ambigüedad, lo que puede fortalecer la habilidad para evaluar argumentos complejos o contradictorios sin caer en respuestas simplistas.

      Tampoco me cabe duda que para argumentar o defender un punto de vista controvertido, es necesario informarse lo mejor posible y considerar las evidencias que puede estar en contra de la posición propia. Este proceso de investigación y contraste de fuentes contribuye a perfeccionar el sentido crítico.

      Sin embargo, la controversia no siempre conduce a un pensamiento crítico más afinado y certero. Si las personas se encapsulan en sus posiciones de manera rígida, rechazan el diálogo o se polarizan, el efecto puede ser contraproducente. En este caso, la controversia no mejora el sentido crítico, sino que refuerza prejuicios y posturas dogmáticas y sectarias. El impacto depende del enfoque que se le dé: si la controversia genera debate saludable y apertura mental, sí puede conducir a un tipo de pensamiento crítico eficaz; pero si fomenta polarización o reacción emocional, puede tener el efecto contrario.

      ¿Y del maniqueísmo?

      Bueno, del maniqueísmo hablaremos mañana...

lunes, 9 de septiembre de 2024

No hay mal que...

      Todos sabemos que durante nuestra existencia periódicamente nos vamos encontrando con desafíos y contratiempos. Algunas veces estos momentos pueden parecer insuperables y llenos de desesperanza. Sin embargo, el refrán "No hay mal que por bien no venga" nos intenta convencer que a menudo estos obstáculos pueden ser oportunidades escondidas.

      Con esta perspectiva nos ayudamos para mantener una actitud positiva y resiliente ante las adversidades. La resiliencia (eso tan de moda en la actualidad) es una cualidad que nos permite adaptarnos y superar las dificultades. Al adoptar la mentalidad de "No hay mal que...", parece que cultivamos la capacidad de ver más allá de los problemas inmediatos y concentrarnos en las posibles soluciones y beneficios a largo plazo. Esta actitud, dicen, que no solo nos ayuda a enfrentarnos a los desafíos con mayor fortaleza, sino que también nos permite crecer y aprender de nuestras experiencias.

      Pero...

      Hay refranes que me molestan, y molesta más que me los repitan. Por ejemplo el citado. Sé que se trata de una expresión popular que encierra unas dosis de sabiduría estoica y bastantes pizcas de optimismo. Realmente parece que este dicho nos induce a ver el lado positivo de las situaciones adversas, sugiriendo que incluso de los momentos más difíciles, puede surgir algo bueno.

      Pero...

      Sí, vale, pero no me gusta...

      Y no me gusta incluso mirándolo desde un punto de vista estoico. Creo que desde una perspectiva estoica ─quizás un tanto radical─ este refrán podría ser criticado por su dependencia de factores externos, por la esperanza de un resultado positivo futuro y por una posible actitud pasiva hacia las adversidades, lo que contradice la autonomía moral y la autosuficiencia de la virtud promovida por el estoicismo. ¿No? Y aunque los estoicos creían en la providencia divina ─o en un orden racional del cosmos─ la frase puede llevar a una dependencia de la creencia en que todo mal trae algo bueno necesariamente.

      En medio de la tormenta prefiero tener agallas para detenerme, prestar atención y tratar de percibir las cosas tal como son. Si nos fijamos bien, siempre hay una cantidad asombrosa de información disponible en cada fugaz instante de nuestras vidas. Podemos sentir una suave brisa sobre la piel, una gota de lluvia perdida, o el jeroglífico de luces y sombras en una pared cualquiera. Tenedlo por seguro, para navegar bien dentro del temporal es posible que baste hacerse la siguiente pregunta:

¿Qué hay aquí, en lo que me rodea, que antes nunca había notado?

sábado, 7 de septiembre de 2024

El tiempo pasa. 8 de septiembre del 2024


      Pasa el tiempo,... ¡qué barbaridad! Ya ha transcurrido la primera semana del mes de septiembre del 24, estamos de nuevo ─mañana─ en el día de la Virgen de los Milagros, la Patrona. Quería escribir algo al respecto de este día y su significación para El Puerto, pero he manchado varios papeles y no me ha salido nada mediano, así que he optado por enlazar al artículo en memoria de mi tío abuelo el P. Ignacio Pérez Muñoz S.S. que era un gran devoto de su Virgen del Puerto, esta necrológica está escrita por otro sacerdote salesiano también nacido en nuestra ciudad, el P. Francisco Villanueva (1910-1967).

“Y en la hora de nuestra muerte...” 


jueves, 5 de septiembre de 2024

Leyendo a Orwell

      Hoy temprano leía una estupenda novela de George Orwell que tenía pendiente desde hacía años, “Subir a respirar” ("Coming Up for Air"). La escribió en el 1939 del pasado siglo y la publicó al siguiente. Casi la he devorado ─me quedan pocas páginas para terminar─ quizás porque contiene varios matices dickensianos, especialmente en cómo aborda temas sociales, económicos y el conflicto entre la nostalgia por el pasado y las realidades del presente. En ella podemos encontrar una clara preocupación por las condiciones sociales de la época, particularmente las clases trabajadoras y medias. El protagonista, George Bowling, experimenta una sensación de alienación en una sociedad que ha cambiado radicalmente debido al capitalismo moderno y la industrialización. Orwell, al igual que Dickens, utiliza la historia del individuo para criticar un sistema que, aunque trae un progreso indudable, también genera desigualdad y deshumanización. 

      Recuerdo que en la obra “Tiempos felices”, de 1854, Dickens también se inquieta por los efectos destructivos de la industrialización sobre la vida de los seres humanos. Ambas obras critican un mundo donde el progreso económico no necesariamente mejora la vida de las personas comunes, sino que a menudo las oprime más.

      De igual modo, George Bowling siente una profunda nostalgia por su juventud y por el mundo rural y bucólico que existía antes de la Primera Guerra Mundial. Esta nostalgia por el pasado perdido tiene un fuerte eco en la obra de Dickens, quien a menudo retrata el contraste entre la infancia, vista como un tiempo de inocencia, y la dura realidad adulta. ¿Recuerdan ustedes que en “David Copperfield”, Charles Dickens también aborda el tema de la infancia perdida y la nostalgia por un tiempo más simple y menos alborotado por las fuerzas económicas y sociales? A través del personaje de Bowling, Orwell expresa la tensión entre el deseo de volver a un pasado mejor y la inevitabilidad del cambio. Orwell, como Dickens, ve en esa nostalgia una respuesta a la alienación del presente, aunque reconoce que esa visión idealizada del pasado no es del todo realista.

      El protagonista de "Subir a respirar" está atrapado en una vida que ya no le satisface, similar a los personajes de Dickens que se ven sofocados por el sistema social en el que viven. Orwell, como Dickens, muestra a sus personajes luchando contra fuerzas que están fuera de su control, como la burocracia, las normas sociales y la economía. Aunque Bowling no es tan desesperadamente pobre como algunos personajes dickensianos, su sentido de impotencia y opresión ante las fuerzas de la modernidad refleja una angustia similar.

      Aún voy por la pagina 163, en el último párrafo dice: “Y ahora estamos en 1938, y en cada astillero del mundo están acabando de remachar los barcos para otra guerra...”

      Orwell, escribiendo antes de la Segunda Guerra Mundial, muestra en "Subir a respirar" una ansiedad similar por el futuro y la destrucción que la guerra inminente traerá. Esta sensación de un mundo a punto de desmoronarse es otro punto en común con la obra de Dickens, que a menudo refleja el malestar de una sociedad al borde de un cambio importante.

      Habrá que seguir leyendo a Orwell y por supuesto a Dickens.

      Mañana seguiré...

miércoles, 21 de agosto de 2024

¿Y eso del "sentido común"?

      Parece que nos estamos habituando a manejar el “Zoom” y hacer tertulias, medidas, de 40 minutos. Hoy se ha unido a la reunión nuestra amiga Lucía. Kimura y Lantíaca no la conocían y al hacer las preceptivas presentaciones les dije que ella poseía una cualidad excepcional, que es es la de tener el llamado “sentido común” muy desarrollado. También le hablé de su sentido del humor y de sus sorprendentes reflejos a la hora de responder a cualquier cuestión que se le pueda plantear.

      Kimura comentó el primero:

      ─¿En Occidente tenéis alguna filosofía del “sentido común”? En Japón, aunque no lo denominamos así, tenemos mucha tradición en cuanto a los asuntos de lo que en Europa y en todo Occidente consideráis “sentido común”. Y, claro, también nos hace mucha gracia, esa apostilla que siempre añadís; la de que es el menos común de los sentidos.

      Lantíaca rio y dijo:

      ─Sí, claro, hablar de algo “común” parece que atenta contra nuestro individualismo intrínseco y entonces siempre nos vemos obligados a añadir la coletilla de lo “menos común”. Así nos quedamos más conformes.

      En esos momentos pensé que ya teníamos la temática de la tertulia y comenté:

      ─Sí, creo que existe una filosofía del "sentido común" ─aunque no sé mucho de esto─, y ha sido un tema de interés en la historia de la filosofía. Pienso que la idea del "sentido común" ha sido abordada de diversas maneras por diferentes pensadores a lo largo del tiempo. Se ha tratado tanto desde su defensa como base del conocimiento hasta su crítica como una herramienta ideológica. Y quizás su relevancia depende del contexto filosófico y de cómo se interpreta el concepto de "sentido común"; que esa es otra cuestión, la interpretación.

      Me pareció observar que Lucía tenía ganas de intervenir y le dí paso:

      ─Lucía, ¿tú que dices? Al fin y al cabo todo ha comenzado porque he dicho que tú tienes mucho de ese sentido común.

      ─No me gusta meterme en estos berenjenales de tanta profundidad o de tanta filosofía, me gusta más estar a ras del suelo ─comentó Lucía con rapidez─. En mi opinión el "sentido común" se refiere a las creencias y juicios que la mayoría de la gente considera obvios o evidentes sin necesidad de una reflexión profunda. Ahora, también es verdad que con frecuencia, estas creencias se utilizan como punto de partida para construir argumentos filosóficos o para criticar posturas que se consideran demasiado alejadas de la experiencia cotidiana. Pero, insisto, para mí, el “sentido común” son las creencias y juicios de la gente normal y corriente, de los que a diario pisan las calles.

      Lantíaca estaba con la cabeza hacia abajo mirando el móvil y levantó la mano para señalar que deseaba intervenir:

      ─Es curioso, estoy consultando en Internet y veo que ya Aristóteles se ocupó del “sentido común” y también santo Tomás de Aquino. Para ellos el "sentido común" (sensus communis) era considerado como una facultad interna que es capaz de unificar las percepciones de los diferentes sentidos en una experiencia coherente y sensata.

      Lucía respondió al instante:

      ─Sí, pero eso ya se aleja un poco, o bastante, de lo que el hombre de la calle piensa sobre el sentido común.

      Kimura, como hablando consigo mismo, dijo:

      ─En la actualidad, algunos filósofos, especialmente en tradiciones críticas como el marxismo o la teoría crítica, han cuestionado el “sentido común”, argumentando que lo que se considera "sentido común" a menudo refleja ideologías dominantes o prejuicios culturales que pueden ser engañosos o represivos. Pero eso me parece un retorcimiento, ganas de manipular.

      Mientras mis amigos charlaban les prestaba mucha atención a lo que decían, pero también miraba en Internet asuntos relacionados. Encontré que existió una denominada Filosofía Escocesa del Sentido Común, posiblemente una de las formas más explícitas de la filosofía del “sentido común” se encuentra en la tradición escocesa del siglo XVIII, especialmente en la obra de Thomas Reid, del cual nunca he escuchado hablar. Por lo visto Reid argumentaba contra el escepticismo radical de filósofos como David Hume, defendiendo que ciertos principios del “sentido común” tales como la existencia del mundo exterior (ámbito externo) y la fiabilidad de nuestras facultades mentales son autoevidentes y constituyen la base de todo conocimiento. Según Thomás Reid, dudar de estas verdades sería absurdo porque son fundamentales para la vida cotidiana y la comunicación humana.

      Lucía acabó apostillando:

      ─Pues a mí este Reid del siglo XVIII me convence, creo que era un tipo sensato y sabía estar a pie de calle.

      Terminamos riendo y dije:

      ─¿Dejamos para otro día lo de la “mente obsesiva”?

lunes, 19 de agosto de 2024

Las preocupaciones de alrededor

      Escribo esto con rapidez para no olvidar lo hablado esta mañana por “Zoom” con mis amigos Kimura y Lantíaca. La conversación fue variada, pero nos entretuvimos más hablando de la preocupación y de las preocupaciones. Aquí expongo, en líneas generales, nuestro diálogo. Aunque ─y perdónenme─ me habré olvidado de muchos detalles.

      No sé ahora quién puso sobre el tapete la siguiente cuestión, creo que fue Lantíaca:

      ─He estado pensando en cómo la preocupación es realmente un estado mental basado en el temor.

      Kimura se involucró enseguida:

      ─Es cierto. Lo peor es que funciona poco a poco, lentamente, pero es persistente. Se va abriendo camino de forma astuta y sutil hasta que, sin darte cuenta, paraliza tu capacidad de razonar y destruye tu confianza en ti mismo.

      ─Sí ─añadí yo─, es como un círculo vicioso. La preocupación es básicamente un temor mantenido, que nace de la indecisión. Pero lo bueno es que, al ser un estado mental, es algo que sí podemos controlar.

      Lantíaca intervino para decir:

      ─Es lo que yo pienso. Exacto. Cuando nuestra mente está desequilibrada, nos volvemos impotentes. Y la indecisión es lo que descompensa la mente. Claro, aunque me parece que a muchos nos falta la fuerza de voluntad para tomar decisiones con rapidez y mantenernos firmes y sólidos en ellas una vez las hemos tomado.

      ─Es verdad ─continuó Kimura─. Pero cuando finalmente tomamos una decisión firme, dejamos de preocuparnos tanto por las circunstancias.

      Lantíaca siguió comentando:

      ─Es impresionante cómo una decisión puede traer serenidad, incluso en situaciones extremas. Eso demuestra que tomar decisiones puede ayudarnos a aceptar nuestro destino o evitar situaciones no deseadas. Y es que, a través de la indecisión, nuestros temores básicos se convierten en preocupación. Si eliminamos la indecisión, podríamos suprimir esos temores. Por ejemplo, aceptando la muerte como inevitable o decidiendo acumular riqueza sin preocuparnos por la pobreza.

      A Kimura le entró risa y exclamó:

      ─¡Se nota que eres griega! Tienes sentido dramático, trágico...

      También Lantíaca le contestó riendo:

      ─¡Pues vaya! ¿Y vosotros los japoneses?

      Retomando el hilo de la conversación dije:

      ─O decidiendo no preocuparse por lo que la gente piense o diga, y aceptando la vejez como una bendición, llena de sabiduría y autocontrol. Incluso podemos liberarnos del temor a la enfermedad al decidir no centrarnos en los síntomas, o del temor a la pérdida del amor al decidir que podemos seguir adelante sin ese amor, si es necesario. Todo se reduce a desbaratar la costumbre de la preocupación. Si tomamos la decisión de que no hay nada en la vida por lo que valga la pena preocuparse, alcanzaremos paz mental, serenidad y claridad de pensamiento. Y con eso, una alta dosis de felicidad.

      Kimura apostilló:

      ─Eso es exactamente. Un hombre cuya mente está llena de temor no solo arruina sus propias posibilidades de actuar con inteligencia, sino que también contagia ese temor a los demás, destruyendo sus oportunidades.

      Ahora fue Lantíaca la que intervino para terminar:

      ─Yo creo que incluso los animales, como un perro o un gato, pueden percibir cuando su dueño tiene miedo. Captan esas vibraciones de temor y se comportan en consecuencia. Estoy convencida que la capacidad de captar el temor no es exclusiva de los humanos, sino que está presente en toda la línea de inteligencia del reino animal. Por eso es tan importante aprender a dominar nuestros temores y preocupaciones.

      A Kimura lo vi asentir con la cabeza...