viernes, 20 de diciembre de 2024

La sensación de huida en tiempos tempestuosos


      No sólo son los efectos del llamado “cambio climático”, parece que muchos notamos que vivimos en un presente que parece sacudido por tormentas constantes. Creo que, sobre todo, las generaciones de los que ya somos mayores percibimos estos tiempos con una intensidad particular, como si la velocidad y el caos de las transformaciones actuales chocaran con la experiencia que hemos acumulado, dejándolos en un estado de desconcierto y extravío. Es una sensación de pérdida de anclaje, de no saber muy bien dónde nos encontramos ni cómo responder ante este vendaval de incertidumbre.

      Pienso que en este contexto, emerge la llamada "sensación de huida". Es una emoción que no discrimina por edad ni circunstancia, y se presenta como un anhelo de escapar, de alejarse hacia un horizonte desconocido. A veces, esta sensación parece irracional, casi inexplicable, pero en su núcleo encierra algo profundamente humano: el deseo de encontrar serenidad, de reconectar con uno mismo lejos del ruido y las expectativas.

      Desde luego no creo que esa sensación de huida necesariamente implique cobardía o rendición. Más bien, puede ser un síntoma de que nos sentimos atrapados, sobrepasados por la rutina, por las exigencias del mundo o por nuestras propias expectativas no cumplidas. En momentos de estrés y confusión, este impulso de apartarnos —aunque sea imaginariamente— actúa como una forma de resistencia, un grito silencioso por recuperar algo que sentimos que se nos escapa.

      Muy posiblemente, lo interesante de este fenómeno es que no es exclusivo de los tiempos actuales. A lo largo de la historia, muchos han compartido este deseo de emprender un viaje sin retorno, de perderse para encontrarse. Quizás la diferencia radica en que hoy, en medio de la “hiperconexión” y el ritmo acelerado, este sentimiento se ha hecho más universal y recurrente.

      Quizás lo más valioso sea entender que esta sensación no es un final, sino un comienzo. Es una oportunidad para preguntarnos qué nos falta, qué nos pesa o qué nos ancla en el malestar. No siempre podemos emprender esa "huida" física, pero podemos construir espacios de quietud en nuestro interior, donde el horizonte perdido no sea un lugar lejano, sino una promesa de reencuentro con nuestra esencia.

      Los tiempos tempestuosos, combinados con la Navidad, son también unos magníficos tiempos para la reflexión. Y la sensación de huida, más que una debilidad, puede ser una brújula que nos invite a redefinir ─incluso a reinventar─ nuestro rumbo.

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