domingo, 22 de diciembre de 2024

Oclocracia, por no llamarlo de otra manera

 

      Suelo recurrir a menudo en mis conversaciones a la metáfora del jarrón roto que me parece especialmente poderosa porque ilustra la fragilidad del tejido social, institucional y político. Cuando un sistema se rompe —ya sea por malas políticas, corrupción, polarización o falta de visión a largo plazo—, su restauración no es sencilla. Requiere virtudes que hoy día escasean como la paciencia y el saber esperar, inteligencia y bastantes recursos, todos ellos fundamentales para una reconstrucción sostenible y efectiva. Sin embargo, creo que, lejos de trabajar en la reparación, el sistema actual parece estar aumentando la fragmentación, dispersando cada vez más los "pedazos" del jarrón y, así, haciéndolo todo más difícil.

      Somos muchos los que tenemos una profunda preocupación por el estado actual de un sistema político que no dudo en definir como oclocrático, es decir, gobernado por la chusma y/o una presión popular mal dirigida, donde la toma de decisiones parece estar condicionada por factores emocionales o manipulaciones ideológicas en lugar de principios sólidos y racionales. Los efectos negativos que estas dinámicas tienen sobre el país en su conjunto son muchos, pero se pueden identificar, a grosso modo. Varias causas posibles son: un "buenismo" mal entendido, desinformación con falta de trasparencia y una actitud de apatía o inacción generalizada.

      A mi juicio, debemos reflexionar, muy mucho, sobre la responsabilidad colectiva frente a los problemas sociales y políticos. La inacción, ya sea por desidia o por sentirse impotente ante un sistema corrupto o ineficiente, no sólo perpetúa las crisis, sino que también las agrava. Esto implica que los efectos adversos se proyectarán hacia el futuro, afectando a las generaciones venideras. En otras palabras, nuestros hijos y nietos heredarán un sistema bastante más deteriorado si no se toman medidas correctivas hoy.

      Hay que combatir la desinformación y toda ideología que distorsione la percepción de la realidad. En un entorno dominado por la manipulación, se dificulta la construcción de consensos y soluciones colectivas. Por ello, la educación, el acceso a información veraz y el desarrollo de un pensamiento crítico libre resultan esenciales para contrarrestar los efectos negativos del sistema averiado.

      Hacen falta llamadas a la acción consciente y responsable. Hay que reconocer los desafíos que conlleva el reconstruir un sistema roto, pero también tenemos que convencernos que la alternativa —la apatía o la aceptación resignada— sólo agravará los problemas. Reparar el "jarrón" puede parecer una tarea monumental, pero es indispensable, y comienza con el compromiso individual y colectivo de afrontar las dificultades con valentía, inteligencia y perseverancia.

1 comentario:

  1. Llevas toda la razón, Ignacio, pero se ha dejado hacer tanto tiempo, que llegamos tarde, y los fragmentos del jarrón se han diseminado multiplicándose en añicos más pequeños y más difíciles de reconstruir. El buenismo de boquilla (o la "banalización del bien" en expresión de Jorge Freire), la desinformación generalizada, la falta de transparencia y de ética, las malas artes que despojan a la política de nobleza y verdad, la falta de principios sólidos... son árboles que no dejan ver el bosque.

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