
En un rincón polvoriento de su casa, rodeado de libros amarillentos y fotografías en blanco y negro que ya no reconocía, él pasó la tarde de aquel diciembre contemplando la ventana. Afuera, la calle bullía con luces, villancicos y risas de mayores y niños, como si el tiempo se hubiera negado a tocar ese lugar. Los aromas de la Navidad flotaban en el aire, pero a él solo le llegaban como ecos de algo que no podía alcanzar.
Pronto cumpliría un año más, muchos ya. Su memoria, que aún era ágil para los detalles recientes, le jugaba una extraña jugarreta con su infancia. Hacía años que intentaba ─sin ningún éxito─ recordar cómo eran sus navidades de niño. Buscaba entre los resquicios de su mente, como quien excava en un baúl olvidado, pero allí solo encontraba retazos inconexos: la forma borrosa de un portal, una sensación cálida junto a una mesa redonda con un brasero debajo, el roce áspero de un juguete de madera y una radio que de vez en cuando lanzaba pitidos. Nada más.
—¿Dónde se fueron mis navidades? —murmuró al aire vacío. Su voz resonó en la sala como si hasta los muebles compartieran su melancolía.
Sabía que era normal olvidar ciertas cosas con la edad, pero él sentía que esto no era un olvido cualquiera, era algo más que eso, era una ausencia. Como si esas navidades nunca hubieran existido para él, como si alguien las hubiera borrado de su vida. Sin esos recuerdos, sus días de infancia parecían hojas en blanco, páginas en las que alguien olvidó escribir.
Una tarde, decidido a encontrar respuestas, subió a la que habitación olvidada. Allí guardaba una vieja caja de latón con pertenencias de sus padres, fallecidos hacía bastantes décadas. Abrió la caja con manos temblorosas y la encontró llena de cartas amarillentas, figuritas de barro de un Belén, y un par de fotos desvaídas. En una de ellas, un niño bien peinado que miraba a la cámara con ojos azules y brillantes. Reconoció sus propios rasgos, aunque la expresión parecía la de un extraño. El niño estaba de pie junto a un nacimiento que tenía un trozo de papel de plata que hacía de río, montañas de cartón y ramas de lentisco. Un gran papel azul al fondo hacía de cielo, tenía pintadas algunas estrellas y unas aisladas nubes blancas.
Apretó la foto contra su pecho, intentando forzar a su mente a recordar el instante en que había sido tomada. ¿Había sentido felicidad? ¿Había recibido algún regalo especial? Nada acudía a su rescate. Sintió un nudo en la garganta, una mezcla de pena y rabia. ¿Cómo podía ser tan cruel la memoria, borrando los momentos que debían ser de los más luminosos?
Esa noche ─antes de dormir─ se quedó sentado frente a la ventana. En la calle habían encendido más luces, y un grupo de niños jugaba entre gritos. Sintió una punzada en el pecho, pero esta vez no era tristeza. Era una idea, un destello de claridad. Tal vez, pensó, su infancia no era solo lo que él recordaba, sino también lo que había dejado en el mundo.
Al día siguiente, con esfuerzo, bajó al portal y se unió a los niños del barrio. Se presentó con torpeza, llevando en las manos varias figuritas del Belén de su padre.
—¿Queréis ayudarme a montar un nacimiento? —les preguntó.
Los niños aceptaron con entusiasmo. Juntos, buscaron arena, piedras y ramas para armar un pesebre improvisado. Reía al verlos correr de un lado a otro, y por primera vez en mucho tiempo sintió que algo cálido volvía a llenar el vacío en su pecho.
Esa noche, cuando cerró los ojos, no soñó con su infancia perdida. Soñó con risas y villancicos, con pequeñas manos que colocaban figuras de arcilla junto a un fuego imaginario.
Al despertar, a la mañana siguiente, comprendió que nunca recuperaría aquellos recuerdos, pero podía llenar su presente con nuevas navidades,... tan reales como las que, quizás, alguna vez vivió.

Es muy bonito, precioso, para contarlo a los más pequeños de la casa, y porque no, a los mayores también.
ResponderEliminarMe ha llegado al corazón. Aunque yo no recuerdo ninguna Navidad alegre. Solían acabar con peleas y llantos.
ResponderEliminarUna belleza éste cuento de Navidad !! Y la ilustración muy apropiada y hermosa. Me ha emocionado porque además lo cuentas muy bien y describes el olvido más como una ausencia...
ResponderEliminarMe encanta, debe ser muy triste perder los recuerdos, pero en Navidad todo se puede, incluso volver a inventarlos, o vivirlos de diferente manera.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ignacio, por el mensaje final: LA ESPERANZA, tan importante en la actualidad global.
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